En 2008, el profesor Thomas Dumm publicó un libro titulado Loneliness as a way of life —La soledad como forma de vida—, que tuvo un éxito modesto, pero que, una década después, se hace indispensable para discutir las implicaciones sociales de la soledad; esta condición propia de las sociedades del siglo XXI, ha llevado a la primera ministra de Gran Bretaña, Theresa May, a crear el primer Ministerio que se ocupe de esta circunstancia.
La soledad es paradójica. Parte de ser adulto significa aprender a estar con uno mismo; la autonomía exige soledad pues, a través de ella, “aprendemos algo que, de otra manera, no estaría disponible para nosotros: cómo llegar a ser lo que somos”, señala Dumm. Pero, a cambio, nos deja también la desazón de cierto egoísmo narcisista; o de un aislamiento anticomunitario.
En el libro, el politólogo plantea que el individualismo exacerbado tendría consecuencias sociales importantes, como la disolución de las familias y, eventualmente, la de los Estados, pues renunciamos a ser ciudadanos y nos conformamos con ser forasteros en nuestras propias ciudades.
Al parecer, el profesor Dumm no se equivocó. Tomemos por caso el de la Ciudad de México, que es la urbe más poblada del mundo, donde 15% de los hogares son unipersonales. Y la tendencia va en aumento. Con este escenario, la soledad será, más temprano que tarde, un reto político.
Las causas de esto son múltiples, pero una que encuentro definitiva es la precarización salarial. Las relaciones familiares reclaman salarios suficientes para enfrentar la crianza y la educación, así como para el goce de la pareja. Incluso para quienes cuentan con credenciales universitarias, es cada día más difícil de lograr.
En nuestros días es muy fácil estar políticamente solo. Lo están los desplazados cuando abandonan todo, sin mirar atrás; también, los migrantes cotidianos de las fronteras artificiales con las que resguardamos los Estados, a pesar de las resistencias de las naciones. Nadie está más políticamente abandonado que los ancianos: improductivos para el mercado, costosos para el Estado; achacosos para las familias.
Dumm se pregunta: ¿qué significa la soledad? ¿En qué momento se convirtió en la pesadilla de los adultos? ¿Cuándo normalizamos la experiencia de hacernos invisibles frente a nuestros iguales?
No se trata solamente de hablar de los posibles riesgos a la salud que van aparejados con la soledad. Además, hay que replantear la forma de estar en el mundo, en las ciudades y en las colonias. La soledad ha dejado de ser una circunstancia individual y se ha convertido en una condición política que hay que enfrentar.
Aristóteles decía que sin amigos, nadie querría vivir. Tenía razón.
¡Feliz Día de San Valentín!

