Minorías

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Por:
  • larazon

Fernando Escalante Gonzalbo

No está claro a quién o qué representa el coordinador del PRD en el senado, Miguel Barbosa. Ni siquiera es seguro que coordine al PRD en el senado. El botón de muestra, un artículo sentencioso, enérgico, grandilocuente y confuso sobre el conflicto magisterial: después de hacer el elogio de Miguel Mancera dice que “las instituciones democráticas… tendrán que hacer un esfuerzo excepcional para abrirse al diálogo con la sociedad”, regaña al gobierno porque el desalojo del zócalo es un fracaso de la política, e incluso regaña un poco a los maestros porque “deberán encontrar formas de manifestarse que no obstruyan la convivencia social… y que garanticen la impartición de clases”. O sea, nada para nadie. Salvo que hay que dar su lugar a los grupos de presión.

No dice el señor Barbosa que esté de acuerdo con los maestros, sólo dice que hay que dialogar con ellos. No dice que le parezca bien que se ocupe el zócalo, sólo que no se debe desalojar a quienes lo ocupen. No dice qué piensa sobre la reforma educativa, pero pide unas cuantas “mesas de diálogo”. Entre las pocas cosas contundentes, una me llama la atención: “debe señalarse que el uso de la fuerza pública puede momentáneamente contener la protesta social, pero no resuelve el problema”.

Indudablemente, tiene razón. A menos que el problema que se quisiera resolver fuese la ocupación del zócalo. Por otra parte, el uso de la fuerza privada de la CNTE tampoco ha servido para gran cosa con respecto a la educación —si es que se trataba de eso.

La discusión sobre el conflicto magisterial arroja una luz bastante cruel sobre la clase política. La reforma educativa tiene problemas, algunos serios, que han señalado puntualmente unos cuantos académicos. Pero la CNTE no se refiere a ninguno de ellos, ni ha presentado una alternativa medianamente articulada, verosímil, concreta —nadie podría decir cuáles son los tres, cinco, diez puntos que defienden. Aparte del no a todo. El PRI y el PAN de momento se han encastillado en que la ley es la ley, y están a verlas venir. El PRD dice más o menos lo de Barbosa, y eso cuando se aclara. Y nuestra clase opinante está pasmada ante el dramático dilema que implica la confrontación entre el derecho de manifestación y el de libre tránsito (si quiere divertirse, póngalo usted al revés: ¿tiene derecho la policía a desalojar a un individuo que decida instalarse a media calle para protestar por lo que sea? ¿Y a cien, quinientos, dos mil individuos? ¿En qué momento ya no tiene derecho: a partir de cuánta gente, a partir de cuántas horas o días?).

La Jornada publicó hace unos días un artículo muy simpático de Massimo Modonesi que resume bien el drama de la izquierda. Empieza diciendo que la estrategia del gobierno para legitimar la reforma educativa “se orientó hacia el argumento de que las minorías deben aceptar el poder de decisión de la mayoría”. No concede ni una rendija: “Es evidente que en esta postura se expresa una lógica profundamente autoritaria que asume el principio de la imposición en tanto se justifique numéricamente…” Inaceptable. La lógica profundamente democrática va en sentido contrario, y respeta “el derecho de las minorías a tener un voto calificado cuando sus intereses inmediatos están afectados”. Es una joya retórica, un verdadero hallazgo, que tendrían que agradecerle los banqueros, los grandes empresarios, los líderes de sindicatos charros —es el país de las maravillas, donde las minorías ¿del cinco, diez, quince por ciento? tienen un voto calificado, que vale ¿cuánto? ¿Dos veces más, diez, cien veces más que el del resto? ¿O es de plano derecho de veto? Es la izquierda más moderna de la que se tenga noticia, de una intensidad democrática abrumadora.

Modonesi sigue (¿y por qué iba a detenerse?) y dice que en el 90 por ciento restante del magisterio “es más que probable que imperen… la pasividad resignada o el temor a romper la disciplina de un sindicalismo charro y corrupto”, y en cuanto a sus dirigentes, “habría que preguntarse si su adhesión [al SNTE, a la reforma, no está claro] no se debe también a la defensa de sus privilegios”. Contundente: de aquel lado hay resignados, borregos, cobardes y corruptos —es más que probable. El siguiente párrafo es más extraño, dice que “ha habido muestras contundentes” de que los disidentes expresan “el sentir de una parte importante de la población”, y añade que “habría que evaluar si realmente la mayoría de los mexicanos” está a favor de la reforma. Extraño, conmovedor, ahora lo que cuenta son las mayorías, y habría que preguntar lo que opinan: ¿mediante una elección, por ejemplo?

Sigue una pepitoria de “minorías representativas”, “sectores minoritarios pero significativos”, “minorías activas”, “grupos reducidos, apoyados por sectores importantes”, y desde luego, “mayorías imaginarias”, producto de un “espejismo procedimental” —es un laberinto muy extraño, donde la izquierda se busca a sí misma, con ganas de no encontrarse.