Mujeres dolientes

Mujeres dolientes
Por:
  • larazon

Claudia Guillén

Si bien el principal motor de la literatura es producir un efecto estético a través de relatos que nos sumergen en mundos paralelos también, es cierto, que esta disciplina ha permitido darle voz a circunstancias del pasado que se enuncian desde ya sea la ficción histórica o el ensayo.

En 2009 apareció la novela Yo la peor de la escritora Mónica Lavín en donde lleva a cabo un registro del mundo que rodeaba a Sor Juana. Así, a partir de diferentes puntos de vista de las mujeres que la acompañaban, la autora, nos adentra en las complejidades sociales que enfrenta el género femenino de aquellas épocas. Como es el caso el caso del personaje de Sor Cecilia, compañera de claustro de Sor Juana, quien tiene una historia por demás dolorosa y hasta desgarradora. Pues resulta que ella fue testigo de la infidelidad de su madre y al saberlo su padre puso orden, es decir, el castigo de la mujer infiel fue implacable: la envió por el resto de sus días a Belém; una suerte de manicomio de aquellos días donde se atendía a las mujeres que sufrían la enfermedad de tener “arrebatos de la carne”. Cecilia, siendo hija de ella, tuvo como único destino el convento. Pasados los años la monja se acerca a Belém para tratar de rescatar a su madre pero el espanto que le produce ese espacio donde la encuentra -más parecido a un hueco del inframundo- le quita la intención. Vio cómo su progenitora era una mujer vejada cotidianamente; que apenas vestía con unos trapos viejos que parecieran ser el emblema imborrable de su infidelidad.

En 1910 Porfirio Díaz inaugura La Castañeda un manicomio que estaba de acuerdo con las necesidades de su época. De este espacio y sus recovecos Cristina Rivera Garza escribió el ensayo La Castañeda. Narrativas dolientes desde el Manicomio General. México. 1910-1930 y en él, al igual que la novela que mencioné líneas arriba, Rivera Garza realiza un acercamiento exhaustivo a todo los que se daba en este siquiátrico.

La autora echó mano de las realidades paralelas al manicomio para ilustrar la época referida. Con ello el lector se entera de que los médicos utilizaban los atávicos antecedentes familiares para clasificar tanto a pacientes como a criminales, lo mismo que su perfil fisonómico y su género, con lo que ciertos diagnósticos tenían que ver más con lo moral que con lo científico. Me explico: Rivera Garza identifica, además, a los protagonistas de la psiquiatría mexicana moderna, que experimentaban sus conocimientos con esos individuos con vidas marcadas por la tragedia de la enfermedad o de la mala fortuna. Uno de los diagnósticos más recurrentes, por ejemplo, era el de “la locura moral”, aplicado normalmente a las pacientes femeninas. En él cabían todas las conductas que no se alineaban a los cánones morales de la época; era una forma de medir las transgresiones de la conducta femenina a las reglas establecidas por la rígida sociedad porfirista. Como nos lo explica Rivera Garza, la época alimentaba el orden social y moral, y el respeto por los valores familiares. Para hacerlo, se diseñaron iniciativas legales que aludían tanto a espacios urbanos como al ámbito social. Por ello la importancia de establecer un centro como La Castañeda, que aglutinara a quienes no cabían en esa estructura social: miembros de los grupos marginados, tanto económica como étnicamente, que a final de cuentas no eran sino “vidas rotas” que encarnaban una crítica viva al proyecto de la modernidad.

Como es claro ambos relatos hacen una alusión directa a cuál ha sido la circunstancia de muchas mujeres en nuestro país desde hace más de cuatro siglos. Sin duda, estos ejemplos ilustran el cómo la visión que se tiene del sexo femenino ha estado cargada por una estructura social que era definida por el sexo masculino. Es decir, las instituciones, salvo contadísimas excepciones, han sido manejadas bajo la lógica masculina que a su vez se ha alimentado, por lo menos en occidente, de premisas en donde la mujer aparece como un ser frágil; de la que se puede abusar y, por supuesto, totalmente prescindible.

No es mi intención caer en generalizaciones que no llevan a nada, únicamente me interesa ilustrar cómo se ha dado este fenómeno de la violencia contra las mujeres. Es decir, apenas, a través de estos dos ejercicios literarios trato de comenzar con una primera reflexión sobre este tema.

El 25 de noviembre es la fecha que fue elegida por las Naciones Unidas como el “Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer” para así no olvidar el asesinato, en 1960, de las tres hermanas Mirabal ordenado por el dictador Rafael Trujillo (1930-1961), y el de tantas otras mujeres que han sido víctimas mortales del abuso. La ONU trata sensibilizar ya sea a través de gobiernos e instituciones sobre el gran problema que existe de violencia contra la mujer.

Hemos avanzado pero todavía falta camino por recorrer y, tal vez, lo podríamos hacer juntos. ¿Ustedes qué opinan?

Nos vemos la otra semana, si ustedes gustan.

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Cristina Rivera Garza, La Castañeda. Narrativas dolientes desde el Manicomio General. México. 1910-1930, Colección Centenario, Tusquets Editores, México, 2010, 331 pp

Mónica Lavín. Yo la peor. Grijalbo, 2009, 391 pp