Palabras, palabras

Palabras, palabras
Por:
  • marcoantonioa-columnista

De personas doctas en materia de la lengua he escuchado que ésta se encuentra en permanente cambio y más vale acostumbrarse a los giros que se van imponiendo.

Confieso que esa advertencia nunca ha calado suficientemente en mí y me cuesta trabajo hacer uso del lenguaje en boga; aunque en muchas ocasiones no tenga más remedio, consciente de que nuestra circunstancia cultural lo propicia.

Pero, ocioso, como soy, en ocasiones me detengo a juzgar el uso extendido de algunos vocablos y su consecuente aceptación en la mayor parte de los ámbitos. Así que, a riesgo de aparecer como un vulgar reaccionario o encarnar una personalidad contraria al habla que se extiende entre nosotros como mancha de aceite en el agua, me aventuro a juzgar el uso de dos palabras.

1. Modelo. Trátase, según aprendí, de algo que constituye un punto de referencia para imitarlo o reproducirlo.

Pues bien, resulta que estamos rodeados de modelos. Algunos, con gran frecuencia, de origen gubernamental, y por allí llegamos a lo que hasta hace poco se proclamaba como el nuevo modelo educativo.

De repente, resulta que no era tal modelo y, por lo tanto, no es algo digno de imitación o reproducción, sino simplemente una estrategia con la cual se intentaba procurar mejoría a un sistema cuyo deterioro se ha venido acentuado al paso del tiempo, al grado de conseguir que los alumnos mexicanos del nivel secundario figuren en la parte baja de la tabla de la prueba internacional Pisa, con la que se evalúa a estudiantes de 72 países, con preguntas que en 1950 un alumno de sexto grado de escuela pública o privada hubiese podido resolver solventemente.

Sabemos que no era tal modelo, porque así lo han proclamado quienes se harán cargo de la administración pública en breve.

Algo similar habrá de ocurrir con el modelo energético mexicano, ampliamente proclamado, difundido y puesto a competir en el mercado.

2. Historia. Según me enseñaron mis mentores, se trata de la narración y exposición de los acontecimientos pasados y dignos de memoria.

Con apego a tal definición, es necesario que algo ocurra para saber, en el transcurso de los años, si resultó algo conservable en la memoria.

Pero en estos tiempos, todo se anticipa como histórico; lo mismo un concierto de rock que un gol de Messi o sucedáneos. Es más, se dice que habrá un acontecimiento histórico, aunque dos semanas después de haber tenido lugar nadie se acuerde ni del sitio en donde ocurrió.

Me hago cargo de quien está mal soy yo, porque resulta que ahora la historia se escribe por adelantado y en grupo. No hay que esperar, ni menos escarbar, en Heródoto o en León Portilla o en Hobsbawn; todo llegará porque así está correctamente concebido y ya es historia.

Por lo pronto, en aquello del lenguaje, el riesgo es que terminemos hablando en perro, como lo pronosticó Nikito Nipongo.