Los puertorriqueños sufrieron, el año pasado, dos desastres, uno político y el otro natural, aunque a estas alturas los términos podrían ser intercambiables. En abril de 2017, el gobierno de la isla se declaró en bancarrota con el fin de reestructurar una deuda de más de 70 000 millones de dólares, acreditada por una Junta de Supervisión Fiscal del Congreso de Estados Unidos. La quiebra del Estado Libre Asociado reveló una depresión sensible de los indicadores sociales y económicos del país: desempleo del 12%, tasa de pobreza del 45%, aumento de la emigración.
Bajo la administración de Donald Trump, la peculiaridad de Puerto Rico —ser un país latinoamericano bajo la jurisdicción territorial de Estados Unidos—profundiza aún más el dislocado estatus de la soberanía de la isla. El racismo antilatino de este gobierno también golpea a Puerto Rico
Luego, en septiembre del mismo año, dos huracanes, Irma y María, desolaron la isla. Sobre todo el segundo, María, destruyó la red eléctrica del país, dejando a la mayoría de la población sin electricidad y a la mitad sin agua, durante meses. En las Navidades del 2017, todavía el 40% de los habitantes de la isla carecía de comunicación celular. El gobierno de Donald Trump declaró la isla Zona de Desastre Federal, pero la ayuda de Washington fue muy lenta, limitada e ineficiente. El año pasado, dice el escritor puertorriqueño Eduardo Lalo, se quebró el mito de la “colonialidad feliz” de Puerto Rico.
La condición colonial de Puerto Rico, que durante la Guerra Fría el Estado Libre Asociado intentó compensar con una mezcla de desarrollismo económico, bienestar social y autonomía cultural, se ha reafirmado en las últimas décadas. Una de las más terribles consecuencias de esa recolonización de Puerto Rico es la invisibilidad de su trama en los medios occidentales. En Estados Unidos, el tema se trata como un caso menor o periférico en el orden doméstico, pero en Europa y América Latina, la realidad puertorriqueña es cada vez más desconocida, por una rígida o mecánica localización de la isla dentro de los asuntos internos de Washington.
[caption id="attachment_699223" align="aligncenter" width="1068"] Ricardo Rosselló, gobernador de Puerto Rico, Donald y Melania Trump, en un recorrido en la isla, tras el paso del huracán María, en octubre pasado. Foto: AP[/caption]
Desde los tiempos del régimen español, que en el Caribe se extendió hasta 1898, lo colonial no está determinado, únicamente, por la posesión o limitación de soberanía sino por el tratamiento del súbdito de la colonia como ciudadano de segunda. Bajo la administración de Donald Trump, la peculiaridad de Puerto Rico —ser un país latinoamericano bajo la jurisdicción territorial de Estados Unidos— profundiza aún más el dislocado estatus de la soberanía de la isla. El racismo antilatino de este gobierno también golpea a Puerto Rico.
Más desconcertante y, potencialmente, más peligroso es que esa invisibilidad se reproduzca en los propios medios latinoamericanos y caribeños. No me refiero a los medios hispanos o latinos en Estados Unidos, que sí dan cierta relevancia a los asuntos de la isla, sino a los grandes periódicos y televisoras de México, Brasil, Argentina, Uruguay, Chile, Perú o Colombia. Las pocas veces que Puerto Rico aparece protagónicamente en medios cubanos o venezolanos es para confrontar a Washington desde un independentismo que sólo respalda una pequeña minoría política dentro de la isla.
Las pocas veces que Puerto Rico aparece protagónicamente en medios cubanos o venezolanos es para confrontar a Washington desde un independentismo que sólo respalda una pequeña minoría política dentro de la isla
En un ensayo reciente, en el interesante sitio 80 grados, el profesor de Princeton, Arcadio Díaz Quiñones, recuerda la persecución del FBI contra el líder independentista Pedro Albizu Campos y sostiene que el peor efecto de la invisibilidad de Puerto Rico es que se proyecta sobre la historia de la isla, una experiencia entrelazada con la propia historia de América Latina y el Caribe. Cuando los grandes medios y, también, las grandes instituciones culturales y consorcios editoriales de la región eluden a Puerto Rico, como asunto exclusivo de Estados Unidos, incurren en una suscripción acrítica de esa colonialidad de la isla.

