Regreso a Libia

Regreso a Libia
Por:
  • larazon

Bertrand de la Grange

Coches bomba, abusos de las milicias, santuario de terroristas islamistas, tráfico de armas, parálisis de la producción petrolera… Todas las informaciones que llegan de Libia indican que había más estabilidad en tiempo del coronel Muamar Khadafi, que ejerció una dictadura férrea sobre su país durante 42 años hasta su asesinato por los rebeldes en octubre de 2011.

Y, sin embargo, un recorrido por esas tierras desérticas atiborradas de petróleo obliga a matizar esa percepción. Casi dos años después de su revolución, Libia no se ha convertido en democracia ejemplar, pero tampoco es un Estado fallido.

En tiempos de Khadafi, el Estado era omnipresente y despótico. Los mujabarat —la policía política— lo contralaban todo y reprimían la más mínima expresión de inconformidad. Hoy, no se ve al Estado por ninguna parte. Las fuerzas de seguridad se han esfumado. En su lugar, los rebeldes y sus innumerables milicias se han repartido el país. El proceso para integrarlos en la nueva policía y el Ejército está en marcha, pero queda mucho por hacer.

Mientras tanto, el país da la impresión de vivir un caos permanente, que se extiende más allá de la frontera con Túnez, donde los contrabandistas mandan. Desde Libia llevan neumáticos, repuestos de automóviles, telas y un sinfín de productos que no pagan ningún impuesto. Cientos de puestos exponen la mercancía a lo largo de la carretera internacional. Las autoridades de ambos lados hacen la vista gorda. La supervivencia de las poblaciones fronterizas y la paz social dependen de ese comercio ilegal.

En Libia la gasolina es más barata que el agua embotellada. El litro cuesta apenas 12 centavos de dólar. En Túnez, ocho veces más. Consecuencia: los traficantes llevan a Túnez enormes cantidades de gasolina, y los libios se quedan sin combustible en la zona fronteriza. A esto se agregaban hasta esta semana los efectos de una huelga que ha paralizado la producción petrolera nacional durante dos meses.

Más que una huelga, fue un pulso entre el Gobierno central y los militantes “federalistas” de la principal zona de producción de hidrocarburos, la Cirenaica, que exigen una amplia autonomía administrativa. Al impedir las exportaciones de petróleo durante tanto tiempo, los huelguistas armados han provocado un enorme agujero en las finanzas del Estado. A pesar del costo para Libia, que ha perdido 7,500 millones de dólares con esa acción, el Gobierno no quiso intervenir por la fuerza, para no provocar “más derramamiento de sangre” en un país que está saliendo de una guerra.

Lo mismo acaba de pasar con el agua, que ha sido cortada durante dos semanas en Trípoli a raíz del secuestro de la hija del ex jefe de los servicios secretos de Khadafi, Abdalá Senoussi, actualmente detenido. La tribu de los Senoussi —el poder tribal sigue siendo importante en Libia— controla la zona de Sabha, donde se extrae el agua del subsuelo. El agua volvió a la capital cuando las autoridades consiguieron la liberación de la joven secuestrada.

Esos incidentes demuestran la debilidad del Gobierno y el poder de las milicias, que se resisten a entregar sus armas, algunas porque se ven como los únicos garantes de la continuidad de la revolución, y otras porque usan su poder para sus venganzas personales o para cometer actos criminales.

Algunos libios, sobre todo en el sector empresarial, se desesperan ante la dictadura de los grupos armados, que practican detenciones arbitrarias. Los jefes de milicias se justifican con el argumento de que en ausencia de una fuerza de policía, alguien tiene que encargarse de las funciones de seguridad y capturar a los miles de criminales liberados de las cárceles por Khadafi en un vano intento por frenar la revolución.

A pesar de todo, la situación ha mejorado. De noche, ya no se oyen las incesantes ráfagas de ametralladora en las calles de Trípoli o Bengasi.

Ahora, la mayoría de las explosiones son producidas por los cohetes festivos de los niños y los fuegos artificiales que acompañan sistemáticamente las bodas.

“Lógicamente, la prensa internacional sólo reporta los acontecimientos violentos, las noticias malas”, dice resignado el redactor jefe del Libya Herald, Sami Zaptia, que ha vuelto a su país después de un exilio de más de treinta años en Inglaterra y ha creado el año pasado ese periódico digital. “Nadie habla de nuestros pequeños éxitos, de las empresas extranjeras que empiezan a invertir aquí”.

El Libya Herald, con un equipo de apenas diez periodistas, es quizá uno de los mejores ejemplos de esos pequeños éxitos. Con un millón de visitas al día, la mitad desde el extranjero, ese periódico digital es ya la fuente más consultada sobre Libia y una de las más fiables. Es una señal alentadora en esa transición difícil.

bdgmr@yahoo.com