Reinventor de la fábula

A 100 años de Augusto Monterroso, el patrono de la palabra mágica

El narrador es autor de libros inclasificables y enigmáticos; en La oveja negra y demás fábulas consolida un estilo enclavado en el formato del apólogo y destaca un alegato receloso y reflexivo de la vida carente de protocolos y presunciones

El también ensayista, en una fotografía de archivo.
El también ensayista, en una fotografía de archivo.Foto: Especial
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Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”, enigmático texto escrito por Augusto Monterroso (Tegucigalpa, Honduras, 21 de diciembre, 1921-CDMX, 7 de febrero, 2003), quien hoy cumple 100 años y siempre sostuvo que “la vida no es un ensayo, aunque tratemos muchas cosas; no es un cuento, aunque inventemos muchas cosas; no es un poema, aunque soñemos muchas cosas. El ensayo del cuento del poema de la vida es un movimiento perpetuo: eso es, un movimiento perpetuo”. Monterroso en el gesto vital de un aticismo de puntual atisbo decoroso desde señales deleitables e irónicas, presentes en cada una de las ficciones que publicó.

Originario de Honduras y nacionalizado guatemalteco, escribió casi toda su obra en México, donde se vio conminado a exiliarse en 1944 por las actividades emprendidas en contra de la dictadura de Jorge Ubico. Regresó a Guatemala durante los gobiernos de Juan José Arévalo (1945-1950) y de Jacobo Arbenz (1950-1954). Renuncia al servicio diplomático guatemalteco tras la invasión estadounidense y el derrocamiento de Arbenz, se refugia en Chile durante dos años. Establece residencia en México de manera definitiva en 1956.

Traba amistad con Juan José Arreola en la estadía como becario del Colegio de México, bajo la rectoría de Alfonso Reyes. Lecturas de los clásicos griegos y romanos; perfeccionamiento formal de una prosa impar presente en Obras completas (y otros cuentos), de 1959. Los lectores son testigos de un imaginario que no tenía inmediación con ningún escritor de la época. Trece relatos incitantes y raros en lindes con la sátira: sobresale “Mister Taylor”, pequeña obra maestra: radiante y sutil alegoría de la hegemonía norteamericana y la subordinación al imperialismo en Latinoamérica.

La oveja negra y demás fábulas (1969): consolidación de un estilo enclavado en el formato del apólogo, momento crucial de la literatura en lengua española: la fábula sin moraleja en el despliegue de un alegato receloso y reflexivo de la vida carente de protocolos y presunciones (“El sabio que tomó el poder”, “Monólogo del mal”, “La cucaracha soñadora”, “El espejo que no podía dormir”...). Aparecen de manera consecutiva varios volúmenes de cuentos, prosas y parábolas, a veces ilustrados con sus dibujos (La palabra mágica, 1983; El grillo maestro, 1983;  Literatura y vida, 2003...).

Movimiento perpetuo (1972): ensayo, digresión, divertimento, relato: mosaico de inventiva asombrosa (“Hay tres temas: el amor, la muerte y las moscas. Desde que el hombre existe, ese sentimiento, ese temor, esas presencias lo han acompañado siempre”). Su única ¿novela?: Lo demás es silencio (1978) —“La vida y la obra de Eduardo Torres”—: extraño empalme de biografía simulada y coctel literario. Muestrario de San Blas (alegoría de los países latinoamericanos) en su vida social, política y cultural.

La letra e (1987): diario informal, imaginario, que diserta más que todo, de literatura y no de intimidades personales. La palabra mágica (1983): agudas y antisolemnes reflexiones críticas sobre escritores (Quiroga, Cardenal, Cardoza y Aragón, Joyce, Charles Lamb, Shakespeare, Quevedo, Góngora, Asturias...). Los buscadores de oro (1993): viva fotografía familiar dilucidada en las emociones; La vaca (1998): la vida como una fábula a través de un humor impío y asimismo, indulgente. Presencia de “El árbol”: puntual poética del relator a partir de los conceptos de Poe. Pájaros de Hispanoamérica (2002): semblanzas de escritores, “trazos de ciertas huellas atrapadas por mi pluma como único testigo”.

Recordamos hoy a un fabulador de quien nunca alcanzaremos a “definir qué clase de escritor fue ni cuáles fueron los extraños vericuetos que lo condujeron a encarnar esa forma discreta y perenne del ingenio” (Christopher Domínguez Michael). Obra depurada y deleitable, vocación marcada por una voluntad renovadora imbuida en las formas breves, fragmentarias y aforísticas fiel a los modelos clásicos: de Esopo a Quevedo, de Montaigne a Lamb, de Poe a Borges. Fecundidad y encantamiento. Patrono de la palabra mágica: estilete para arremeter contra la petulancia y la sosería humana.