El corazón es un corzo herido

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Félix Luis Viera (Santa Clara, Cuba, 1945) tiene en su pecho un gamo blanco que nos mira con los ojos aturdidos. He conocido en él los avatares de la persistencia. He visto en la fijeza de sus ojos al artesano que teje los cordeles. He sido testigo en sus pupilas de la perseverancia y los empeños. Félix es un soldado de la constancia. Lo he visto refugiado en la confidencia.

He sentido la blandura de su rabia. En el mercado de Mixcoac se ha tomado presuroso un jugo de tamarindo rendido por la sed de su amor por Cuba. Félix desanda en el barranco como si nada. Félix canta un bolero sin ton ni son bajo la llovizna. Félix moja el silencio. La patria de Félix es una naranja.

Félix regresando. Félix mordiendo la siesta de la tarde. Félix entre los toronjiles y los pescados entre las calabacitas y los turrones entre los cilantros y los camotes entre los esplendores y la tristeza entre los zapotes y las mandarinas. Félix “bajo esta llovizna / en medio de este frío / entre estas calles anchas y arboladas / brillantes por el asfalto negro” como un niño mientras “el polvo espera, / teje la última palabra”. El corazón es un corzo herido. El corazón del Rey (Innovación Editorial Lagares, 2010) es la novela de Magalí y de Robertón y de Benito y de la Samaritana y de Bijirita y de Santa Clara y de la lluvia y del dolor y de la curda galopante y de Majanita y de la fiesta y del desengaño y de las procesiones y de la soledad y de Cuba… Hay una pregunta persistente en la escritura de Félix Luis Viera: “¿Se habrá de detener tu corazón?”. Al autor de Con tu vestido blanco le preocupa que paralicemos la marcha y no tengamos la entereza de prolongar la cabalgata. El mar nos espera con las espumas latentes. “Me duele el pasado y todo el pasado como una llaga / que se abre, que se abre” en medio de una presencia que nos devora. El corazón del Rey es un desboque, un ajuste de cuenta con el tiempo. Félix Luis Viera sabe que hay “ese humo de estraza” que quiere borrar el horror. La escritura embala el corazón. El ciervo herido con los ojos precipitados mira las luces del horizonte cada mañana.

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