ADIÓS

ADIÓS
Por:
  • raul_sales

No hubo túnel, luz, música celestial, no hubo nada que indicara la transición, fue un parpadeo, un dolor intenso, luego su ausencia, la ausencia de todo dentro de todo, dependemos tanto de nuestros sentidos que, de pronto dejar de oler, sentir, oír y ver es demoledor en nuestra consciencia, es lo primero que nos define, el tenue resplandor rojizo de nuestra gestación, acompañado del rítmico palpitar, la voz de nuestra madre y la calidez protectora del líquido amniótico, primero sentimos, luego razonamos, no sé si sea lógico pero, suena justo que al final, tan solo permanezca la razón sin el sentido. Sí, el final, he muerto, lo sé con esa certeza que no se explica, que se sabe incluso antes de que todas las piezas del rompecabezas encajen. Curioso, el miedo se siente por una reacción química ante una situación externa que detona, otra reacción química que nos prepara para huir. No obstante, sin un cuerpo, solo queda el recuerdo de lo que se siente y sin el coctel de sustancias es solo eso... un recuerdo.

No sé cuanto tiempo pasó, esa es otra cosa que depende de los sentidos, sin ellos el tiempo deja de tener forma de medirse y tampoco tiene mucha utilidad, un segundo podría ser un año, un día, una eternidad o quizá, a la inversa.

Es complicado vagar entre la nada, aunque vagar es un término relativo pues en la nada no hay punto de referencia, bien puedes moverte a velocidades inconmensurables o permanecer estático, es igual, da igual. Dicen que al morir pasa tu vida frente a ti, no es así, no pasa nada, es que no hay nada que hacer más que recordar tu vida y te desglosas y te destrozas para luego unir los pedazos rotos y hacerlos añicos otra vez, te flagelas y en lo que fue tu condición humana que ya no es, maximizas, magnificas lo malo, el error, el dolor y todo es razón así que no queda nada que justifique la mentira piadosa pues no queda nada de la intencionalidad de ahorrar dolor, solo queda la mentira, te ves desde dentro como nunca antes te viste, como nunca antes pudiste, no hay distractores, no hay paliativos, no hay consuelos, justificaciones, contextos ni amortiguadores, solo tú, tu crudo, desnudo y real tú.

Un segundo, un minuto, un día, un año, no sé cuanto sea el tiempo en que pasé agitando el látigo de mi desprecio sobre mis acciones, sobre mis decisiones, ese desmenuzarme me hizo llegar a la conclusión de que si tengo consciencia después de muerto es que si existe algo más allá y si no hay un castigo o un premio solo quedaba la opción del tránsito, del menospreciado y tirado a menos área gris del más allá, el purgatorio. Solemos creer que la mediocridad es un estado de paz, no sobresales y así nadie te ataca, no eres malo pero tampoco realizas buenas acciones, no eres cruel pero tampoco evitas la crueldad de los demás, no haces, no dices, no te metes para no ser el responsable de la solución y así te vuelves la causa del problema. El peor juez es uno mismo y si no hay nada más, eres acusado, juez, jurado y ejecutor.

En el peor momento, hecho ovillo mental, sentí un aroma, no tienen idea de lo maravilloso que era volver a sentir algo, volver a oler algo, dicen que nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde, dicen bien, si hubiera podido llorar, seguramente las lágrimas brotarían sin reparo. El aroma era conocido pero, sin que llegara a relacionarlo como algo mío más que de manera circunstancia, no importaba era un aroma y me atrajo irremediablemente, pensaba que aún fuera un hedor insoportable, el simple hecho de oler también me atraería, no era el caso, el aroma era dulzón, agradable, perfectamente definido y venía de una sola dirección, la dirección a la que me dirigía sin saber como lo hacía o siquiera si me acercaba.

Después de un instante o una eternidad, apareció una luz, una guía, una referencia visual de distancia, una luz... no saben lo maravilloso que es ver luz, después de no ver en lo absoluto.

Ahora aparecían otros aromas, esos si los relacioné directamente, eran aromas que me habían hecho gruñir de hambre y babear de antojo y al fin todo encajó, el verme en el espejo y a través de su cristal, ver lo que estaba puesto, mis cosas, las flores de cempazuchitl, la comida, la sal, el agua, nunca le di importancia a los altares, era una forma de pasar el tiempo y nada más, “una tradición”, una mezcla de culturas que nos daban identidad propia pero, no ahí estaba el motivo, el aroma me atrajo, la luz me guió, sentí el agua, sentí sabores olvidados y los vi, mi familia, mi mundo entero y después de haberme desgarrado hasta el agotamiento y apaleado de manera constante, supe que no podía irme sin pedir perdón, sin dar perdón, sin recibir perdón, no podía irme mientras tuviera mis pecados lastrándome pecados que no tienen nada que ver con ninguna religión pero, que tienen que ver todo con nuestra condición de humanidad y con saber que si hay algo más, no sé si divinidad o eternidad, si consciencia universa o energía pero, no importa, ahora no importa nada, veo a través del cristal del espejo el rostro del más chico de mis hijos, de mi travieso pequeño, se queda viendo mi foto, luego el espejo, luego la foto y sus ojos se iluminan, corre a buscar a su hermano mayor, vienen pelando, como siempre hicieron, su amor apache, golpe, abrazo, golpe otra vez, me señalan y ambos me ven, no sé como pero lo hacen, se ríen, lo veo, no puedo escucharlos pero los veo y río con ellos, siento, por Dios, siento y entonces entre risas una lágrima cae, mi lágrima que humedece la sal y hace ondas en el estanque de agua, mientras sus agudas voces resuenan en un “papi te quiero”... No era perdón lo que venía a buscar... era perdonarme por dejarlos... Están bien... los extraño... me extrañan... pero están bien y eso es todo lo que importa, todo lo que me importa... ahora puedo irme... adiós bebés... adiós... a Dios.