El dolor debajo del sombrero rompe la cuarta pared

Una pequeña plataforma gris con un poco de inclinación es el espacio en el que se desarrolla una extraña, poco convencional, pero del todo fascinante historia teatral que se interna por los recovecos olvidados de la memoria, en los cuales se abandonan las preguntas, las ambiciones, los gustos y puede que también hasta la propia infancia.

Actualmente, en temporada en La Gruta del Centro Cultural Helénico, El dolor debajo del sombrero, autoría y dirección de Martín Zapata, desarrolla un juego entre géneros literarios y etapas de madurez para brindar una profunda reconciliación con el pasado, con aquellos fragmentos que se quedan en espera de ser recordados.

En la cabeza de Antonio viven varios personajes. Al ser un escritor, su mente está plagada de personas que sirven para sus historias, que nacen de rasgos propios y otros ficticios. Viven y desaparecen de acuerdo a su conveniencia y etapas de su vida. En su cerebro dialogan al mismo nivel la juventud, la madurez, el deseo y la sensatez.

Lentamente (en escena) a la luz de la memoria, aparecen vestidos elegantemente de negro, el dramaturgo Jeremías y el cuentista Daniel, quienes asisten a una dinámica-repetición (con ciertos dejos infantiles) de juegos literarios basados en dichos adivinatorios, frases al azar, asociaciones de ideas e historias para pasar el tiempo en ese vertedero creativo, en el cual quedaron rebasados por la realidad.

En esa zona gris (que no es olvido ni recuerdo), el Humano-Dios-Antonio les da vida a estos personajes, abandona a sus creaciones por miedo al amor, retos y sacrificios de su propia profesión. Llega momentáneamente la oscuridad de la muerte, y aparece Ana, quien es objeto de deseo y realidad; ella es una trama que acciona peripecias que ocurren dentro y fuera de la cabeza del autor.

Los actores Adrián Vázquez, Tadeo Zapata y Ana Corti son acompañados por el pianista Baldomero Jiménez y, al final, se les une el propio Martín Zapata para confrontar sus propios demonios y logros, para sentirse vivo en la escena y fuera de ella.

Completan el equipo creativo: Mario Marín del Río (escenografía), Joaquín López Chas (diseño sonoro y música original), el mismo Del Río y Andrea Novelo (vestuario) y Eduardo Mier (iluminación).

Concebido en 2005 y reelaborado en 2019, el texto plantea una situación insólita que detona múltiples pensamientos desempolvados por los pasos de alguien que tiene un intenso dolor de cabeza, siente cerca la muerte y quiere reconciliarse consigo mismo.

En las obras de Martín Zapata, el espectador especula, intuye, no tienen claro que sucede, y ese espíritu le permite al autor jugar, divertirse en una mezcla de manías, deseos y pensamientos que se agolpan en una pared repleta de cabezas de un moderno tzompantli, un altar dedicado a la vida como el mismo teatro, una oda a la creación.

Autor de piezas como El siniestro plan de Vintila Radulezcu y El convivio del difunto, Zapata retoma “elementos autobiográficos” para desarrollar la presente puesta en la que el dramaturgo/director rompe la cuarta pared para entrar a escena y dialogar con sus personajes mientras juntos observan en el horizonte a un niño escribiendo frente a un lago en medio del bosque, sin saber que en su cabeza hay un torrente de ideas que se materializarán en palabras hechas cuentos, obras teatrales y guiones cinematográficos.

AG