EL BIEN DE LA MAYORÍA

EL BIEN DE LA MAYORÍA
Por:
  • raul_sales

A-170321 estaba destinada a cosas grandes, al menos así se lo había dicho su madre desde que había nacido, siempre le pareció curioso que se siguieran usando apelativos como “madre”, “padre”, “instructore” y “contralore” en nuestra sociedad igualitaria y perfecta en que hasta los nombres propios se habían dejado de lado para evitar que uno fuera más lindo o rimbombante que el otro.

El instructore recitaba la letanía de inicio y aunque ella lo hacía de igual forma, su mente divagaba mientras pronunciaba las frases que había repetido desde que pudo hablar “Creo en la igualdad, en que no hay arriba ni abajo sino solo el compañere de a lado. Juro defender la justicia de la equidad y en ello entrego mi decisión. Espero alcanzar el equilibrio de la medianía y lucharé con la tentación de ser más y la comodidad del ser menos. Acepto la petición encarecida de mi abnegado contralore y la verdad en la enseñanza de mi instructore. Mis pensamientos son de todos, mis acciones para todos y mi ser, por consiguiente... también”.

El instructore de ese ciclo era mucho más estricto que la anterior, lo primero que había hecho era cortarle el cabello a la medida estándar pues les niñes debían tenerlo igual y solo se le permitiría tenerlo largo después de cumplir la mayoría de edad a los 25. Cuando el instructore lo cortó, reprimió una lágrima por el recuerdo de la mañana donde su madre le cepillaba los sedosos rizos mientras le cantaba una canción. Su mamá nunca había sido el ejemplo igualitario que se esperaba y por eso se le había llamado la atención en diversas ocasiones, papá se había preocupado y había solicitado un permiso médico para ella lo que significaba que tendría que trabajar doble turno para suplir la cuota familiar. Extrañaba a su papá, antes jugaba con ella y ahora, en los escasos momentos en los que lo veía, lo veía agotado e irritable por la pesada exigencia. A-170321 no pensaba que fuera muy equitativo el que a ella le quitaran a un padre y a su madre la enclaustraran en su hogar pero, tampoco era tan tonta como para decirlo públicamente, así que, se aguantó el llanto y siguió con lo que se esperaba de ella, lo que se esperaba de todos.

-Maje está durmiendo ya.-

-Deja de llamarla así, si se te llega a salir en un lugar público tendremos problemas.-

-¿En un lugar público? ¡Con trabajo salgo de casa!-

-Es por tu bien amor, una sanción de conducta más y entonces no podríamos pasar tiempo juntos.-

-No lo hacemos de todas formas, es absurdo que quieran que cumplas una jornada de 16 horas. ¡Te están matando!-

-Cielo, no pasa nada, solo es para que pase un poco de tiempo y se olviden de tus deslices.-

-¿Deslices? El maldito contralore misógino me hizo propuestas asquerosas ¿Querías que me quedara como si nada?-

-Lo hubieras reportado.-

-Sabes que la igualdad no es igual para todos, que hay unos que son más “equitativos” que otros y que, a pesar de la mentira repetida mil veces hasta ser verdad, es solo “verdad” para los que estamos abajo y no “a lado del compañere”.-

-Tienes que comportarte.-

-Y hacerlo es fallar como madre, mira que llamar con números a nuestros hijos para que no exista distinción es lo más retorcido de nuestra maldita sociedad.-

Siempre era la misma discusión, A-170321 odiaba que sus papás pelearan, y odiaba más no entender la mitad de ello, aunque, aún a pesar del pleito, siempre sentía una calidez especial cuando escuchaba su nombre... Maje... lo paladeaba, lo sentía en las entrañas, era ella y tenía un sentido de pertenencia, cuando se decía o escuchaba su nombre, entonces si creía en las frases de su mamá cuando le decía que era una niña especial destinada a hacer grandes cosas pero, al amanecer, todo acababa, se enfundaba en su mono de un gris perfecto, se colgaba la mochila negra igual a la de millones de estudiantes y empezaba su jornada en una terrible e igualitaria monotonía en la que no podías expresarte porque serías sancionado, no podías llevar una cinta de color porque eras vanidosa y la vanidad era la precursora de la desigualdad, o llevar un panecillo de los que hacía su madre a escondidas porque, primero tendría que partirlo en 30 pedazos iguales para repartir entre sus compañeres y luego, recibir una reprimenda física por romper las reglas de cordialidad, civilidad e igualdad que regían en el centro de enseñanza MCE4-312.

El instructore arriaba a les niñes a sus horas de servicio comunitario, para él era un tiempo desperdiciado eso de estar chapeando, pintando banquetas, visitando los “centros de pausa utilitaria social por motivos de funcionamiento cronológico”, esa era otra cosa, ponerle nombres políticamente correctos a lo que siempre se había conocido como “asilo de ancianos”... “asilo de ancianos y ancianas”... “asilo de ancianes”... “retiro de adulto mayor”... “descanso de...”... y así ad nauseam. Odiaba salir del aire acondicionado pero, ni por asomo pretendía quejarse, aún tenía fresco en su memoria el día en que se decretó la ley de la verdad y los medios de comunicación fueron tomados por las buenas o por las malas. Ese día había estado enfermo así que no fue a su trabajo como editor C lo que le salvó de terminar colgado en los postes de la av. central como recordatorio de que la mentira no paga. No, él nunca diría nada y se quejaría en silencio.

A-170321 era la más feliz de ir al Cepausfuncro, los viejitos siempre le revolvían el pelo y le pedían que los llamara abuele, ella no conoció a sus abueles así que disfrutaba enormemente las historias de cuando teníamos nombre, de como antes una mujer podía pasar horas escogiendo los colores de sus vestidos para que hicieran juego con los zapatos o como los hombres podían usar el mismo traje hasta el cansancio y solo cambiar la corbata. Un mundo de nombres y colores, sabía que eso era contrario a la igualdad y que quizá por eso habían sido tiempos violentos pero, debió haber sido lindo caminar vistiendo un color rojo intenso y saber que si te veían sería solo para admirarte y no para denunciarte ante un contralore en aras de la igualdad y la paz.

-¡Maje!- gritó la anciana. El silencio que se hizo fue absoluto. -¡Maje ven!- gritó nuevamente mientras el instructore buscaba un responsable del centro.

A-170321 no sabía que hacer, hacía unos momentos soñaba con un vestido rojo, ahora el rojo estaba presente en sus mejillas. Se acercó a le abuele, si solo hubiera dicho el nombre hubiera sido un escándalo pero se atribuiría a senilidad, pero el que la viera fijamente y la señalara llamándola constantemente no dejaba lugar a duda a quien se refería. A-170321 caminó en medio de las miradas de sus compañeres. A-311220 la veía divertido pensando de que manera le restregaría en la cara la falta, si tenía un enemigo, él lo sería. Nunca le había dado motivo pero sabía que él conocía lo de su mamá pues su padre trabajaba con el suyo y eso, sumado a lo de hoy, le daría el argumento perfecto para atosigarla constantemente desde el escalón de moralidad ficticia en la que solo quería “su bien”.

En una sociedad equitativa e igualitaria, pesan las diferencias y el pecado de los padres, A-170321 no lo sabía pero, lo aprendería y lo haría de la manera más humanitaria posible, una donde no tendría la mala influencia de su madre, una donde estaría aislada de la sociedad hasta que pudiera entender que las diferencias son el mayor pecado, donde podría gritarse su nombre y este sonido ingrato no saldría de las paredes insonorizadas del centro de capacitación especial pues, si algo habían aprendido los contralore era que los mejores de entre ellos, eran los que eran quebrados en mil pedazos y reconstruidos de una forma en la que recordaran sus diferencias pero las odiaran, así era mejor pues, solo quien reconoce su propia falibilidad puede corregir a los demás.

Maje... Maje... Maje... su nombre tenía algún significado... antes lo sentía... ahora solo encontraba un hueco en el estómago y el odio profundo hacia quien la había nombrado así pues la había hecho diferente, ajena a una sociedad en la que nunca habría encajado y en esa falta de lugar le habían provocado el dolor físico indescriptible de la burla hacia lo que ella había considerado solo suyo. Algo había que reconocerle a la señora a la que había llamado madre, tenía razón en decirle que estaba destinada a cosas grandes y no hay nada más grande... que el bien de la mayoría por encima de la individualidad egoísta del “yo”.

-A-170321, es un honor entregarle el titulo de contralore esperando que sirva a una sociedad  que aún necesita límites, en que debemos cambiar la preocupación por ocupación. Por favor recite su juramento.-

-“Creo en la igualdad, en que no hay arriba ni abajo sino solo el compañere de a lado. Juro defender la justicia de la equidad y en ello entrego mi decisión. Alcanzaré el equilibrio de la medianía y lucharé con la tentación de ser más y la comodidad del ser menos. Acepto la obligación encarecida de encauzar la verdad para el beneficio de la mayoría, en espera de conseguir su totalidad. Nuestros pensamientos son los de todos, nuestras acciones para todos y dejo mi ser, para nuestro bien... para el bien de la mayoría”.-