“El rigor de la poesía”: David Huerta*

“El rigor de la poesía”: David Huerta*
Por:
  • miguel_angel_munoz

El proyecto poético de David Huerta ( México, DF, 1949) parece fundarse en el empeño de no abandonarse a la creación de poemas y avanzar, en cambio, incesantemente como el despliegue de un discurso. Este proyecto representa una ruptura radical. No está de más añadir que la prueba de esa radicalidad está en su carácter personal", dice Aurelio Asiain de la poesía de David Huerta. Para comprender el habla poético, Martín Heidegger explica: "El habla del poema es esencialmente multívoco. No'entenderemos nada del decir del poema mientras vayamos a su encuentro meramente con el sentido entumecido de un mentar unívoco". El discurso de David Huerta lo de-muestra en Cuaderno de noviembre, donde prueba diversas reflexiones frente al poema. Podríamos pensar por ello, que al igual que Lezama Lima, su obra está llena de teorías. En su libro La sombra de los perros, Huerta nos presenta una serie de poemas breves, com-pactos y en momentos brillantes. Los textos tienen una continuación entre sus anteriores libros (Cuaderno de noviembre e Incurable), es decir, hay esa búsqueda entre la materialidad de la escritura por sí misma o del signo del poema sin el significado: "Con algunos amigos juego a enlistar las 10 o 20 palabras más bonitas del idioma y, por lógica, las más feas. Lo que resultaba en poemas bonitos era porque las 10 palabras de cuántos sustantivos hemos enlistado, cuán-tos verbos, cuántos monosílabos, cuál es el color vocálico de esta lista. Todos esos juegos eran con la materialidad del idioma, con la materialidad del lenguaje, gratuitos y que no sirven para nada, y es muy difícil o prácticamente imposible im sertar en el circuito del mercado, como dice Pier Paolo Pasolini, pero que nos ayudaban, nos ayudan todavía a vivir. Lezama Lima dice:

'Para mí, un escritor es alguien que se acerca a las cosas por atracción y se aleja de ellas por repulsión'. Esa idea que está expresada con tanta claridad y contundencia está llena de implicaciones. A mí me produce inmediatamente la imagen de un niño; quizá de lo que está hablando Lezama es de lo que Freud llamaba el polimorfismo perverso, que no quiere decir nada más que los niños o los poetas buscan su satisfacción inmediata en lo que les gusta y evitan lo que les disgusta”. Poeta, traductor, y ensayista. Realizó estudios de Filosofía y Letras Inglesas y Españolas en la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha publicado, entre otros, los li-bros de poesía: El jardín de la luz; Cuaderno de noviembre; Huellas del civilizado; Versión; El espejo del cuerpo e Historia, Premio de Poesía Carlos Pellicer, 1990. Fue becario del Centro Mexicano de Escritores (1970-1971) y de la Fundación Guggenheim (1978-1979)

¿Cómo han influido en ti, al igual que tu maestro Lezama, la fundación de las imágenes en tu poesía?

-En ese sentido soy un escritor de poesía tradicional; no sé si estoy contento o no, hago lo que puedo, pero siento que las vanguardias que conozco, las vanguardias de antes, las de ahora y quizá las de pasado mañana, me rebasan constantemente. Quizá estoy anclado en el tradicionalismo de la imagen, y según las vanguardias, la imagen ya no da de sí; cosa que no acabo de creer, porque si lo creyera no escribiría como escribo, con imágenes; incluso diría que lo que hago es una poesía de imágenes, una poesía de metáforas, de símiles, de metonimias, de todo tipo de tropos, de figuras del lenguaje, que en esa medida es tradicional, pero que está fundada, más que en el culto o la devoción de la imagen, en la certeza de que todavía a través de imágenes podemos decir cosas que nos ayuden a vivir un poco al margen del mercado.

Dos aspectos importantes en tus libros son la reflexión acerca del acto de escribir, y el hecho que mencionas en Incurable: "corregir es destruir", ¿cómo se dan estos procesos en tu trabajo?

-Una de las cosas que habría que poner en duda es lo que llamaría la "finalidad" y, más todavía, el "finalismo", como ideología de todo lo que hacemos. Hago alguna cosa para conseguir tal finalidad, para alcanzar tal objetivo, cuando descubro que quiero hacerlas pongo mi voluntad en ello, despliego o desencadeno un proceso en el cual voy recogiendo cosas, muchas de las cuales no puedo recoger siempre: desbrozo, destruyo, es lo que llamo "la conquista de la inmanencia", porque la búsqueda de la trascendencia es lo que llamaba hace un momento el "finalismo", es una ¡dea que viene de Nietzsche y que él apenas esbozó en La voluntad de poder. hay que destruir el finalismo, hay que saber vivir los procesos mientras están dándose. Por eso he hablado, quizá no con claridad algunas veces, de Incurable con un libro de poetización, en el que el proceso está a la vista. Esto no quiere decir que haya publicado experimentos, pienso que los experimentos tienen su lugar natural en lo que los griegos llaman "circular file", el bote de basura; lo que presento es un producto acabado, sin embargo, me gustaría que se desencadenaran otros procesos, y con esto me refiero a un lugar común de la consideración del fenómeno literario: la lectura. Contra todas mis expectativas, las mejores lecturas que se han hecho de Incurable han sido poco literarias, mágicas, lúdicas, independientemente de que sea un buen libro, que sea pasablemente aceptable desde un punto de vista estético de la preceptiva, no sé. Es un buen libro de acuerdo con lo que sabemos que son los valores literarios. A mucha gente eso no le ha importado y eso es lo mejor que le ha pasado al libro, porque quizá hay esta conexión entre lo que es la poetización en Incurable, que está ahí a la vista, y el hecho de estar escribiendo un poema que habla también de él mismo.

¿Cómo sientes que han evolucionado tus gustos, ideas y teorías en torno a la poesía, digamos desde El jardín de la luz hasta La sombra de los perros que es tu reciente libro?

-El jardín..., como sabes, se publicó hace algunos años y La sombra... es nuevo. Creo que son libros que trazan el marco de un pro-ceso, pero de un proceso abierto. En ese proceso, el esteticismo, digamos, pasado de ese primer libro quedó atrás hace algún tiempo. No sé dónde estoy ahora, pero esto está lleno de sangre y luz, está lleno de sombra y relámpagos. Hay cosas tan hermosas, como la belleza de mi mujer, el nacimiento de mi nieto, etc. Todo esto tiene que ir entrando en mis poemas para que haya revoluciones de mi gusto poético.

A partir de la publicación de Cuaderno de noviembre e Incurable, el nombre de David Huerta tuvo su lugar dentro de la poesía de nues-tro país y más allá todavía. ¿Crees que a diferencia de Lápices y El jardín de la luz, los otros ponen una pauta en la poesía de fin de si-glo en México?

-Quién sabe, a lo mejor sí. Por otro lado, tampoco sé si tengo acce-so al gran público. Tengo acceso a un puñado de opiniones, generalmente favorables, porque son de cuates y por lo tanto son parciales y necesa-riamente generosas. Hace algunos años me obsesionaba lo que Carlos Monsiváis pensara de lo que yo escribía; pero a él le gustaba otro tipo de poesía, como la de Ricardo Castillo o Silvia Tomasa Rivera, que son muy buenos poetas, pero totalmente diferentes a mí. Sé que mis textos le han gustado a Lezama Lima, a Eliot, a Paz, a Raúl Zurita. Antonio Cisneros. Con eso ya no tengo, por el momento, de qué preocuparme, si gusta mi poesía o no.

Otro tipo de lenguaje que has practicado es el de la pintura, ¿hay algún otro en puerta o alguno que se quedó frustrado con el tiempo?

-Soy un rocanrolero frustrado y durante muchos años de mi infancia dibujé, mi padre era buen dibujante, eso me llamaba mucho la atención, pero descubrí un lugar en el que estas cosas se dan con mucha naturalidad, que es el mundo de la edición. Uno de mis maestros, Vicente Rojo, a quien vi trabajar durante muchos años: manchas en los dedos, utilizar las escuadras, el tipómetro. Los escritores nos manchamos los dedos con el tabaco, porque son riesgos profesionales de la literatura el tabaquismo, el alcoholismo. Con Rojo trabajé totalmente, de ahí también esa relación con poetas que escriben sobre pintura, como Octavio Paz, Luis Cardoza y Aragón y con un poeta norteamericano, John Ashberry que ha escrito libros completos de poesía sobre pintura y sobre algunos cuadros específicos. Por eso fue bonito trabajar con Miguel Castro Leñero, porque entendimos que la tinta nos unía y también nos manchaba. Ahora trabajo mucho, cuando es-cribo artículos, con recortes alrededor, con lápices, lo más cerca que he estado de esa experiencia son los meses que trabajé en Incurable. Pegaba 5 o 10 galeras en la pared y me sentaba frente a ellas a trabajar como trabajan los. pintores, con plumones a corregir y a tachar, en la pared frente a la tira de papel mecanografiado, como si estuviera frente a un caballete, como lo hacen los pintores.

En tu nuevo libro La sombra de los perros, nos presentas una relación de poemas que tienen un hilo conductor con tus anteriores libros, ¿qué hay de la melancolía en estos textos como lo presentan en la contraportada?

-Hay una melancolía, pero ella o la depresión en estos tiempos puede no ser un sentimiento interiorizado y devastador. Las cosas hay que usarlas como desahogo o purga, para sacar una tensión interior. Me llamó la atención cuando leí que la palabra melancolía, descompuesta en sus partes, quiere decir bilis negra, que debiera ser el enojo que no se deja expresar. Aun cuando la melancolía es elemento central del libro, hay el gusto por las palabras, entendido como gusto por las emociones. Por otro lado, el hilo conductor no es un apéndice ni una apostilla sino un tránsito de la pa-labra donde la tesitura se mantiene. Las cosas que se dicen en ambos son similares porque buscan ser pequeñas exploraciones en tomo a la identidad de la ciudad y alrededor del poeta, del personaje en el ámbito urbano.

Ahora con este nuevo libro vemos un cambio formal notorio en muchos puntos, ¿cuál es éste respecto a tus anteriores trabajos?

-Uno debe de estar inconforme con lo que hace en momentos, es decir, cuando un libro se termina el autor tiene una cierta satisfacción, desde luego lleno de mecanismos de alarma para no quedarse ahí y lograr algo más. En la parte profesional de un escritor, no sujeto al imperio de la inspiración, un ejemplo de ese profesional es mi padre, que murió sentado frente a la máquina de escribir. Con él aprendí el rigor de la escritura, la disciplina, no tomarse en serio y el saber tomar las cosas a la trágica.

Sobre los paralelismo que has hablado entre tu libro y Los hombres del alba de tu padre, ¿cómo han cambiado tus conceptos de la ciudad?

-Mis primeros recuerdos son los de una ciudad razonable en la que se podía caminar, donde una corrida de toros conmovía a sus habitantes y uno no podía quedarse indiferente. Ahora está destruida, hay cotos de clase, barrios circunscritos por la economía. La contaminación también ha hecho mucho daño, no sólo por las partículas suspendidas sino por la contaminación visual. Además, la ciudad se ha gringuificado de una manera aplastante. También la gente cambia, ahora es arisca y desconfiada, se dice que es el rasgo de las emociones del chilango. Ahora sería bueno preguntar ¿qué hemos hecho? Siempre hay algo que nos impide salir de ella, en mi caso, mis muertos y la impotencia me detienen.

*Esta entrevista pertenece a un proyecto de conversaciones con poetas de próxima aparición