Germain Noveau

Germain Noveau
Por:
  • larazon

Ilustración Francisco Lagos La Razón

A San Benito Labre, el vagabundo, los piojos le formaban una especie de corona. Ese círculo viviente en su cabeza era considerado un milagro, ya se sabe que en esos tiempos medievales los terrores y las maravillas de todo tipo iban de la mano. Este San Benito, quien como un acto de desapego no se bañaba, merodeaba por los templos de la Provenza y su prédica, precedida por su fama de santidad —y la susodicha corona piojosa— era motivo de arrepentimientos y conversiones entre quienes lo escuchaban a pesar de su figura andrajosa; nunca tuvo discípulos y ahora es el santo de los vagabundos, feroces individualistas en el fondo.

Fue por ello el santo preferido de Germain Nouveau (1851-1920), quien también al final de su vida inspirado por él se convirtió en un vagabundo. En su natal Pourrières de Provenza dormía bajo los puentes y pedía limosnas en las plazas de los templos. Había peregrinado a Roma y a Santiago Compostela exaltado por un catolicismo místico cuyas alucinaciones lo llevaron, sin embargo, varias veces a hospitales psiquiátricos. Publicó algún libro de poesía como parte del movimiento simbolista, pero la mayor parte de su obra se editó de manera póstuma pues en vida no quería hacerlo e incluso demandó a alguien por publicar sin su permiso una colección de sus versos.

Ahora la memoria de este poeta vive un renacimiento en Francia a raíz de un libro del profesor Eddie Breuil, quien acaba de saltar a la fama pública —seguramente muy efímera— por un breve libro en el cual sostiene una tesis escandalosa al afirmar que Iluminaciones de Arthur Rimbaud, que junto con Una temporada en el infierno crearon su inmortalidad literaria, no son obra suya sino de Germain Nouveau.

La historia es la siguiente: Nouveau, poeta de provincias, viajó a París durante su juventud para integrarse al ambiente bohemio de la Ciudad Luz y, sobre todo, con el afán de conocer a Verlaine y Rimbaud cuya celebridad ya existía. En contacto con Charles Cros, se volvió un poeta simbolista sin destacar demasiado en un medio pletórico de poetas de calidad. Rimbaud ya no estaba en París sino en Londres y hasta allá viajó Nouveau quien se hizo amigo suyo y compartieron ahí una existencia modesta.

Todos los biógrafos y estudios de Rimbaud cuentan cómo Nouveau ayudó a éste en la transcripción de Iluminaciones, título puesto por Verlaine a quien se le remitió el manuscrito, mismo que después su autor pediría se le enviara de nuevo a Nouveau a Bruselas —lo cual no sucedió—, quizás porque adivinaba lo que en efecto pasó: su incautación por parte de la celosa esposa de Verlaine. Por eso el manuscrito de Iluminaciones terminó en manos de Charles de Sivry, cuñado de ese poeta maldito, el cual se lo vendería posteriormente a Gustave Khan para su publicación en el periódico de los simbolistas, La vogue.

Luego el mismo Rimbaud avalaría de alguna manera en “Alquimia del verbo”, el título de Verlaine a ese conjunto de prosas poéticas al referirse a las iluminadas estampas populares. Hasta ahora, nunca nadie había puesto en duda la autoría rimbandiana de este libro decisivo para la poesía moderna.

La edición crítica de Bouillane de Lacoste publicada por Mercure en la posguerra (1949) hace una descripción exhaustiva de los avatares del manuscrito; otros ensayistas han profundizado en los símbolos clásicos, las imágenes modernas y la expresión espiritual que son los componentes de la obra y, por ello, del deslumbramiento que provoca. Por su parte, Pierre Gascar, en su libro Rimbaud y la Comuna, estudia la influencia de los exilados radicales frecuentados por el autor en Londres, aunque su rebeldía y rechazo poético están en un plano más espiritual y no ideológico.

Ahora, Eddie Breuil, basado en un avejentado método estructuralista hace una comparación de los “sintagmas” de Iluminaciones con los poemas de Germaine Nouveau para tratar de demostrar una tesis meramente especulativa y sin ningún dato o argumento real. Iluminaciones se debe leer después de Una temporada en el infierno y, sin lugar a dudas, es su complemento perfecto; el mismo estilo, delirio y dominio, inimitables, inmersos en una belleza atroz.

Después de esta obra, Rimbaud, también se dedicaría al vagabundaje hasta su periplo africano transformado en mercader, en contrabandista de armas y, se dice, de esclavos lo cual no ha sido probado; había abandonado la poesía que encarnó en su juventud bohemia y regresó a París poseyendo el oro y la fiebre. No supo ya de su amigo Germaine Nouveau, quien estaba entregado a los arrebatos místicos y dementes. En sus últimos días, ya anciano, él sólo poseía a la miseria, devoto del santo de la corona de piojos. En uno de sus últimos poemas escribió: Concédeme el amor hasta que/ mi pelo negro se torne lacio/ y ningún dios pueda hacerme palidecer/ si amo.