LO PERDIDO

LO PERDIDO
Por:
  • raul_sales

El sonido del viento se colaba por el centenar de huecos del desvencijado techo de lámina, un techo que no resguardaba de la lluvia, del calor, del frío y ahora, ni siquiera del viento y, no obstante, era lo único que había, lo único que tenía, un techo de lámina agujerado sobre una construcción hecha de diversos materiales entre bloques, tablas y otras láminas. “Su hogar”, un simple cobertizo en medio de la nada, en una tierra de nadie y acompañado por nadie.

El medio tambor que usaba como escritorio, mesa de comedor, reposa pies y pieza central del “hogar” era un riesgo inminente de tétano en cada pasada por el reducido espacio. Vivir entre la miseria era el ciclo sin fin, el redundante círculo vicioso que te arrastra al fondo, casi un proceso de convicción en el que eres miserable por vivir en la miseria y vives en la miseria porque la vida es miserable. El único consuelo era “el mal de muchos”, la mayoría de los habitantes pudientes, cansados de lidiar con los seres invisibles que ensuciaban su perfecta y rosa realidad, optaron por encerrarse entre altos muros y dejar que al resto del planeta le llevara el carajo. Desde hacía mucho la sociedad se había aislado dentro del mundo virtual, ahí se quejaban de como acabábamos con el mundo, los grandes luchadores virtuales usaban un hashtag y listo, se hacía viral... y ya. No obstante, incluso en el aislamiento, en la despersonalización de la virtualidad, en la mentira por la búsqueda de ese asqueroso concurso de popularidad que eran las redes, había niveles, había clases, había un profundo resentimiento de los de abajo y una terrible apatía de los de arriba. Durante buena parte de nuestra vida habíamos estado separados, las zonas “nice” y las “peligrosas”, las de amplias avenidas y aún más amplios jardines y las laberínticas aglomeraciones de seres que no levantan la mirada excepto para echar ojeadas de recelo y donde una moneda al aire puede ocasionar tumultuosas estampidas.

Durante buena parte de nuestra civilización la lucha de clases ha estado presente, incluso después de revoluciones se han mantenido y los que lucharon por la igualdad terminan siendo los más desiguales de los hombres. En esta ocasión no fue un proceso gradual, una mañana nos levantamos y estábamos afuera, lo planearon por meses y lo ejecutaron en una noche y el resentimiento y la envidia explotaron, intentamos entrar, por la fuerza, por la súplica, por diplomacia y ni siquiera nos hicieron caso, por la fuerza nos repelieron con un sistema automatizado, la súplica ni siquiera se escuchó y la diplomacia, no se da cuando no hay nada para negociar.

Divagaba, no tenía ningún sentido pensar en ello, así era el mundo ahora, un edén rodeado de chabolas, de un lado de la muralla indiferencia, del otro, resentimiento, para el caso, era lo mismo pero con una pared de por medio, quizá la única diferencia era la velocidad a la que se degradaba la sociedad sin ese elemento efímero llamado aspiración.

Después de varios minutos se dio cuenta del silencio, eso significaba que el viento había amainado y era el mejor momento para encontrar tesoros escondidos o, quizá si tenía suerte, algo comestible de sabor agradable.

Si algo extrañaba eran los árboles, eso había sido lo primero que destruyeron, para casas, cocinar, cazar los gatos y perros callejeros que eran su sustento o solo para calentarse en las noches heladas. Los árboles que quedaban estaban detrás de la muralla, una vez recogió una hoja que el rotor del helicóptero de insumos había hecho volar más allá de la gris piedra, el tacto sedoso de la hoja verde pudo más que su cordura, dejó todo y se fue a donde pudiera encontrar un poco de paz.

El erial terroso se extendía hasta donde su mirada alcanzaba, ni árboles, ni animales, nada, absolutamente nada, tan solo una hierba correosa, espinosa y amarga que no servia para fuego y como comida, daba unos dolores estomacales que la convertían en la última opción antes de perecer por inanición. De vez en vez encontraba una lata olvidada de cuando el planeta era compartido y todos eran parte de las cadenas productivas. Encontrar una en estos días era como había sido sacarse la lotería y hacerlo en una zona poblada era una condena de muerte donde la lata sería el postre y uno se convertiría en el plato principal. En esta ocasión el viento no había dejado nada al descubierto, solo la nube de polvo que se alejaba hacia el mar, un mar muerto que lo separaba de la última esperanza que le quedaba, la única que tenían todos los que estaban fuera de las murallas, la única en la que podía servir para algo.

Nuevamente dejaría todo atrás y eso no le provocaba ningún conflicto, nada de lo que dejaba era suyo, nada nunca lo sería, caminaría hacia la ciudad puerto y tenía la esperanza de que pasara el exhaustivo examen para que lo llevaran en los enormes cargueros al único lugar donde sería útil.

La travesía hacia la ciudad puerto era terrible, la travesía por mar era aún peor, sin embargo, aquellos que llegaran tendrían la oportunidad de sembrar, cosechar y comer lo que no fuera embarcado al 1% de la población mundial. Él solo quería sentarse al final de la jornada, por larga que esta fuera, a la sombra de un árbol. Lo que había escuchado era que en Australia, el último granero de la tierra, el más protegido, el único espacio del planeta que aún contaba con un ecosistema, que aún podía dar ese atisbo de utilidad que rompiera la miasma en la que se hundía lenta pero indefectiblemente la humanidad.

El 1% de la población, aquellos que dominaban y que creímos que siendo más podríamos derrocar el inequitativo sistema que había regido nuestra historia y es que si bien, ellos eran los acumuladores de riqueza, también eran los generadores. No nos hicieron nada, se aislaron y el resto fue a causa de nuestro desequilibrio aspiracional, no queríamos conseguir lo que ellos tenían, queríamos quitárselos. El error no fue la ideología, fue la falta de idea; no fue la riqueza obscena sino la envidia por la misma; no fuimos capaces de entender que todos somos parte de un intrincado pero delicado equilibrio y sí, ellos fueron culpables de la depredación de los recursos pero, nosotros, los dilapidamos sin saber que hacer con ellos. Ya no hay regreso, daba los últimos pasos sobre una tierra moribunda, asesinada por nuestras manos y sabía que no cambiaría el pasado, que no había futuro y que el presente no existía... Caminó aferrándose al último sueño que le quedaba, ver nuevamente un árbol, abrazar la rugosa corteza del mismo y regar su raíces con las lágrimas de lo perdido.