¿QUÉ VES?

¿QUÉ VES?
Por:
  • raul_sales

La nueva empleada no sabía cuales eran sus funciones, había metido sus papeles a petición de un amigo de la carrera y nada más entrar le dijeron que pasara a recursos humanos a firmar su ingreso, así sin nada, sin revisión, cotejo documental, sin experiencia o entrevista. Llegó y le asignaron su nuevo puesto.

-Buenos días.- saludó y se envaró al no recibir respuesta. -¡Buenos días!- Repitió un poco más alto. Eso solo consiguió un levantamiento de cejas y un desdén aún más marcado.

-¡Hola Josie!-

La voz conocida de su amigo rompió la incomodidad silenciosa. -¡Al fin! Seguro tú me dirás que hacer.-

-No pasa nada, tranquila, lo que pasa es que la bola de resentidos no entiende que hay niveles y nosotros estamos arriba.-

Por unos momentos se sintió incómoda con eso de los niveles y el aire de superioridad de su amigo pero, inmediatamente recordó la falta de respuesta a su saludo y pensó “sí, hay niveles, en educación”.

-Anda Josie, vamos. Te enseñaré la oficina.-

Recorrieron los cubículos y su amigo iba saludando a unos e ignorando olímpicamente a otros, parecía que había dos bandos y aunque no sabía de que se trataba, entendía ahora el motivo del desprecio anterior, ella estaba en un bando, sin deberla, sin temerla, así sin más y aunque no le gustaba mucho eso de los bandos, necesitaba el trabajo y demostrarles a todos que no solo era una cara bonita lo que verían.

-Está buenísima.- dijo el jefe mientras veía por las cámaras a la nueva empleada.

-Por eso te la traje.-

-Tú si sabes mis gustos amigo.-

-Claro jefe pero, te va a costar trabajo.-

-Si no costara un poco de trabajo, sería bastante aburrida la vida.-

-Te admiro, no sé como le haces. Nada más en la oficina tienes cuatro relaciones abiertas y nadie dice nada, todos están como si nada.-

-Es solo una cuestión de percepción, si lo haces obvio, en automático deja de haber algo que esconder y si alguien lo menciona, lo niegas y dices que si estuvieras haciendo algo malo, no serías tan estúpido de hacerlo abiertamente y luego les dices que es una forma de desprestigiarte y ya está, como por arte de magia, si siguen con eso, les sueltas que son unos chismosos y que te muestren las pruebas. Todo está, otra vez, en lo que ven y en lo que quieren ver.

-Pero pueden publicarlo en redes, decírselo a tu mujer. No sé, se necesita mucho valor.-

-Amigo, la adrenalina bien lo vale, aparte es mi única debilidad y por mi mujer no te preocupes, nadie le dirá nada y si alguien le dice, lo niego y poniendo mi mejor rostro de víctima le digo que solo se lo dicen para que ella se enoje y yo salga perjudicado, luego la abrazo y le digo que la amo y estará todo bien.-

-En serio, te admiro.-

No podía dejar de llorar, ni eso podía hacer abiertamente, hasta para llorar tenía que guardar las apariencias, hoy era por sus hijos y lo hacía con un agridulce gusto, lo último que quería cargar sobre sus inocentes hombros era el problema con su papá, ellos no tenían la culpa de sus infidelidades, para su hija era casi un superhéroe. Si ella supiera el marcado estereotipo machista que su padre representaba, quizá no le hubiera importado por su corta edad pero, sabía que si la veía llorar, su inocencia se vería destrozada y como madre, haría hasta lo imposible por cuidarla así se le fuera la autoestima disuelta entre lágrimas.

Encerrada en el baño, escondida, ahogando el grito indignado de la traición, trataba de entender como, su marido, aquel que la cortejó de la manera más dulce y que logró que lo eligiera por encima del consejo materno, la casi prohibición paterna y que uso el amor que sentían por ella para ganárselos y ser un hijo más, había podido olvidar la promesa eterna ante Dios y cambiarla por instantes placeres de noches.

La hizo mudarse de ciudad, la aisló, él tomó la preponderancia que antes veladamente le reprochaba y que ahora disfrutaba, su marido siempre había sido ambicioso, nunca le había importado y hasta lo alentaba a buscar que sobresaliera, ahora que lo había conseguido, era como si ya no la necesitara, sí la llevaba de vez en vez a eventos sociales pero, la presentaba y la dejaba sentada en la mesa mientras permanecía de pie platicando con sus amigos, en esa ciudad, ella era la ajena y, cada vez más frecuentemente, sentía que también en su casa era la extraña.

Siempre tuvieron altas expectativas, su familia era conocida, estudió en los mejores colegios, no tenía ninguna preocupación y eso fue lo que quizá hizo que no tuviera  esos golpes de vida que preparan antes de entregarse perdidamente a un amor y convertirlo en el centro de su existencia, de sus sueños, de sus desvelos y dejar todo para transformar “la mujer” en “su mujer”, adiós identidad, adiós crecimiento y superación, adiós ego. Él o quizá ella misma, se inició la metamorfosis de compañera a esposa trofeo, la perfecta esposa, la perfecta madre y mientras él se encamaba con cuanta mujer pasaba enfrente, las llevaba de viaje, se tomaban fotos juntos y, absolutamente todos, sabían de esa infidelidad, nadie se lo decía y ella se empeñaba en querer rescatar su matrimonio, en ser lo que él quería, en recordarle el maravilloso padre que era hora pero, que podría ser mejor... Lo intentaba, lo intentaba con todas sus fuerzas.

En esta sinrazón donde el hombre es más hombre por tener más mujeres y la mujer, por el contrario, debe ser el pilar de rectitud, su existencia, más allá de lo social, era una máscara de mentiras, todos le mentían, él le mentía, ella mentía a sus hijos y peor aún, se mentía a sí misma creyendo que apenas él terminara su empleo temporal, regresarían a casa y su familia se recompondría en lo que antes había sido.

No, no era tan ingenua como para creerse sus mentiras, era mas bien como la fantasía que le permitía olvidar un rato su realidad. Ella, que todo había tenido, ahora solo aparentaba que así era, pues aún teniéndolo todo, nada puede  tenerse cuando tu amor propio ha quedado marchito por el juicio que crees que todos hacen de ti, que no importa de verdad si lo realizan o no, tu lo crees pues tu haces lo mismo cada día frente al espejo y ves a la mujer, a la madre, a la esposa y todo se nubla ante la herida supurante e infecta de la traición a la palabra dada, al amor entregado, al lecho nupcial, a la confianza, a la vida.

Algún día esa mujer en el espejo le diría... ¡No más!

Aún no... Aún tenía esperanza.

No... sí... ¿Qué ves?... una lágrima recorrió su tez... otra vez.