Reinaldo Arenas antes del alba

Reinaldo Arenas antes del alba
Por:
  • carlos_olivares_baro

Por Carlos

Olivares Baró

Leer a un autor como Reinaldo Arenas Fuentes (Aguas Claras, Holguín, Cuba, 16 de julio de 1943 - Nueva York, 7 de diciembre de 1990) es siempre un desafío. Penetrar su mundo poblado de significados múltiples que reverberan en ambientaciones desgarradoras, festivas y alucinantes es, sin duda, una de las experiencias más reveladoras para cualquier lector que se acerque con ojo crítico, a la narrativa cubana de los últimos sesenta años. Arenas es un escritor que exige complicidad: su retórica discursiva se proyecta a partir de una prosodia que grita la rabia y el desespero de toda una generación. Desde su primera novela Celestino antes del alba (1967) hasta la póstuma autobiografía novelada Antes que anochezca (1992), un prodigioso despliegue de mutaciones sígnicas ha inquietado y sorprendido a más de un lector.

El corpus de la narrativa cubana de los años 60 del siglo pasado, acorrala al joven narrador: el jurado del Premio Nacional de Novela Cirilo Villaverde del concurso anual de la UNEAC en el año 1965 no sabe qué hacer, frente a semejante furia prosística y le concede la primera mención por Celestino antes del alba: cualquiera que lea la novela premiada en esa convocatoria (Vivir en Candonga, de Ezequiel Vieta), notará la diferencias: mientras Arenas rompe con la estructura de la novela tradicional, el texto premiado no presenta un discurso narrativo novedoso: pronto los lectores lo olvidan.

Lo primero que sorprende en la arenga (prefiero usar este término en vez de discurso) de Reinaldo Arenas son los gestos. La actitud del autor se multiplica y se proyecta infinitamente: más que una disposición para contar una historia, la postura de Arenas opera sin agazapamiento sobre la tradición y estruja, incita y azuza una nueva manera, casi esperpéntica, en el idiolecto, para estructurar una curiosa red de sintagmas que deviene en una de las más irreverentes hablas de la narrativa latinoamericana de los últimos 50 años. Basta recordar el inicio de El mundo alucinante (primera mención del Premio Nacional de Novela Cirilo Villaverde de la UNEAC del año 1966; nunca publicada en Cuba y editada en México por Editorial Diógenes gracias a las gestiones de Emmanuel Carballo, en 1969) para darnos cuenta que Arenas asume otro fraseo, otras inflexiones rítmicas: “Venimos del corojal. No venimos del corojal. Yo y las dos Josefas venimos del corojal. Vengo solo del corojal y ya casi se está haciendo de noche. Aquí se hace de noche antes de que amanezca. En todo Monterrey pasa así: se levanta uno y cuando viene a ver ya está oscureciendo. Por eso lo mejor es no levantarse”.

Si en Celestino... la voz del niño-narrador se convertía en un habla mítica deformadora de la realidad, en El mundo alucinante, Fray Servando-niño es, desde la iridiscencia discursiva que propone el autor, una especie de palpitación sinuosa que se descubre por la singular modulación acompasada y por las ambigüedades de la alocución en azagaya. Estas intensidades inflexivas se van a repetir con frecuencia en las novelas del cubano. En El palacio de las blanquísimas mofetas (1980) leemos: “La muerte está ahí en el patio, jugando con el aro de una bicicleta. En un tiempo esa bicicleta fue mía. En un tiempo eso que ahora no es más que un aro sin llanta fue una bicicleta nueva”.

El recurso de la letanía no es más que una “intromisión” de la forma de la expresión en los dominios de la forma del contenido. La algarabía, el grito y la movilidad son los reversos simbólicos que reiteran las posibles marcas semánticas: florecimiento de múltiples semas insertados en infinitas redes de unidades culturales: “Y no puedes llorar. Y no puedes clamar. Y no poder aullar. Y no poder rezar. Y no poder palpar. Y no poder confiar. Y no poder renunciar. Y no poder fundirnos en un abrazo de furia, y perecer” (El Palacio de las blanquísimas mofetas).

Repeticiones que configuran una retórica de lo agónico y un viaje al centro del lenguaje como posible salvación. Arenas, lector de Isidore Ducasse, Huidobro, Mallarmé, Cortázar y Lezama, lo sabe e insiste en ello. El Canto VII de Altazorno basta: si el poema “es una cosa que nunca es, pero que debería ser”, para el autor de Necesidad de libertad la novela es una cosa que será y que puede ser.

A través de paradojas estilísticas y temáticas aparece, en varios de sus libros, el personaje de la Madre. Invención obsesiva y, más que todo, recreación que nace en las orillas del desamparo y de la ironía. Si en Celestino antes del alba la madre es dominante y cariñosa, en El palacio de las blanquísimas mofetas, ésta es relatada como la provocadora de pensamientos incestuosos perturbadores desde una erótica que se hace progresiva en la novela. Fortunato, el protagonista, hijo sin padre, y Onérica, la madre, una especie de símbolo que se asoma como objeto del deseo en la masturbación del hijo: la madre es el sueño y también un sentimiento de pérdida, de frustración, de angustia e incluso de terror.

Planteamiento muy singular de los mecanismos que mueven los sentimientos antagónicos de amor y odio. Madre amorosa, asimismo, madre odiada. Es, precisamente, en Celestino antes del alba donde se hace evidente esta contraposición: la madre es araña devoradora, culebra y también pájaro gigantesco, tierno y amenazador: “creo que voy a tener que matarte”, dice este espectro volador al hijo en uno de los cuentos de Termina el desfile.

Fantasías zoomórficas que son, más que todo, irradiaciones del deseo infantil en el afán de destruir los objetos eróticos que impiden la posesión de la Madre, y, a la vez, un reflejo del temor por el abandono: los niños, o el personaje niño, en la obra de Arenas, siempre están situados en los extremos del desamparo: sueñan huyendo, más que todo, por orfandad y por falta de cariño/ternura.

En el relato breve “El hijo y la madre”, uno de los textos de Arenas más intensos desde la perspectiva de la relación Madre-Hijo y de la configuración del personaje de la Madre, un hijo espera a un amigo, la madre prepara la comida. Ambos viven asfixiados en un pequeño apartamento. La vista del amigo es un atrevimiento. La madre da “salticos como un ratón mojado”.

Arenas construye una atmósfera claustrofóbica y desesperante, el tiempo se multiplica y se anula en vértigos y relampagueos.

La espera del amigo es una intromisión. La madre está muerta, pero su fantasma deambula por la habitación. Llega el amigo y la presencia de la madre es de acoso, aparece caminando por un costado del cielo. Retrato certero de la relación madre-hijo. Incesto, homosexualidad, represión y condena en elocuencia y tino sorprendentes.

Es, sin embargo, en el texto “Adiós a mamá” donde Arenas apunta sus armas y —retomando algunos elementos de “La vieja Rosa” y “El hijo y la madre”—, construye uno de los relatos más profundamente trágicos, irónicos y profanadores de la narrativa cubana. Si en “El hijo y la madre” el personaje de la Madre es presencia fantasmal, en “Adiós a mamá” el cadáver de la madre es presencia nauseabunda que provoca la catarsis; el hijo huye (“Deseoso es aquel que huye de la madre”: Lezama) y se va al mar. El sacrificio de las hermanas no es compartido por él, y lo mejor es huir. La revolución de 1959 se levanta y se configura no sobre un padre muerto, sino en torno a un salvador que llega de las montañas; primero hijo que después se asume a sí mismo como padre redentor y representante de su revolución (Madre). Hijo y hacedor de la revolución y padre redentor/líder.

Incesto y represión. El cuento de Arenas es sugerente y certero.

Reinaldo Arenas pudo publicar en su país un solo libro, Celestino antes del alba, que por estos días cumple 50 años de su aparición: ‘novela campesina’, como apunta Antón Arrufat, que constituye uno de los legajos literarios más axiomáticos de la narrativa cubana del siglo XX. Se ha reeditado muchas veces: el mejor tributo al autor de El portero es leerla. Lo demás es, quizás, una de las crónicas más terribles y tristes de la historia de la literatura cubana: Arenas anduvo de cárcel en cárcel: su delito ser escritor y homosexual. Sus irreverencias: miradas cómplices desde los arquetipos, incidentes procaces, cruces fantasmagóricos, divertimentos y transgresiones lo condenaron para siempre en Cuba. Su desenfado fue siempre una bofetada frente a tanta hipocresía y simulación. Su valentía una preocupación constante para el régimen de Castro. Los lectores cubanos pronto le harán justicia. Sus textos, legado de todos los terrores posibles y de toda la congoja que agobia al hombre desde siempre.

[Click para ampliar

->http://www.3.80.3.65/IMG/mk/infoLR/06-07arenas.jpg]