“Todo escritor es un lector insatisfecho”: Ignacio Martínez de Pisón

“Todo escritor es un lector insatisfecho”: Ignacio Martínez de Pisón
Por:
  • miguel_angel_munoz

Barcelona. España. La primera novela de Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960), La ternura del dragón ( Premio Casino de Mieres de novela corta,1984), llamó la atención de la crítica española. El libro de relatos Alguien observa (1985), y las dos novelas cortas contenidas en el volumen Antofagasta (1987), han confirmado las expectativas puestas en Pisón. Es autor de los libros: Alguien te observa en secreto (1985), Nuevo plano de la ciudad secreta ( Premio Gonzalo Torrente Ballester de novela, 1992- obra donde se sale del relato y aparece en la novela con una interesante propuesta literaria. Situada en Barcelona, donde sus personajes tienen un ejemplar sentido del humor, relaciona todo el ambiente con un inerte paisaje potencial en el que se hubiese podido desarrollar cualquier otra vida de los protagonistas o del mismo autor-), El fin de los buenos tiempos (1994), tres relatos o novelas cortas: Siempre hay un perro al acecho, El fin de los buenos tiempos y La ley de la gravedad- en la cual se conjugan tres historias distintas: la de una familia que inicia sus vacaciones de verano en Portugal; la de un equipo de fútbol en pos del ascenso de categoría (hay que señalar que el autor es adicto al fútbol) y por último la de un hombre que regresa a su propia ciudad después de muchos años de transitar por España-; El tesoro de los hermanos Bravo (1996), Las palabras justas (2007), El día de mañana (2011), La buena reputación (2014). En su libro Foto de novela – Premio Anagrama de la Crítica-, Pisón nos revela la tormentosa relación entre miembros de la familia.

¿Por qué le atrae el tema de la familia, lo mismo en su prosa en general que en sus libros recientes, como Foto de familia?

-La verdad, no lo sé con exactitud. En todos mis libros hay una relación distorsionada entre padres e hijos, como si no fuera una relación normal. En mi primera novela, La tertulia del dragón, el personaje es un niño cuyo padre murió hace algún tiempo y la madre está siempre de viaje porque es periodista. En otro de mis libros Nuevo plano de la ciudad secreta, el personaje principal también es un niño que no tiene padre, que abandona su ciudad natal para alejarse un poco de su familia, y en Foto de familia, los relatos plantean tres puntos de vista sobre la comunicación entre padres e hijos. ¿Por qué vuelvo siempre a estos temas? Es algo que yo mismo desconozco, tal vez es algo biográfico; por otro lado, cuando los personajes de una novela forman parte del grupo mismo familiar son más intensos. De alguna manera estoy reviviendo esa

relación activa de cuando la familia era la estructura básica de la sociedad: de ahí que toda tragedia en el fondo es una historia familiar.

¿Cómo concibe usted la realidad que tiene como base, sea una base precisa o vaga, los acontecimientos ocurridos en el pasado?

-Lo curioso es que la distancia entre la tragedia y la fantasía es bastante escasa, apenas dentro de mi propia vida existe. Siempre me gusta poner de ejemplo la biblioteca y el cuarto de cachivaches de mi casa; por ejemplo, los Episodios nacionales de Galdós estaban en la biblioteca, cuando muy bien podían haber estado en aquel cuartito. Otra vez la realidad: los Episodios… narran unos sitios de Zaragoza que realmente habían tenido lugar o relataban las andanzas de un general llamado Zumalacárregui, que realmente había existido y que había combatido en una de las guerras carlistas. Si Galdós hubiera alterado unos cuantos nombres o fechas o lugares, tal vez la dosis de realidad habría sido insuficiente y sus textos habrían sido enviados al destierro del cuarto de cachivaches, me explico.

¿Cómo se inició este recurso literario en sus primeros textos?

-Pese a Galdós y a unos pocos más, la realidad me pareció bastante aburrida, y al que no esté de acuerdo le invito a leer uno solo de esos volúmenes de recopilación de sentencias. Por eso nunca tuve dudas de que mi sitio estaba en el trastero y no en la biblioteca. La biblioteca era el lugar de lo existente, de lo real. El trastero era mucho más pequeño y, sin embargo, en él cabían muchas más cosas: cabía todo lo imaginable, todo lo que alguna vez habría podido existir aunque nunca haya llegado a serlo. Esto, que a otros les puede parecer una perogrullada, a mí se me antoja una de las pocas verdades fiables con las que he podido encontrarme en mi quehacer como literato: en el interior de todo escritor ha habido siempre un lector ávido pero, en este caso, insatisfecho. Sin ese punto de insatisfacción, ningún lector habría dado paso de convertirse en escritor. ¿Para qué? Carecería de sentido pretender mejorar algo cuando ese algo nos resulta por sí mismo satisfactorio.

De lo que usted ha dicho se pueden desprender dos preguntas: ¿es satisfactoria la literatura? Y ¿cómo mediante esa traslación se repite el placer por escribir?

-La literatura nunca es plenamente satisfactoria. un libro determinado pudo conmoverte o deslumbrante o transportarte. Pudo hacerte sentir placer y hacer que fueras consciente de estar sintiendo ese placer. ¿Y luego qué? Luego terminas el libro y lo devolvías a su estante, y aquella conciencia del propio placer dejaba paso a un sentimiento de decepción. Decepción porque hubieras querido prolongar ese placer. Decepción porque de golpe descubrías que eso era imposible. Creo que lo mismo pasa con la creación, porque nunca estás completamente satisfecho con lo que has escrito.

¿Cuáles son los problemas que afronta la insatisfacción por la lectura y la pasión?

-Creo que la edad (los ocho, nueve, diez años) te determina; es decir, son los años en que las novelas te impresionan, te absorben plenamente y te proporcionan un placer más intenso e inocente. Lo de la insatisfacción llega después. Cuando ya la experiencia se ha impuesto sobre la inocencia, cuando ya ninguna historia parece nueva porque todas remiten a alguna historia leída con anterioridad. No olvidemos que el escritor es el menos inocente de los lectores.

Son frecuentes en usted las estructuras que se asemejan a su forma de escribir. Recuerdo Carreteras secundarias, compuesta a manera de una sinfonía narrativa. ¿Esta nueva aventura narrativa se asemeja en su arquitectura a las formas de su propia lectura?

-Se me ocurre que, en realidad, los escritores tratamos de escribir no los libros que nos gustaría poder leer, sino los libros que “entonces”, en aquellos años de inocencia y de cuartos de cachivaches, nos haría gusta leer. ¿Podría ser que en todo esto intervenga algún mecanismo parecido a la nostalgia? Es posible. Es posible que en cada una de las páginas escritas sobreviva secretamente una rara nostalgia de aquel entonces. En todo caso, se trataría de una nostalgia no tanto de aquellas lecturas como de aquel lector, no de las aventuras que aquellas novelas proponían sino de la propia disposición a embarcarse en ellas. Y por supuesto, se trataría también de una simple nostalgia de aquel cuarto de cachivaches, aquel vacío mágico en el que cabía todo lo que podía ser y no era, y al que uno regresa regularmente para escribir alguna de esas historias que pudieron ser y no fueron.

En el caso de algunos personajes de su libro Foto de familia, ¿son seres parecidos en cuanto a temperamento y personalidad a éste que ya ha mencionado usted, como lector y como creador?

-La literatura nos seduce a veces con la fuerza de lo atávico y lo oscuro, extrayendo de nuestro interior antiguas fantasías que sólo habíamos llegado a exteriorizar en los juegos de nuestra niñez. Esa fantasía de aislamiento y de secreto sería, sin duda, una de ellas, y su representación podría tomar la forma de esa vivienda en lo alto de un árbol, pero también la de una cueva o la de una isla. Lugares, en todo caso, ajenos al mundo, espacios mágicos como ese cuarto en el que uno podía encerrarse a leer y escribir novelas de aventuras.

¿Qué evolución encuentras en el concepto de tus personajes?

-Han crecido junto conmigo, es decir, a un niño de diez años lo tomé al momento de dar paso a la adolescencia y en el primer plano me encuentro con un personaje que da el cambio de la infancia a la madurez. Por ejemplo, en el primer acto del fin, me encuentro con un hombre que está en la madurez que ya tiene ciertas responsabilidades en la vida. Me imagino que la evolución de los personajes es un poco paralela a la mía y de alguna manera, tal vez premeditado o no, es algo natural.

El narrador, el poeta o el pintor se enfrentan a múltiples problemas de creación, ¿a qué te enfrentas cuándo vas a contar una historia?

-Supongo que todo está escrito, pero cada época incorpora elementos que le son propios, cada historia se ve de una manera diferente al de las novedades. El escritor es como una esponja que se va llenando de líquido creador a cada momento, y el cual lo tiene que estrujar cuando escribe un texto.