Sequía de bravura, entradón sin emociones en la Plaza México

Sequía de bravura, entradón sin emociones en la Plaza México
Por:
  • praxedis_razo

Ventarrones bravos elevan terregales antiguos, la ciudad comenzaba a edificar febrero y en la Plaza México, debajo del azul eterno, despejado cielo, dio comienzo el ciclo de celebraciones del aniversario 74 del gran redondel donde algunas épicas se han elaborado. Décimo quinta jornada de una temporada grande que, como siempre, ha dado de qué hablar y hoy no fue excepción ninguna.

Llamados estaban Enrique Ponce, nácar y oros, despreocupado, reconocido; la muy comentada, arriesgada y naciente figura del toreo, José Mauricio, negros terciopelos y polígonos dorados, con gallo de pelea en brazos y padrino, el hispano, en el ruedo; y Joselito Adame, acero en antologías de oro, desinteresado.

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Los bichos de Tecozautla dejaron sentir su presencia desde Rompepalos, 522 kilos de larga estampa bragada, lucero de cara, acucharado de pitones, acobardado en la lanza de José Palomares, pero entrón en los palitroques de Enrique Fernández y Fernando García. Ya frente a Ponce, repetidor, noble y a la distancia de medios pases muy celebrados. Por naturales y en redondo, siempre igual, exponiendo poco, cambiando una vez por la espalda, cruzando la arena cada vez, sacando a pasear las ponziñas ante un manso para el figurín de oreja luego de un bajonazo trasero, todo mal.

Andasolo, caribello alto enmorrillado de 525 de peso, vuelto delantero, girón de bragas, rehuyón de intenciones, pasó sin ver puya ni rehiletes, con un quite ajustado de desajustadas chicuelinas. Por derechas, punteaba el animal hidalguense, por naturales no dejaba estar, José Mauricio fue a cuentagotas con los tendidos muy atentos. No entró bien con la toledana, pinchó una vez y al tercer viaje todo quedó en media estocada sin alegrar, un aviso y tres pinchazos, la fría velada que se avecinaba.

Cortito pero pesado, rabón pero parado, entrepelado pero sin ritmo, el astifino Corazón de dragón y sus 567 kilogramos se fueron a pegarle a Francisco Campos y su viejo caballo, pasó sin ver quite andarín y en los rehiletes lamentando mucho su segundo tercio, más en manos de Mora. Adame, como todos sus precedentes, brindó al respetable pero comenzó entablado, lento, suelto, estirándose, incluso tropezándose con su propia tela, soportando el temporal de mansedumbre el tercio muleteril que, atropellado, acabó desarme y bravatas. Mal estoqueado, su peluda acabó protestada y su vuelta desairada.

Desentendido Campeador, 588 de puro cariavacado, listón y bragas, paliaperto y reservón, fue la segunda suerte del valenciano que no vio su suerte hasta el primer palo, ovacionado, de Palomares. De un segundo tercio afectado salió amante Fernando García, igual al tercio, y la plaza se le vino encima cuando le brindó, controversia de “controversia”, a Herrerías, antiguo cacique de La México –cebando o alebrestando, asegún el público, su mansa suerte–. Muleteando, enfadado, Ponce y sus recursos iban buscando a un bicho sin fondo y entró a finiquitar ya con la tarde menos ventosa y receptivo el numerado.

El dato: Nadie había brindado al antiguo cacique de La México hasta Ponce, esta décimo quinta cita.

Brujo –y de brujo nada–, enmorrillado astifino abierto de palas, seco de humor, fue el quinto remanso de una tarde que no despuntaba, a pesar de los esfuerzos de los de plata, Alcántar y García, que con los palitroques algo expresaron. En muleta, el coleta capitalino puso la cara de más, primero se atoró con la chaquetilla y luego se revolvió en los pitones hasta embruscarse mal, y al matar, de nuevo desajustado, se encontró con la pared primero y con el corazón después, siempre, por cierto, desde el corazón el matador.

Tequis, cabeza rizada, negro bragado para el hodrocálido y barrer la plaza, cornivuelto reservón de la media tonelada y 45 kilos, pasó por lanza de Francisco Campos sin mucho que transmitir, por los avivadores de Saldaña y Romero con algo de alegría, y se medio metió en una muleta que siempre buscó la puerta de toriles para faenar. Más ameno por naturales, el astado pasaba mugiendo cada embestida, y hacia los tendidos fue haciendo su triunfo forzado, robando la vuelta al ruedo que no se atrevió Mauricio.

Sábado ¿de gloria?

Como todas las artes y los oficios, el toreo arrastra su misterio. ¿Cuánta gente ha podido ver, tras bambalinas, una obra de teatro, una producción cinematográfica, cómo llena un escritor la página en blanco, el compositor su pentagrama? Develar esos procesos conviene solamente a ratos y por alguna razón entendida. Abrir cajas de Pandora nada más por abrirlas es hacer de los milagros, milagrería, de los acontecimientos, entretenimiento. Desorden.

El sábado 1 de febrero, en el coso de Insurgentes se avisó de una cita ambigua y que, llegado el día, se descubrió. Inédito parque de diversiones, ingrata feria, la empresa se volcó de puertas abiertas ante una afición que quizá sabía qué iba a ver, que quizá lo ignoraba todo, no importa y se verá ya más adelante qué clase de enseñanza dejó el que la gente se colara igual por el túnel de cuadrillas que por el del miedo, que escapara por los chiqueros que se persignara en la capilla a oscuras, y ver al mismo tiempo tentaderas que enanos toreros en acción.