No fue en Cannes, como habían planeado, ni en una alfombra roja internacional. El reencuentro entre Guillermo Arriaga y Alejandro González Iñárritu ocurrió en México, en el Palacio de Bellas Artes, impulsado por algo más poderoso que la nostalgia: sus hijos. Aquellos niños que crecieron en paralelo, mientras sus padres revolucionaban el cine, fueron el puente para que dos de los creadores más influyentes del país se reencontraran después de muchos años de distancia.
“Fue muy bonito porque no sólo nos reencontramos Alejandro y yo, también nuestras familias. Mis hijos hablaron con el hijo de él, tenía años de no verlos, y verlos platicar me llenó de emoción”, relata Guillermo Arriaga en entrevista con La Razón, aún conmovido por el momento.
- El Dato: como parte de la celebración del 25 aniversario, la cinta Amores perros se reestrenó en las salas de cine del país, con una versión remasterizada.
El escritor recordó que durante mucho tiempo la posibilidad de coincidir con Alejandro González Iñárritu parecía lejana. “Habíamos hablado de hacerlo en Cannes [Francia], en la celebración que se hizo ahí por los 25 años de Amores perros, pero hubiera sido con un público que no era nuestro y haberlo hecho en Bellas Artes, no en un cine, sino en el recinto cultural más importante de México fue genuino”, dijo.

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Más allá de las cámaras y los reflectores, el encuentro fue la confirmación de que el afecto prevalece sobre cualquier diferencia. “Los dos estábamos muy contentos de saber que seguía el cariño pese a todas las heridas, y pese a toda la gente que nos azuzó durante años. Muchos periodistas querían que chocáramos”, confesó.
Durante la conversación, el autor evocó la emoción de volver a compartir espacio con quien fuera su cómplice creativo en los años que transformaron la narrativa del cine latinoamericano con Amores perros. “Me emocionó mucho verla otra vez en pantalla grande, fue muy fuerte porque hay una serie de detalles que había olvidado, como gestos de actores, notas musicales, silencios, cosas que escribí en ese momento y tenían mucho peso. Mientras la veía le decía a Alejandro que cuando El Chivo Lubezki se pone los lentes, ese es el momento que resume esa historia, porque es él volviendo a ver con claridad quién es”, compartió el cineasta.
Arriaga habló también de los orígenes de su visión cinematográfica y de cómo cada uno de sus personajes de Amores perros guarda un pedazo de su vida. “Todos tienen algo mío. Vienen de la Unidad Modelo, del barrio donde crecí, de las peleas de perros, de los tipos que dormían en la calle. Todo eso está en mi memoria. Son experiencias que entraron en la licuadora y que siguen definiendo lo que escribo”, explicó.
Aunque el reencuentro duró sólo unas horas, su significado fue profundo: una reconciliación entre dos artistas que marcaron a toda una generación, pero también entre dos padres que vieron a sus hijos conversar, reír y reconocerse como parte de una misma historia.
“Verlos a ellos fue como cerrar un círculo. Al final, eso es lo que queda: la gente que queremos y las historias que compartimos. Hay cosas que uno sólo entiende con el paso del tiempo”, reflexionó Arriaga. “Cuando vuelves a encontrarte con alguien con quien compartiste tanto, te das cuenta de que la vida se encarga de acomodar las piezas”, concluyó.

