El arte de bultear

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Foto: larazondemexico

Yo soy de esos que bultean nomás por convivir.

No siempre necesito un pretexto, pero creo que mi último blackout está más que justificado.

El sitio que más he visitado en los últimos meses, después de Ciudad Godínez, es Dallas, Texas. El año pasado cuando The Who anunció su gira, en la que no incluiría México, estaba decidido a ir a verlos a Los Ángeles. Pero me dejé persuadir por Eduardo Rabasa de que mejor nos lanzáramos a Dallas. Así que en el fondo, él es el autor intelectual de mi bulteada. Por supuesto que la cantidad que ingerí juega un papel importante, pero las circunstancias no se hubieran presentado de tal manera si no hubiera permitido que me disuadiera Lalo.

Para matar dos pájaros de un jaibolazo, una noche antes del concierto presentaría mi nuevo libro de cuentos, Despachador de pollo frito, en la librería The Wild Detectives. Desde que el avión aterrizó en Dallas, comencé mi dieta texana: pura IPA. Como el profesional que soy conseguí mantenerme sobrio hasta que comenzara el evento. Entonces la maldita puerca del destino universal torció el rabo y todo se derrumbó. Incluidos mis casi cien kilos de peso. Si bien mi caída no acontecería hasta el día siguiente, ahí comenzó a fraguarse el blackauteo.

Momentos antes de empezar la presentación del libro recibí un mail de Ticketmaster. La tocada de The Who se cancelaba. Con el corazón partido platiqué con mi editor sobre la gestación del libro de cuentos. El resto de la noche estuve inconsolable. Mi amigo Javi decía que no era para tanto. Pero no entendía que The Who son mi banda favorita. Y que creo que ésta es la última gira. Es decir, acaricié la posibilidad de verlos por última vez y se me escurrió el sueño de entre las manitas de puerco lampreadas que tengo por manos.

"El caso es que pedimos cuatro rusos blancos y ya no pararon de llegar. Ignoro si me tomé más de siete u ocho".

A la mañana siguiente, para amortiguar el madrazo, buscamos qué conciertos ofrecía la ciudad esa noche. Calexico. Decidimos ponernos la peda de consolación, acudir a ver a cualquier banda habría sido peor, intensificar más la desolación de la que ya éramos objeto. Sobra decir que desde que despertamos comenzamos a beber y escuchar música a todo volumen. Una rabia contenida me impulsaba a beber hasta la inconciencia. Por qué pinche madre no fui a Los Ángeles como era mi intención original.

Roger Daltrey había enfermado de bronquitis. Ése era el motivo de que el show no se llevara a cabo. Puta suerte. Una noche antes habían tocado en Tampa. Háganme el puto favor, en Florida. Y nosotros a chingarnos. En Instagram, Pete Townshend aseguró que en mayo del 2020 cumplirían el compromiso. Espero que mi hígado aguante hasta ese tiempo.

Al parecer la cerveza no estaba resultando el paliativo indicado porque trasbordamos. Por la bruma del bendito alcohol no consigo recordar cómo fue el cambio de trago. No sé si alguien mencionó The Big Lebowski o qué ocurrió. El caso es que pedimos cuatro rusos blancos y ya no pararon de llegar. Ignoro si me tomé más de siete u ocho. Que combinados con unas quince cervezas que traía me arreglaron más que decentemente. En un punto decidimos volver a casa. Yo me encontraba bien, pedo, pero consciente. En cuanto salimos a la calle me derrumbé.

Conforme di unos pasos me descompuse y me fui de hocico contra el pavimento. “Me dio el aire”. Traducción: ese instante en que te desconectan de la fuente de energía. Entonces me cayó encima la cruel realidad de que se cancelara el concierto de Los Who. Si bulteas en México no pasa nada. Te roban los tenis y ya. Pero en Estados Unidos viene la policía y te ponen una multa de 15 mil dólares. Así que mis acompañantes no me dejaron hacer lo que yo más quería. Echarme a dormir la mona. Me agarraron entre los tres como pudieron y con pasos que semejaban a un zombie pasado de peso trataron de conducirme a la casa, a sólo tres calles.

Como no podían maniobrarme, dos güeros se ofrecieron a ayudar con el peso muerto. Los habitantes del vecindario comenzaron a asomarse por las ventanas. No hay duda de que los texanos son los más locos. A la primera oportunidad sacan las  armas. Y esta vez no fue la excepción. Se escucharon  cuatro disparos. Que seguro fueron tirados al aire. Con la intención de dispersarnos. Pero bien podrían haber dirigido los proyectiles hacia nosotros y esta columna podría no haber sido escrita.

Con un enorme esfuerzo consiguieron meterme en la casa. Desfallecí sobre la cama. Al día siguiente me desperté y lo primero que hice fue destapar una cerveza. Para celebrar que pude bultear en Texas sin que me dispararan.

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