Leer la prosa de Jorge Comensal en las revistas literarias del país es un goce del que me declaro practicante y, por ello, contar con esta suma de sus ensayos y crónicas me parece una gran oportunidad para, conociendo previamente algunas fotografías, comprender el álbum completo, y la historia que cuentan.
Además de un narrador eficaz, dueño de un universo ficcional propio, el también autor de la novela Las mutaciones es un cronista armado con un eficaz sentido del humor. Ciudadano de su tiempo, pone el ojo en las urgencias medioambientales y sociales que nos preocupan a todos, o deberían hacerlo, al tiempo que despliega estas ideas con contundencia. Es, sobre todo, un escritor que no teme mostrarse humano —con cicatrices y heridas, alegrías y esperanzas, dolor— que despliega sus climas interiores, permitiéndonos conocer su mundo e identificarnos con sus búsquedas.
En “La vida en llamas” el cronista pide recalibrar las palabras que usamos para referirnos al desastre climático donde no hay lugar para metáforas (no es la casa la que está en llamas, señala, sino nosotros), pues éstas, como escribió Susan Sontag, distraen, al no apelar a la lógica sino a un salto estético, que no abona al razonamiento.
“Jurassic Park o el rugido de la infancia”, cuenta la afición del autor por los dinosaurios de Spielberg, y la manera en que le ayudó a dar paso al pensamiento crítico. El ensayo es unalección de cómo las megaficciones dediscursos grandilocuentes (el cine de Hollywood en este caso) no pueden leerse literalmente; gesto necesario, en una época en que la literalidad parece el único recurso para aprehender la realidad (con vulgares y banalizantes consecuencias).
“Si hay dioses en el mundo, son anguilas” y “Hervir es doloroso” tratan sobre uno de los temas que más preocupan al autor: la conciencia. La so-ledad de la mente y sus trampas, la construcción de la percepción, las vías de las que disponemos para conocer lo real; asuntos que bordean la filosofía y la clínica, la melancolía y la neurología. Las referencias de Comensal, respectivamente, son la existencia de la anguilayucateca y la conocida crónica sobre el consumo de langosta que escribió David Foster Wallace.
Llego aquí a un punto álgido, por la profundidad humana con la que el cronista expone su tema. “Quince minutos con Lobo Antunes” es uno de mis textos favoritos; hay en él una desencantada entereza y una sutil melancolía que me parecen ejemplares. Quiso la suerte que Comensal pudiera entrevistar a un autor importante en su panteón personal. Nervioso ante la posibilidad de que dicho encuentro resultara desastroso, y a la vez emocionado por la oportunidad, cuando finalmente sucede la experiencia real le muestra una cara inesperada. Quiero comentar la actitud con la que el cronista abordó su trabajo:Comensal optó por ver al afamado escritor de talla mundial como, nada más ni nada menos que, una persona. Aquejado por el hartazgo y su sordera, agotado por el trajín y la interacción obligada en la promoción de uno de sus libros, António Lobo Antunes terminó confesándole a Jorge Comensal, quizá con soterrada urgencia, la soledad que entraña escribir, el intenso ensimismamiento que produce una despersonalización difícil de medir y asimilar para, quizá, cualquier escritor.
Pensando en el título del libro imaginé al autor celebrando a su creatura, como el doctor de Mary Shelley, extasiado ante el rompecabezas que ha logrado traer a la vida
Antes que verlo como un ser sobrehumano, antes que reflejar en él la necesidad del fan y admirarlo sin pudor, Comensal tuvo la compasión suficiente para no forzar nada, para ir apenas tras un par de preguntas, y esperar qué saldría de ahí.
En un mundo en el que se exige la singularidad personal en todo momento, entrar de puntillas en la intimidad del Otro es una lección no sólo de tacto y elegancia, sino de congruencia moral.
Quisiera comentar por otra parte el asunto de los versos. Comensal posee un oído educado, de lector interesado en la poesía; en su prosa hay, aquí y allá, endecasílabos, octosílabos, métricas varias que surgen de pronto, perfectamente acentuadas, afinadas en su vaivén. Frases que son versos, no sólo formalmente, sino por la carga lírica, la concentración de significado y lo sugerente de sus imágenes. Giros en mitad del baile, vemos en ellas la músicade fondo de la escritura. En una carta a Gerardo Deniz, Octavio Paz, refiriéndose a los asuntos de poetas que los ocupaban (minucias, artefactos verbales), dice que no olvida que dichos ministerios interesan a cinco o seis gatos. Quizá sea éste el caso de los versos sembrados en la prosa; con todo, yo me encuentro, felizmente, entre esos lectores felinos: curiosos, contemplativos, que buscan ser atrapados por el brillo del lenguaje.
Pensando en el título del libro imaginé al autor celebrando a su creatura, como el doctor de Mary Shelley, extasiado ante el rompecabezas que ha logrado traer a la vida. No está de más decir que la función del arte, de los libros en este caso, es recordarnos que estamos vivos. Interrumpir nuestra distracción. Leyendo a Comensal me sentí invitado a retomar el hecho, retador, alentador, de que la vida es tragedia, dolor, ventura, doblez, maravilla, matanza y encuentro; que es más grande, en suma, que mis rutinas. Su libro me incita a decir, en primera persona, cinematográfica, musicalmente, que me siento vivo (oh-oh-oh): que estoy vivo, y que la plenitud está en bailar con todas las cosas.