Las Aguas (un fragmento)

Bonnie Jo Campbell es autora de uno de los libros de relatos más originales: Mujeres y otros animales. Sus personajes son mujeres diferentes, fuertes, impredecibles. Considerada como la maestra del rural noir, Joyce Carol Oates escribió que la caracterización de sus personajes “es tan real que es como si los estuviera viendo ahora mismo por la ventana”. Dirty Works publicó en español su más reciente novela: Las aguas traducida por Tomás González Cobos. Presentamos este fragmento por cortesía de la editorial.

Imagen de una serpiente enrollada
Imagen de una serpiente enrollada Foto: Especial

Una chica tiene que cometer sus propios errores

Aquella noche, Ozma durmió fuera, bajo la esquina del porche, negándose a entrar en casa. Donkey se despertó en mitad de la noche, en la cama del Cuarto de la Perezosa. Se levantó, avivó el fuego de Baba Rose y bebió leche de un frasco como de costumbre, pero no se dirigió a la habitación de su abuela. Se puso la chaqueta grande de Titus, con los lápices, el libro y el cuaderno en los bolsillos, y salió al porche en la oscuridad. A cuatro patas, bajo la mesa, pegó la oreja a la tapa de plástico del cubo de veinte litros. La serpiente tampoco dormía, sino que esperaba tensa en el frescor de la noche, con un ligero cascabeleo, probablemente mareada por el olor del plástico. Fuera, Ozma empezó a ladrar y no paró hasta que Donkey llevó el cubo a la cocina y cerró la puerta.

Lindorm, ¿me entiendes? Te he salvado la vida.

Donkey volvió a pegar la oreja al plástico y aguardó una respuesta, con la esperanza de que la lindorm le ofreciera un deseo. Cuando la m’sauga habló por fin, a Donkey le costó descifrar el zumbido pantanoso, pero parecía decir: “Suéltame”.

—Ahora eres medicina. No puedo soltarte —susurró Donkey. Por encima de Rose Cottage, los cuervos solo podían imaginar lo que ocurría dentro, pero las arañas observaban nerviosas desde sus telarañas en los rincones y bajo la mesa—. Pero voy a darte un poco de aire fresco.

Donkey pasó el destornillador por debajo del borde de la tapa e intentó levantarla sin éxito. Fue dando la vuelta con el destornillador por la ranura, empujando un poco hacia arriba, pero la tapa se resistía, aunque ya había aflojado hasta la mitad. Había visto a Herself hacerlo decenas de veces y no se había dado cuenta de lo difícil que resultaba si la tapa estaba encajada. Agarró el cubo con ambas rodillas y empujó tan fuerte hacia arriba con el destornillador que la tapa salió volando, el cubo cayó de lado al suelo, y una gran espiral de energía irrumpió en la estancia entre siseos y cascabeleos.

Portada de "Las Aguas"
Portada de "Las Aguas" ı Foto: Especial

Liberada, la serpiente avanzó por las baldosas y se deslizó bajo el frigorífico antes de que Donkey pudiera ponerse en pie. La niña oyó los ronquidos de Herself a través de la pared e imaginó el grueso brazo derecho de su abuela que se estiraba hacia ella. Ni siquiera con una linterna pudo localizar a la serpiente bajo el frigorífico. Herself la había prevenido contra los deseos y ahora Donkey había comprobado cuánta razón llevaba. El deseo de salvar al reptil había sido imprudente. Buscó por todos los rincones de la cocina y luego se sentó a la mesa, a la espera de algún sonido. Mientras escuchaba, calculó una serie de polinomios, encontrando las soluciones como si arrancara raíces de la tierra, con un esfuerzo tan grande que se durmió con la cabeza sobre la mesa.

Por la mañana despertó acurrucada en el suelo, cerca del cubo vacío. No vio ninguna serpiente ni indicios de que hubiera estado allí. Examinó el agujero del suelo por donde bajaban las tuberías del fregadero. No parecía que una serpiente cupiera por allí. Miró la alacena, ancha y profunda, que llegaba del suelo al techo. Había un hueco en la parte inferior por el que la serpiente podría haberse colado. Donkey abrió las puertas altas muy despacio. En el interior, los cuatro estantes estaban repletos de remedios e ingredientes para hacer medicinas y cocinar. A unos ochenta centímetros del suelo se encontraba el estante más bajo, y en la parte inferior de la alacena había dos trampillas contiguas. Ambas estaban cubiertas por tapas de madera pintadas y conducían a dos compartimentos bajo la casa, a modo de despensas.

La de la derecha era más grande y tenía un interruptor en el interior. Medía unos sesenta centímetros de ancho y noventa de largo, por lo que Donkey, delgada como estaba, introdujo la cabeza y los hombros y encontró un país de las maravillas subterráneo y del revés: botes de pepinillos, montones de patatas y calabazas, manojos de tubérculos fibrosos y una amplia variedad de frutas colocadas en estantes de un metro de altura bajo la casa. Donkey era demasiado grande para bajar de un salto al interior de la despensa y pasarle objetos a Herself, como cuando era pequeña. En cualquier caso, la trampilla de la derecha estaba cerrada herméticamente.

La serpiente tampoco dormía, sino que esperaba tensa en el frescor de la noche, con un ligero cascabeleo, probablemente mareada por el olor del plástico.

En la alacena de la izquierda, más pequeña, Herself guardaba medicinas potentes, y solo se podía meter un brazo para sacarlas si se sabía dónde estaban. Donkey tenía prohibido tocar nada de lo que había en esa parte. En teoría, ni siquiera podía abrirla, pero a veces soltaba allí a los ratones en lugar de llevarlos al sótano, donde se comerían las provisiones de invierno, o fuera, donde podían congelarse. Con todo, no era fácil cerrar bien esa trampilla, y Donkey vio que estaba ligeramente entreabierta, por lo que la m’sauga podía haberse deslizado sin problemas por ese hueco para esconderse debajo de la casa.

El sol se alzaba en todo su esplendor, pero Donkey decidió que, antes de despertar a Herself, tenía que encontrar a la lindorm y convencerla para que regresara al cubo. Bebió más leche y recordó, solo después de acabar el frasco, la afirmación de su abuela de que se estaba comiendo a Dalila “de a poquitos”. Caminó de puntillas por el pasillo para ver cómo estaba Herself, que seguía roncando. Luego salió a buscar al hombre camuflado, pero no vio a nadie. Cruzó también el puente hacia Boneset, pero no encontró a ningún bebé en el cesto. Volvió al porche para leer acerca de pi en El jardín de la lógica, pero le costaba concentrarse. Hacía un año que había aprendido que pi = 3.14, pero este libro afirmaba que no era cierto. Pi equivalía a 3.1415926535… y los decimales seguían hasta el ∞. Esa no era forma de empezar el día. Si Donkey lograba devolver a la lindorm al cubo, la serpiente podría formar un círculo en el fondo del cubo, y la circunferencia de ese círculo sería 2 x pi x r. Pero si pi tenía decimales que llegaban hasta el ∞, es posible que Donkey no pudiera calcular una respuesta satisfactoria.

Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, vio un movimiento líquido y silencioso, y una figura comenzó a tomar forma en su campo de visión

Cuando oyó mugir a Dalila, cogió el cántaro de debajo del fregadero y lo llevó al dormitorio de Hermine, donde el olor a lavanda y albahaca morada no la reconfortó. Al cabo de un rato largo junto a la cama, decidió que Herself no estaba preparada para despertarse. La noche anterior parecía aletargada y, después de todo, dormir era la mejor medicina. Bajó los escalones y se dirigió al sendero de las prímulas, con el cántaro en una mano y la cesta de huevos en la otra, consciente de la ligereza de sus pasos desnudos y la leve huella que dejaban en la tierra de la isla. Por muy alto que fuera su cuerpo, no se veía lastrado por un collar de coñoconchas ni toda una vida de secretos ajenos. Caminaba sin apartar los ojos del suelo, atenta a cualquier movimiento en el sendero y sus inmediaciones, donde crecían flores de vivos colores: naranja, rosa, amarillo. Los cuervos meneaban la cabeza a su paso. Sin las indicaciones de Herself, tardó un buen rato en meter a Dalila en el cubículo y trabarle la cabeza. Donkey empezó a ordeñar con energía, pero pronto se le cansaron las manos. Al levantarse para descansar, la vaca levantó una pezuña para pisar una mosca y la metió en el cántaro de la leche.

Donkey regresó a la casa por la puerta trasera, a través del cuarto de Hermine, pero la anciana no se despertó. Siguió durmiendo mientras Donkey guardaba la leche contaminada en una jarra de plástico para los gatos de Molly. Donkey leyó, preparó té de raíces con más azúcar del permitido por Herself, comió crema de cacahuete comprada en la tienda con pan de masa Jane Dough y, aun así, Herself no se despertó. Donkey se preguntó si la abuela estaría bajo el hechizo de la m’sauga. Como no quería que la echaran de la isla por portarse mal, retrasó el despertar de Herself dibujando figuras geométricas y calculando distancias, aunque perdían relevancia sin nadie a quien contárselas. A media tarde, se sintió sola. La casa le pareció vacía sin el trajín de Herself; era como si, al estar sola, el tiempo y el espacio fueran demasiado grandes para Donkey. Avivó el fuego, pero Baba Rose no le ofreció ninguna orientación. Herself seguía respirando, le latía el corazón, pero ni siquiera se había levantado a orinar.

Donkey volvió a dormir sola esa noche, y cuando salió el sol a la mañana siguiente, se sentó en el borde de la cama de Hermine y rebotó suavemente, mientras se preguntaba si podría engañar a Herself haciéndola creer que el día anterior no había sucedido, o que nunca había habido una m’sauga, que todo había sido un sueño.

—Despierta, aya —dijo Donkey con su voz grave y alta.

Nunca había sido una mentirosa, pero ahora se planteó la posibilidad, pues la mentira ofrecía un amplio abanico de opciones. “La lindorm abrió el cubo desde dentro", “Ozma soltó a la lindorm y la ahuyentó hacia el pantano", o “Deseé que la serpiente estuviera libre, y se hizo realidad; tenías razón sobre los deseos, aya.” Entonces oyó un sonido, un rumor de movimiento. El olor de la habitación estaba mutando: era más fértil, como a almizcle y setas. Se puso a gatas y miró bajo la cama.

El colchón y los muelles estaban tensos bajo el peso de Hermine, pero más allá del abultamiento del cuerpo, algo se movía por el suelo. Donkey encendió la lámpara de aceite de la mesita de noche y la llevó bajo la cama. Proyectaba un círculo dorado de luz, con varios metros de diámetro, pero el aroma del aceite quemado no podía competir con la fragancia cítrica y amarga de las naranjas Osage que Herself guardaba bajo la cama para espantar a los insectos. Donkey se tumbó sobre el vientre, se metió debajo y, al sentir que algo se le clavaba, hizo una pausa para sacar un lápiz del bolsillo derecho de la chaqueta de Titus.

Imagen de una serpiente
Imagen de una serpiente ı Foto: Pixabat

Varias veces se habían colado serpientes en Rose Cottage; en una ocasión, una culebra corredora se enroscó en el brazo de la lámpara de pie del salón, junto al sofá de cuero, reluciendo plateada como el Hombre de Hojalata. Cuando Donkey intentó empujarle la cabeza —pequeña como un pulgar— en un tarro, la culebra la mordió con sus numerosos colmillitos curvados. Aquella herida le dolió mucho y Herself tuvo que limpiarla con aguardiente.

Donkey se adentró hacia la penumbra obstruyendo con el cuerpo la luz de la lámpara. Reptó sobre la fina alfombra de lana, hasta llegar al suelo de madera sin tratar. Intentó achatarse al máximo, pero se detuvo al descubrir que no podía avanzar más debido al cuerpo de Hermine, cuyo peso hundía el somier hasta casi tocar el suelo. Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, vio un movimiento líquido y silencioso, y una figura comenzó a tomar forma en su campo de visión; era como si Donkey estuviera dando vida a un amasijo de hojas húmedas, cenizas y huesos hervidos con el poder de su mente. Se asemejaba a la manera en que hacía las tablas de multiplicar, trazando primero una lista de números en vertical y en horizontal, para luego completar el resto con las respuestas que fueran verdaderas. ¿Era así como veía Herself al fantasma de Baba Rose en la cocina, moldeándolo poco a poco a partir de humo, flores y gulasch? ¿Era así como veía Rose Thorn al viejo cantinero en el sicomoro hueco cuando había bebido lo justo?

Ya resultaba innegable el patrón moteado de colores de pantano, el triple grosor de aquel cuerpo alargado bajo la cama. Donkey miró hacia atrás, hacia lacaja de manzanas que Herself utilizaba de mesita de noche. Apoyado en ella estaba el bastón que Donkey debería haber cogido, en lugar del lápiz que empuñaba en la mano izquierda. Y el cubo de las serpientes estaba en la cocina. Estiró una pierna e intentó pasar el pie alrededor del cayado y atraerlo hacia sí, pero solo logró derribarlo, alejándolo más aún.

—Tienes que volver al cubo —le susurró Donkey a la lindorm. Pensó que había aprendido mucho durante el último día y medio. Las advertencias de su abuela eran ciertas. Había errores que no volvería a cometer—. Mi abuela tiene que comerte. Lo siento, lindorm. Me equivoqué.

No se percató de que estaba acercando el brazo a la lindorm hasta que la serpiente se movió hacia su mano extendida. Tras apartar el brazo, vio que los ojos de gato de aquella cabeza triangular la miraban desde el lugar donde había estado su mano. Comprendió que sería peligroso hacer movimientos bruscos que sobresaltaran a la criatura. Se encogió muy despacio, con los ojos llorosos. Tuvo la impresión de que la lindorm censuraba sus lágrimas.