Vistas de puentes parisinos, reflejos solares sobre trigales, pétalos reflejados en el agua… a partir de esta semana, recorrer las salas del Museo del Palacio de Bellas Artes resulta un verdadero deleite para los ojos y confirma por qué el impresionismo, aún tras haber cumplido 150 años, continúa disfrutando de una enorme popularidad entre el público. Es innegable; la obra de este grupo de pintores de las últimas décadas del siglo XIX es bonita. Pero la exposición La revolución impresionista: de Monet a Matisse no ofrece sólo gozosas pinceladas, ahonda más allá de las bucólicas escenas que nos brindan sus lienzos para adentrarnos en la sacudida que representaron para el mundo artístico de su tiempo.
“El impresionismo no fue un estilo”, aseguró contundentemente en conferencia de prensa Nicole R. Myers, curadora de la muestra y directora de Curaduría e Investigación del Museo de Arte de Dallas, institución aliada del Museo del Palacio de Bellas Artes para este proyecto. El enunciado se hace evidente al observar las 45 piezas que la integran, cada una de ellas ventanas a la mirada particular de los 26 artistas que las crearon; se trata de un modo de ver o, más aún, de hacer. En palabras de Claude Monet, uno de los protagonistas estelares de la exposición, “el impresionismo es tan sólo la sensación directa […] es principalmente una cuestión de instinto”.
LA REVOLUCIÓN INICIAL del impresionismo, la más primigenia, es puesta en escena ante el público: la de la ruptura con la convención. A través de los cuatro núcleos de la exposición —Rebeldes con causa, Notas de campo, Efectos secundarios y Para siempre— se narra el tránsito de esta primera rebeldía iniciada en 1874 hacia el establecimiento de postulados que cambiaron para siempre no sólo las formas de producción de las artes plásticas, sino también de su exhibición y consumo. En su explicación, Myers afirmó que el impresionismo no terminó con la última exposición del grupo en 1886, más bien sentó las bases para todos los movimientos de arte moderno de ese momento en adelante. No es una exageración, al mirar el enigmático simbolismo del grupo de los Nabis, o las explosivas paletas de Paul Gauguin y Edvard Munch, se evidencia el impacto que estas innovaciones tuvieron en las vanguardias del siglo XX. Para entenderlo, no es necesario más que el atinado colofón de Piet Mondrian, con sus árboles y molinos.
POR MUCHOS AÑOS PARECIERA que el impresionismo se interpretaba como un conjunto de obras bellas e inocuas, libres de ideología y despolitizadas —una lectura que benefició a un momento histórico en particular y las instituciones que lo coleccionaron—, pero presentar ahora al público mexicano la transgresión que se esconde bajo los paisajes y las naturalezas muertas es una bocanada de aire fresco.
La revolución impresionista: de Monet a Matisse podrá visitarse hasta el 27 de julio y puedo asegurarles que se anticipan largas filas. Es, sin lugar a duda, el acontecimiento del año para los museos de arte de la Ciudad de México.


