Daniel Rodríguez Barrón compone la trama de su más reciente novela: Manual de resurrección para vagabundos y profetas como una exploración literaria bien definida en el género de la novela negra; pero, por igual, como una novela arriesgada y novedosa, orientada ambiciosamente en sus propuestas narrativas, en sus técnicas literarias y en su vasto repertorio imaginario.
Lo que está al centro es una trama policiaca, un crimen enmarcado por un paisaje de montañas y niebla, rodeado de mares de nubes en la densa selva de México. En un pueblo casi perdido en la sierra, El Gordo Mayo —el curador y crítico de arte más influyente de su generación— es asesinado mediante el uso sombrío de un gancho para colgar reses que le perfora el pulmón. Dicha escena es simultánea a la introducción de la protagonista, la detective Meche Pastrana, que cuida a su padre enfermo antes de hundirse en la sinuosa serie de personajes que le darán pistas sobre el mórbido suceso. Ambas situaciones inauguran de manera acompasada una novela que se presenta al modo de un rompecabezas multiforme de símbolos ocultos, chismes y rumores en el mundo del arte y la cultura.
EL HUMOR Y LA INTRIGA se dan la mano en una narrativa que se debate entre lo áspero y lo sutil. Entre lo directo y evidente, los personajes interactúan con diálogos que evocan el cine negro, mientras subyace en las descripciones del entorno o en los pensamientos de los narradores, siempre un estrato rico de juegos alegóricos y simbólicos, incluso de juicios reflexivos sobre el arte, la vida y la muerte, que son precisamente los elementos que van sembrando de inquietudes al lector que acompaña el seguimiento detectivesco del caso.
Un capítulo tras otro se ofrecen nuevas pistas sobre el asesinato de El Gordo Mayo, pero Rodríguez Barrón va más allá de la resolución del crimen: crea lazos invisibles entre personajes, objetos, ideologías y obras de arte. Un elemento clave es una pintura ficticia atribuida a Diego Rivera, vinculada con El corrido de la revolución proletaria, mural real del antiguo edificio de la SEP, cuya interpretación desencadena una serie de movimientos insurgentes en lo profundo de la selva.
El autor fusiona en su universo diegético obras reales y ficticias, en una estrategia que recuerda a Proust. Mientras que, en su disposición anacrónica, los capítulos recuerdan otro tipo de lógicas y modelos de pensamiento, que a mí en específico me hacen pensar en el Atlas Mnemosyne de Aby Warburg, o el pensamiento nomádico y rizomático, a la manera de Gilles Deleuze y Félix Guattari, pues las escenas establecen relaciones que trascienden las partes constitutivas, dejando ver que las relaciones son externas a los objetos, abriendo un exceso interpretativo entre símbolos y narrativas, que cazan muy bien con la trama filosófica y la novela detectivesca a la vez. Más que resolver un crimen, Manual de resurrección para vagabundos y profetas lo expande, desafiando al lector a recorrer su laberinto de significados con todo el repertorio de referencias que tenga a su alcance.
Para algunos lectores, la novela funcionará como una intriga policiaca con tintes filosóficos y políticos. Para otros, será un desafío hermenéutico
LA HISTORIA TRANSCURRE en San Dionisio Xipetotec, un pueblo ficticio que a mi parecer encarna la fusión de dos deidades: Dionisio, dios griego de la máscara, el teatro y la locura, y Xipe Totec, “el Señor Desollado”, deidad prehispánica de la regeneración, la fertilidad que exige sacrificios y desmembramientos humanos. Este sincretismo iconográfico y alegórico impregna la novela, donde arte, imagen y muerte se entrelazan en una red de presagios visuales y narrativos.
Los guerrilleros de la historia son jóvenes prófugos del orden social y “traidorxs” del sistema sexo-género, ex estudiantes de arte, política o filosofía de la UNAM, fugitivos de la academia. Sus relatos evocan realidades posibles, desde el EZLN hasta Ayot-zinapa y el frívolo mundo del arte contemporáneo. La investigación criminal se convierte así en una exploración de tensiones entre lo sagrado y lo profano, el orden y la insurgencia, lo místico y lo político.
Manual de resurrección para vagabundos y profetas es una orquesta de imágenes voluptuosas que no dan tregua en su riqueza alegórica e imaginativa. Para algunos lectores, la novela funcionará como una intriga policiaca con tintes filosóficos y políticos. Para otros, será un desafío hermenéutico: un entramado que requiere conocimientos sobre arte, cultura, política e historia de los movimientos sociales y utópicos en México para desentrañar sus múltiples niveles de significado. Algunos personajes pueden ser identificados con figuras históricas del México moderno y contemporáneo, mientras que otros emergen como espectros de la imaginación del autor, ensamblados con la alquimia literaria que permite a los vagabundos y profetas resurgir en cada revolución.
La novela hace patente que la verdad de un crimen no simplemente nos llama a aclararlo, sino que la verdad que ahí subyace se fragmenta y se dispersa entre el tiempo y el espacio para, al final, dejar al lector en el umbral de lo indescifrable.


