EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO

Cuando despertó, la droga todavía estaba allí

(Poniéndose hasta la madre con los Brian Jonestown Massacre)

Memorias de la jungla psicodélica
Memorias de la jungla psicodélica Foto: Imagen: Especial

Qué probabilidad existe de construir una carrera musical tocando el pandero: la más mínima, créanme.

Sin embargo, el hombre que firma Memorias de la jungla psicodélica (Colectivo Bruxista, 2024) no sólo ha alcanzado la celebridad mundial como panderista, sino que ha aportado su toque personal al sonido de Brian Jonestown Massacre, quizá la mejor banda de rock sobre la tierra.

SI BIEN YA EXISTÍA UN LIBRO que aspiraba a contar la historia de BJM, Keep music evil de Jesse Valencia, hacía falta un inside job. Y quién mejor para realizar el trabajo sucio que Joel Gion. Durante mucho tiempo corrió el rumor de que trabajaba en su autobiografía, pero pocos confiábamos en que la terminaría. No por incrédulos, sino por su ritmo de vida: conciertos, giras, borracheras, drogas, resacas y más conciertos, giras, drogas, borracheras, resacas. Algo que parece estar peleado con la capacidad de abstracción requerida para sentarse a aporrear el teclado de la computadora. Pero el hijo de puta consiguió acabarlo y el resultado está fuera de toda proporción. No sólo ha escrito un buen libro, ha puesto la vara demasiado alta en cuanto a biografías de rock se refiere. A ver quién de los que vienen detrás logran superar esta obra.

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Uno de los misterios alrededor de la figura de Joel es cómo fue que se decidió a tocar el pandero con tan singular estilo. Quizá la explicación radique en la siguiente confesión.

Esa noche descubrí que tocar las maracas es más difícil de lo que parece. Si las mueves espontáneamente sin llevar el ritmo, pasan de ser un instrumento latino de percusión asociado con los grupos beat de los sesenta a convertirse en un sonajero inútil. Dar con la manera exacta me exigió una concentración que, mezclada con el ron y mis gafas negras, me daba un cierto aire de indiferencia. El objetivo era aprender a sentirlo por dentro, no sólo tocar, sino ser lo que sea que hay dentro sin pensar en lo que sea que consiste serlo.

Ese aire de indiferencia y esa concentración a la que hace referencia (ajeno a todo en el escenario, excepto a los berrinches de su líder Anton Newcombe) y su boina de marinero junto a sus sunglasses mosca, lo convirtieron en la carta de presentación de BJM. En la parte más reconocible. Apareciendo en la portada de uno de los discos más emblemáticos de la banda: Thank God For The Mental Illness. Porque si algo es irrefutable es que no existe nada más Brian Jonestown Massacre que la jeta de Joel Gion.

MEMORIAS DE LA JUNGLA PSICODÉLICA es la historia de Joel Gion. Pero es también la de BJM. Además de biógrafo, el hombre de la pandereta oficia como divulgador de la filosofía telúrica de Anton Newcombe. Por qué la banda siempre parece que se esta autosaboteando, es algo que más de uno nos hemos preguntado. Es probable que Joel lo explique mejor que nadie:

A pesar de que hemos hecho todo este viaje hasta Texas, nuestra actuación, como siempre, no está pensada para impresionar ni ‘ganarnos’ al público. No es un intento de ser aceptados. Estamos aquí para proclamar la buena nueva: lo entiendes o no lo entiendes. Aquí no hay nada a lo que dar forma, nada que se vaya a doblar si intentas manipularlo y hacerlo más estable. Es un compuesto altamente explosivo de energía que tan sólo necesita una rampa de lanzamiento para detonar en el mundo entero. Lo que andamos buscando es un rebelde del mundillo discográfico, un revolucionario, un experto en explosivos. Pero este tipo de figuras no abundan mucho en la actualidad, la mayoría suelen ser simples empleados.

Memorias de la jungla psicodélica
Memorias de la jungla psicodélica ı Foto: Imagen: Especial

Ese no buscar ser aceptados disparó a la banda hacia uno de los viajes más turbulentos de la música contemporánea. Ese paseo por el lado salvaje quedó capturado en el documental Dig! donde el rostro de Joel volvió a ocupar el primer plano al aparecer en el cartel de la portada. “La vida real no suele ser tan interesante como quieren hacernos creer los documentales de rock”, afirma Joel en estas memorias. Y puede que tenga razón en relación a cientos de bandas, pero no en el caso de BJM. Porque un montón de bandas, del género que se les antoje, incluido el punk, pueden alardear de su desinterés por no formar parte de la industria. Pero en el caso de BJM puedes estar seguro de que estas palabras son auténticas hasta el tuétano. Y si lo dudas, abundan ejemplos en los que las peleas entre Anton y sus subversivos echaron a perder oportunidades de oro.

Lo que sí nunca han arruinado es su capacidad para crear música especial. Razón por la cual continúan fascinándonos.

Y pensar que el matrimonio entre Joel y Anton estuvo a punto de no producirse. Pero uno de esos raros milagros que luego ocurren en la música lo salvó. El relato de Gion arranca con sus días como empleado en una tienda de discos en San Francisco. Después cuenta cómo se fue a vivir con unos okupas sin pagar renta a cambio de dedicarse a rociar papeles con LSD para su venta. La policía vigilaba la propiedad que fungía como comuna y si Joel no hubiera descubierto esto, lo que propició su graciosa huida, habría terminado en la cárcel. Y esta reseña y estas memorias no habrían existido. Y tampoco la jeta de Joel habría ocupado la portada de Dig! Y BJM sería distinto, sin el talento de su “espontánea presencia escénica”.

Memorias de la jungla psicodélica también es un libro de aventuras. Individuales y colectivas.

Memorias de la jungla psicodélica también es un libro de aventuras. Individuales y colectivas. Una especie de obra picaresca bajo la influencia de las drogas. En la que Joel se convierte en un especialista en meterse en líos. Y en salir de ellos, por supuesto. Como el capítulo en el que describe una caminata kilométrica para escapar de la paranoia que le produce la policía y la llegada a un río donde se encuentra con un bote y en el que decide pasar la noche para refugiarse de la lluvia. Pero entonces lo descubren y tiene que ahuecar el ala por temor a que lo agredan por invadir propiedad privada. El pasaje parece una escena eliminada de Cabo de miedo.

Y todo mientras sufre por culpa de unas botas que son un par de números menores a su medida.

Estas memorias abarcan una década en la vida de Joel, en la que su perspicaz destreza para tocar el pandero lo condujo hasta la cima. Algo difícil de conseguir a menos que seas el hombre al que habiendo cosechado el éxito todavía le “resulta inevitable echar de menos los viejos días de lucha y miseria en San Francisco”.

Ojalá haya una segunda parte y Joel nos regale otros diez años de magnífica prosa.