¡Felices 100 años, Sra. Dalloway!

Cuenta la editora de Virgina Woolf, Stella McNichol que mientras trabajaba en una versión de La señora Dalloway se dio cuenta del interés de la autora británica por una determinada clase de reunión social: la party, para revelar a partir de ella lo que en la confusión de la vida cotidiana puede quedar oculto. Ana Clavel hace un repaso de esa importante obra que cumple cien años, y comparte lo que Woolf escribía sobre ella en su Diario de una escritora.

Ana Clavel
Ana Clavel Foto: Especial

Clarissa Dalloway surge en la literatura de Virginia Woolf desde su primera novela, Fin de viaje de 1915. Ahí se perfila como un personaje incidental en la travesía de la protagonista Rachel Vinrace en un viaje a Sudamérica. Después vuelve a aparecer en los relatos “La señora Dalloway en Bond Street”, “El vestido nuevo”, “El primer ministro” y otros (más que cuentos, esbozos de inmersión en el personaje, escenas que podrían convertirse en capítulos), publicados en revistas literarias a partir de 1923. Al retrato inicial como una mujer de mediana edad, de clase alta, superficial y feliz con su matrimonio perfecto, en los siguientes textos se nos irá revelando una complejidad enmarañada de reflexiones, extrañamientos y fisuras al interior del personaje. Así pues, no es gratuito que la autora inglesa la convierta, después de publicar Noche y día (1919) y El cuarto de Jacob (1922), en protagonista de su cuarta novela, editada en mayo de 1925, y que la haga figurar desde el título de la misma, no obstante que en algún momento pensó en llamarla Las horas (título que retomará Michael Cunningham para su novela ganadora del Pulitzer en 1999, una de cuyas protagonistas es precisamente Virginia Woolf).

LO PRIMERO QUE LEÍ DE VIRGINIA WOOLF fue Las olas en la colección Club Bruguera, a los 19 años. En el taller de cuento del INBA al que asistía, se hablaba de la genialidad de la escritora sólo comparable a las de Proust y Joyce. El hecho mismo de que figurara entre los cien títulos de Club Bruguera, que sólo publicó una selección de los más grandes, en plenos años ochenta, me hizo confiar en que me esperaría una obra maestra. Así fue, en efecto. Quedé deslumbrada con lo

que se podía hacer con el lenguaje: un fluir de una conciencia a otra de los personajes para conformar un mosaico de voces que estallaban en iluminaciones de belleza, dolor, éxtasis, muerte. Ahí surgió mi deseo de ser escritora, no de escribir, pues eso sucedió antes, sino de hacerme del oficio de la escritura. Siempre he pensado que los mejores maestros son los escritores que admiramos. En consecuencia, fui indagando en otras propuestas de la autora conforme me encontraba sus libros en librerías y bibliotecas: Flush, Orlando, La casa encantada y otros cuentos, Un cuarto propio… Por supuesto, su Diario de una escritora. Pero fue en La señora Dalloway donde encontré sin dudarlo el brillante cuaderno de escritura que posibilitó Las olas, publicada en 1931, después de Al faro (1927) y de su obra más lúdica: Orlando (1928).

La anécdota es mínima: un día en la vida de Clarissa Dalloway, que prepara una fiesta para recibir a las amistades del antes diplomático y ahora miembro de la cámara de los comunes, su esposo, Richard Dalloway. Ella es —en palabras de un antiguo pretendiente, Peter Walsh, que regresa justo ese día de una temporada en la India por más de 10 años— la “perfecta anfitriona”. La época es la posguerra de 1921-22 y el lugar, Londres. A través de un narrador en tercera persona que desplaza la mirada hacia el interior de cada personaje en un constante cambio de focalización, transcurren las horas, las búsquedas, las zozobras, los momentos de éxtasis cotidianos.

Conforme suenan las campanadas del Big Ben, aparece un puñado de personajes y circunstancias en el suceder de una mañana de junio hasta la hora de la noche, en que acontece finalmente la fiesta, con presencias inesperadas como la de Sally Seton, amiga de juventud de la protagonista, de quien incluso se sintió intensamente enamorada. O los sentimientos de rencor de clase de la institutriz de su hija, la señorita Kilman, lo mismo que la noticia del suicidio de un ex combatiente de la guerra, Septimus Warren Smith, después de volvernos cómplices y lamentar su asfixia en un mundo sin sentido, su delirio y su “locura”. Y así, de manera sucesiva y a veces casi simultánea, personajes y situaciones se van encabalgando como si de un solo plano-secuencia cinematográfico se tratase, como si la autora fuera capaz de transformar la pluma en una cámara de cine que tuviera el poder de desplazarse a través de las acciones, los escenarios externos y, a la vez, por los mundos interiores de los protagonistas, en un vértigo del punto de vista narrativo, tan delirante como el soplo de la vida.

En el proceso de escribirla, según declara Virginia en su Diario, muy pronto descubre que la estructura de la nueva novela “es extraña y dominante” y que habrá de recurrir a sus mejores armas para estar a la altura del desafío que ello impone. Frente a los esbozos iniciales de Clarissa, quien “arrastra consigo a toda una cohorte”, percibe los abismos que habrá de revelar: “Creo hermosas cavernas detrás de mis personajes. Pienso que esto da por resultado exactamente lo que deseaba. Humanidad, humor, profundidad. El proyecto es que las cavernas estén en comunicación entre sí, y que todas queden bajo la luz del día en el mismo instante”. En particular, la caverna detrás del atormentado Septimus, tan cercano a las crisis nerviosas de Virginia y a su intento de suicidio de 1904, según relata Roger Poole en La Virginia Woolf desconocida, cuando escucha hablar a los pájaros en griego y se lanza por una ventana, experiencias que atribuye al ex combatiente.

De Emma Bovary (1856) a Clarissa Dalloway (1925) se tiende un puente no sólo de poderosa tradición novelesca, sino de experimentación en la técnica narrativa mediante el desplazamiento de un estilo libre indirecto.
Obras de Virginia Woolf
Obras de Virginia Woolf ı Foto: Especial

De Emma Bovary (1856) a Clarissa Dalloway (1925) se tiende un puente no sólo de poderosa tradición novelesca, sino de experimentación en la técnica narrativa mediante el desplazamiento de un estilo libre indirecto (como describe H. Levin que sucede en Madame Bovary en su libro El Quijote femenino), a una focalización de la interioridad casi a nivel de monólogo interior y flujo de conciencia mediante la inclusión de diferentes puntos de vista subjetivos para atisbar la realidad filtrada por el mundo interior de los personajes (como refiere el crítico Erich Auerbach respecto de La señora Dalloway en su ensayo Mimesis: La representación de la realidad en la literatura occidental). Pero también, a nivel temático, se establece una evolución en el protagonismo de la mirada femenina: de la insatisfacción que lleva a una al tedio, adulterio y suicidio; y a la otra, a la angustia de la calma aparente y el latido sincopado de vida / muerte.

En su estudio “La señora Dalloway en el inicio del siglo XX”, Cora Requena Hidalgo atribuye acertadamente la multiplicidad de percepciones del libro en el uso que hace el narrador de la focalización interna para incursionar no ya en las conciencias de los personajes sino en sus visiones del mundo. La ruptura de la linealidad, la búsqueda de liberalización de los puntos de vista narrativos, así como la necesidad de terminar con “la univocidad del discurso no son sólo tratados a nivel temático, sino que constituyen el verdadero sostén, la estructura sobre la que se cimienta todo el contenido novelístico”.

Obras de Virginia Woolf
Obras de Virginia Woolf ı Foto: Especial

CONSIDERADA UNA DE LAS CIEN mejores novelas en lengua inglesa por la revista Time es, sin duda, la obra más conocida de la autora —a lo que ciertamente ha contribuido la versión cinematográfica de Marleen Gorris (1997), con una espléndida Vanessa Redgrave en el papel protagónico, y el filme Las horas de Stephen Daldry (2002), basado en la novela de Michael Cunningham, con una Nicole Kidman irreconocible en el papel de Virginia Woolf en el proceso de escritura de La señora Dalloway. Tras su suicidio en 1941, la obra de nuestra autora entró en un periodo de bruma. Sólo la leían lectores asiduos, especialistas y escritores.

Obras de Virginia Woolf
Obras de Virginia Woolf ı Foto: Especial

Fue hasta los años setenta que el movimiento feminista puso en circulación su ensayo Un cuarto propio, con la famosa frase “Una mujer debe tener dinero y una habitación propia si va a escribir ficción”, y de ahí resurgió en buena medida el interés por sus libros en general. Pero ha sido también la crítica feminista la que ha sesgado la propuesta literaria de Virginia Woolf, en su búsqueda por reivindicar prototipos de la nueva mujer. En palabras de la académica Cora Requena:

El sometimiento gustoso de Clarissa al lugar que le reservan las convenciones sociales, tanto en su vida familiar (de esposa y madre), como en su vida pública (de anfitriona silente, elegante y poco comprometida con la realidad), es la razón fundamental para que críticas como Patricia Stubbs y Elaine Showalter califiquen de intento fallido a Clarissa Dalloway en tanto modelo o imagen de la nueva mujer del siglo XX.

Según el poeta Goethe hay tres preguntas que deben pesar en la valoración de una obra: ¿Qué se ha propuesto el autor? ¿Lo ha hecho bien? ¿Ha valido la pena? Dejemos que sea la propia Virginia Woolf, a través de algunos fragmentos de su Diario de una escritora, quien responda en su cuarto propio de escritura: sus vicisitudes, sus desafíos, su poética, es decir, los gajes de su oficio. Por lo pronto, ¡felicidades, Sra. Woolf! ¡Felices cien años, Sra. Dalloway!

¡Felices 100 años, Sra. Dalloway!
¡Felices 100 años, Sra. Dalloway! ı Foto: Fuente > Especial

VIRGINIA WOOLF ESCRIBE SOBRE LA SEÑORA DALLOWAY DESDE SU CUARTO PROPIO DE ESCRITURA:

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¿Llegará el día en que pueda soportar leer mi propia literatura en letra impresa, sin sonrojarme, temblar y sentir deseos de ocultarme? [27-03- 1919]

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[…] La señora Dalloway se ha convertido en un libro; en él inserto un estudio sobre la demencia y el suicidio; el mundo visto por el cuerdo y el demente, el uno al lado del otro, algo así. ¿Septimus Smith? ¿Es un buen nombre? [14-10-1922]

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[…] ¿qué pienso de mi literatura? ¿De este libro, es decir, Las horas [nombre tentativo de La señora Dalloway], si es que éste va a ser su título? Hay que escribir con profundo sentimiento, dijo Dostoyevski. ¿Lo hago? ¿O bien me invento cosas, utilizando palabras, a pesar de lo mucho que las amo? No, me parece que no. En este libro casi me sobran ideas. Quiero expresar la vida y la muerte, la cordura y la demencia, quiero hacer una crítica del sistema social, y mostrarlo en funcionamiento, en sus momentos de suma intensidad. […] ¿Estoy escribiendo Las horas basándome en profundas emociones? Desde luego, la faceta de la locura me afecta tanto, hasta tal punto tortura mi mente, que apenas puedo hacer frente a la posibilidad de pasar las próximas semanas entregada a ella. […] Sin embargo, me atrevería a decir que es cierto que carezco del don de la “realidad”. Despojo de sustancia, hasta cierto punto voluntariamente, al desconfiar de la realidad, de su ruindad. Pero avancemos más. ¿Tengo la capacidad de expresar la verdadera realidad? ¿O acaso escribo ensayos acerca de mí misma? […] Volviendo a Las horas, diré que va a ser una lucha endiablada. Su estructura es extraña y dominante. Siempre tengo que retorcer mi sustancia para que se adecúe a la estructura. Esa estructura es desde luego original, y me interesa enormemente. [19-06-1923]

Ahora, por fin, he llegado a la fiesta, que comienza en la cocina y asciende lentamente por la escalinata. Debe ser un episodio sumamente complicado, ingenioso, sólido, en el que todo quede unido.

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Llevo mucho tiempo luchando con Las horas, que está resultando uno de los libros más tentadores y más resistentes con que me he tropezado. Hay partes muy buenas, y partes muy malas; me interesa muchísimo: no puedo dejar de escribir, todavía. ¿Qué le pasa a este libro? Pero quiero refrescar mi mente, no atontarla, por lo que nada más diré. Sólo quiero dar constancia de un síntoma; la convicción de que seguiré adelante, de que lo terminaré, porque me interesa escribirlo. [29-08-1923]

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Podría decir muchas cosas acerca de Las horas y mi descubrimiento. La manera en que creo hermosas cavernas detrás de mis personajes. Creo que esto da por resultado exactamente lo que deseaba. Humanidad, humor, profundidad. El proyecto es que las cavernas estén en comunicación entre sí, y que todas queden bajo la luz del día en el mismo instante. [30-08-1923]

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[…] Las horas ocupa totalmente mi mente. […] Creo que se está convirtiendo en una obra más analítica y humana; menos lírica; y tengo la impresión de que he roto totalmente las amarras y gozo de libertad para verter en ella cuanto quiera. [26-05-1924]

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[...] iré corriendo a casa bajo la lluvia, para ver si Clarissa está en ella. Se lleva gran parte de mis días, y es una larga, muy larga, novela. [3-08-1924]

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Preveo que La señora Dalloway se alargará hasta más allá de octubre. En mis previsiones, siempre olvido algunas de las más importantes escenas del libro. Imagino que puedo avanzar directamente hacia la gran fiesta, y terminar el libro, olvidándome de Septimus, que es un asunto muy delicado y espinoso, y saltándome la escena de Peter Walsh cenando, que también puede constituir un obstáculo. Pero me gusta pasar de una habitación iluminada a otra, que es tal como veo mi cerebro: habitaciones iluminadas; y los paseos por el campo son pasillos; y hoy me dedico a estar echada pensando. [15-08-1924]

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Es una vergüenza que no escriba nada, o que, si escribo, escriba con desaliño, utilizando solamente participios presentes. Me parecen muy útiles en esta última etapa de la Sra. D. Ahora, por fin, he llegado a la fiesta, que comienza en la cocina y asciende lentamente por la escalinata. Debe ser un episodio sumamente complicado, ingenioso, sólido, en el que todo quede unido, y que termine en tres notas, en diferentes puntos de la escalinata, que diga cada una algo para definir a Clarissa. ¿Quién dirá esas cosas? Peter, Richard y Sally Seton, quizá; pero todavía no quiero comprometerme a ello. Ahora pienso que este puede ser el mejor final, entre todos los míos, que quizá salga a la perfección. Pero todavía he de leer los primeros capítulos, y confieso que temo un poco su excentricidad, y su pretensión al ingenio. Sin embargo, tengo la seguridad de que ahora debo centrarme arduamente en el trabajo, aunque sólo sea con el fin de que mis metáforas surjan libremente, como surgen aquí. ¿Cabe la posibilidad de mantener la calidad de apunte, en una obra acabada y redondeada? Esto es lo que intento. [7-09-1924]

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[…] He subido corriendo la escalera, pensando que tendría tiempo para consignar el siguiente hecho pasmoso, a saber, las últimas palabras de la última página de La señora Dalloway, pero me han interrumpido. De todas maneras, lo cierto es que ayer hizo una semana que escribí realmente estas palabras. “Sí, porque allí estaba”, y me alegré de haber quedado liberada del libro, por cuanto ha representado una tensión durante las últimas semanas, aun cuando he estado con la cabeza menos pesada; quiero decir que la sensación de haberme abierto paso difícilmente y de haber conseguido mantener los pies en la cuerda floja ha sido más leve. [17-10-1924]

¡Felices 100 años, Sra. Dalloway!
¡Felices 100 años, Sra. Dalloway! ı Foto: Fuente > Especial

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[…] Estoy revisando los capítulos locos de La Sra. D. Me pregunto si el libro sería mejor sin ellos. Pero esto es un pensamiento a posteriori, surgido después de haber aprendido a enfrentarme con la señora Dalloway. Al final de un libro, siempre me parece ver cómo hubiera debido ser escrito en su integridad. [18-11-1924]

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Estoy revisando al galope La señora Dalloway, volviéndola a escribir a máquina desde el principio, lo cual es, más o menos, lo que hice con Fin de viaje; me parece un buen método, ya que de esta manera se pasa un pincel húmedo sobre la totalidad, con lo cual se unen partes que fueron compuestas por separado, y se secaron. Con toda honestidad, creo que es la más satisfactoria de mis novelas (aunque todavía no la he leído en frío). Los críticos dirán que la obra carece de unidad debido a que las escenas de locura no guardan relación con las escenas de la señora Dalloway. Y me parece que también hay partes de escritura superficial y relumbrón. Pero ¿es “irreal”? ¿Se trata de una obra meramente “meritoria”? Creo que no. Y, como me parece haber dicho antes, creo que me he hundido en las profundas capas de mi mente. Ahora puedo escribir y escribir y escribir; es la sensación más feliz del mundo. [13-12-1924]

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[…] Revisé La Sra. D., lo cual es la parte más helada de la tarea de escribir, la más deprimente, la que más exige. La parte peor de la novela se encuentra en el principio (como de costumbre), cuando el aeroplano se lleva toda la atención durante unas cuantas páginas y el relato queda aguado. Leonard [Woolf] ha leído el libro; dice que es lo mejor que he escrito, ¿pero cuándo no ha dicho esto? De todas maneras, estoy de acuerdo con él. Estima que tiene más coherencia que El cuarto de Jacob, pero que es de lectura difícil debido a la aparente falta de conexión entre los dos temas. De todas maneras, lo mandamos a Clark, y la semana próxima tendremos las pruebas. Lo publica Harcourt Brace, que lo ha aceptado sin leerlo, que me ha subido al 15 por ciento [de regalías]. [6-01-1925]

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[…] Desde la última vez que escribí hasta hoy, o sea estos últimos meses, ha muerto Jacques Raverat […] y me mandó una carta acerca de La señora Dalloway, carta que me proporcionó uno de los días más felices de mi vida. Me pregunto si en esta ocasión he conseguido algo. Bueno, de todas maneras nada he conseguido en comparación con lo conseguido por Proust, en cuya lectura estoy ahora sumida. Lo importante, en Proust, es esa combinación de suma sensibilidad con suma tenacidad. Busca los matices de la mariposa hasta el último grado. Es duro como la piedra y evanescente como la mariposa. Y, supongo, conseguirá influir en mí y, también, que mis propias frases me saquen de quicio. [8-04-1925]

¡Felices 100 años, Sra. Dalloway!
¡Felices 100 años, Sra. Dalloway! ı Foto: Fuente > Especial

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[…] más vale guardar silencio, ya mis libros tiemblan, a punto de salir, y mi futuro es incierto. En cuanto a previsiones, digamos que las cartas dicen que La señora Dalloway es un éxito (Harcourt la considera “maravillosa”), y dicen que se van a vender dos mil ejemplares. No espero que sea así. Espero un lento y silencioso aumento del prestigio… [19-04-1925]

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¿He dicho que el Times me dedicó casi dos columnas de farfullados murmullos? Pero lo raro es lo siguiente: honradamente, el destino de La Sra. D. no me inspira el más leve nerviosismo. ¿A qué se debe? Realmente, me aburre un poco, por primera vez, pensar en lo mucho que tendré que hablar de este libro este verano. La verdad consiste en que el placer profundo consiste en escribir, y el placer superficial en ser leída. Ahora vivo dominada por el deseo de dejar de escribir para los periódicos, y dedicarme a Al faro. [14-05-1925]

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Dos críticas desfavorables de La Sra. D. (Western Mail y Scotsman); no se entiende, no es arte, etc., y una carta de un joven de Earls Court. “Esta vez lo ha conseguido, ha atrapado la vida y la ha puesto en un libro…” [15-05-1925]

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[…] La Sra. D. está teniendo un éxito sorprendente. Ya se han vendido 1,070 ejemplares. [1-06-1925]

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[…] En este mes se han vendido más ejemplares de Dalloway que del Jacob en un año. Creo que podemos llegar a los dos mil. [14-06-1925]

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No, a Lytton [Strachey] no le gusta La señora Dalloway, y, lo cual es raro, el hecho consistente en que lo haya dicho aumenta mi simpatía hacia él, y no me importa gran cosa. Dice que se da una discordancia entre el ornamento (extremadamente bello) y lo que ocurre (un tanto vulgar o carente de importancia). Estima que la causa de lo anterior radica en cierta discrepancia que se da en la propia Clarissa. Lytton cree que Clarissa es desagradable y limitada, pero yo a ratos me río de ella y en otros momentos, lo cual no deja de ser notable, la cubro con mi personalidad. Según esto, pienso que el libro, considerado en su integridad,

carece de solidez; sin embargo, Lytton dice que el libro forma un todo unitario; y dice que, a veces, el estilo es de gran belleza. ¿Y cómo cabe calificarlo si no de obra genial? ¡Esto ha dicho! Aunque no se puede saber de dónde proviene la genialidad. Más lleno de talento que cuanto he escrito antes. Quizás, ha dicho, todavía no domines tu método. Debes acometer algo más loco y más fantástico, buscar una estructura en la que quepa todo, como la del Tristam Shandy. Pero, en este caso, perderé el contacto con las emociones, he dicho. Mostrándose de acuerdo, ha observado: Ciertamente debes partir de la realidad. Sólo Dios sabe cómo te las arreglarás para conseguirlo. Pero Lytton estima que me encuentro en un principio, y no en un final. […] mucho me temo que La Sra. D. sea una piedra preciosa con una tara. Ha dicho que este último libro es muy personal, y quizás un poco anticuado. Sí, creo que algo de verdad hay en ello, ya que recuerdo cierta noche, en Rodmell, en que decidí abandonar el libro, debido a que me pareció que Clarissa era, en cierto modo, como una especie de muñeca cincelada. Luego me inventé sus recuerdos. Pero creo que Clarissa siguió inspirándome cierto desagrado. Sin embargo, lo mismo debo decir con respecto a Kitty, pero en arte debe carecer de importancia que se sienta antipatía hacia ciertos personajes […] Pero nada de esto me causa daño, nada de esto me deprime. Es raro que, cuando Clive y otros (varios) dicen que es una obra maestra, yo no me entusiasme en exceso; cuando Lytton pone reparos, vuelvo a adoptar el espíritu de lucha propio de mi trabajo, lo cual es lo natural en mí. No me considero una triunfadora. Me gusta más la sensación del esfuerzo. [18-06-1925]

En cuanto a previsiones, digamos que las cartas dicen que La señora Dalloway es un éxito y dicen que se van a vender dos mil ejemplares.

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[…] (Pero, mientras escribo, estoy inventándome Al faro. El mar se oirá a lo largo de todo el libro. Tengo el presentimiento de que inventaré un nombre que dar a mis libros, en sustitución del de “novela”. Un nuevo ______ de Virginia Woolf. Pero ¿qué nombre? ¿Elegía?) [27-06-1925]

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[…] He llevado a cabo un veloz y brioso ataque a Al faro; veintidós páginas seguidas, en menos de quince días. Todavía estoy deshinchada y me fatigo fácilmente, pero si consigo volver a reunir energías, creo que podré volver a hilar la novela con infinito placer. ¡Recordemos lo trabajosas que fueron las primeras páginas de Dalloway! Cada palabra fue exprimida con fuerza implacable de mi cerebro. [5-09-1925]

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Mi novela me agita como una antigua bandera. Es Al faro. Creo que vale la pena decir, en mi propio interés que, por fin, por fin, después de la batalla de El cuarto de Jacob, y de las angustias —angustias en todo momento, salvo el final— de La señora Dalloway, estoy escribiendo más deprisa y más libremente de lo que jamás lo haya hecho; más, unas veinte veces más, que en cualquier novela anterior. Creo que esto demuestra que encontré el buen camino; y que, por ese camino, podré alcanzar cuantos frutos cuelguen de mi alma. Se da el divertido caso consistente en que ahora invento teorías según las cuales lo importante es la fertilidad y la fluidez, cuando antes abogaba por la concisión y la justeza. De todas maneras, paso la mañana entera en ello, y me cuesta lo indecible no seguir azotando mi cerebro por la tarde. Vivo totalmente en el libro… [26-02-1926]

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[…] no alcanzo a comprender cómo fui capaz de escribir semejantes páginas, y con tanta excitación; esto fue ayer; hoy vuelve a parecerme bueno. Escribo esta nota para advertir a otras Virginias que escriben otros libros que así es la cosa, ahora arriba, ahora abajo. Y sólo Dios sabe la verdad. [14-11-1934]

[Fragmentos tomados de Diario de una escritora, trad. Andrés Bosch, Editorial Lumen, 1981.]