A Adriana y Stella
En tiempos donde nadie escucha a nadie…
—FITO PÁEZ: “AL LADO DEL CAMINO”
LA BIO
Nacida en la provincia de Junín, Argentina, Leila Guerriero siempre vivió rodeada de —yo diría atravesada por— libros, revistas, cómics y buenas películas. Cuenta que su familia tenía un archivo inmenso de publicaciones de varios años y que su padre la inspiró para tomar la escritura en serio: “Me dejaban trabajar en mi escritorio y estaba prohibido interrumpirme”. Un día, viajó a Buenos Aires y llevó un cuento a la redacción del periódico Página/12 para su posible publicación en una sección abierta al público. Volvió a Junín y, al poco tiempo su padre le consultó si ya era colaboradora especial en ese diario, porque su cuento había aparecido en la contraportada: un lugar destinado a los grandes como Juan Gelman o Martín Caparrós. Sorprendida, la joven Leila visitó al editor Jorge Lanata, quien le ofreció “laburar” en el suplemento Página 30. Ignoro si Lanata llegó a sospechar que su fichaje aseguró la evolución de una de las escritoras más acuciosas y de mayores dotes que haya en la actualidad.

Leila no evita presentarse como una autodidacta, que no se formó como periodista, 1 y saltó los estudios de literatura, pero es poseedora de una de las culturas más aggiornadas que haya en el medio. Además es una “lectora severa” de David Foster Wallace, Anne Carson, Nathan Hill, John Irving, Clarice Lispector, Bret Easton Ellis, Lorrie Moore y Juan Carlos Onetti. Lee bastante ficción y poesía aunque no las escriba. Ha señalado que aprendió cuando las redacciones eran auténticas universidades de la escritura —y yo agregaría de la ética, del sentido común y de una forma crítica de interpretar la realidad. Apoyada por los editores del diario Página/12 en sus buenos tiempos, Guerriero comprendió que la crónica era un género profundamente exigente que requería investigación, mezclar diferentes estilos literarios y confrontar versiones. En un tiempo en que los “periodistas”, ya se trate de una nota internacional o de un chisme ordinario, se quedan con una sola versión, resalta el profesionalismo de Guerriero. Se describe a sí misma como una periodista que sabe escuchar al otro y que elude llegar a juicios precipitados. Incluso le gusta cuando la escritura se complica, se dificulta o enrarece. Tampoco hay premura en su forma de escribir, suele darse tiempo para encontrar los términos precisos. Pienso en el inicio de Opus Gelber (Anagrama, 2019) o en el perfil de la columnista de modas Felisa Pinto, en Plano americano:
Su rostro tiene la belleza de lo que no puede repetirse. Las líneas, que ondulan suaves en los pómulos, se transforman en la altiva arquitectura de las cejas, en la vivacidad elástica de la boca, en el carbón de los ojos. Cuando su figura atraviesa el ventanal con levedad distraída, algo en el íntimo engranaje de esa fiesta, se detiene. Porque la mujer que acaba de rasgar la suavidad de la noche derrama, sobre los que están allí, la sensación eufórica, y a la vez triste, de estar viviendo ya un recuerdo. 2
Se describe a sí misma como una periodista que sabe escuchar al otro y que elude llegar a juicios precipitados.
Guerriero atribuye la capacidad de suspender su propio ego y escuchar con atención al hecho de haberse criado en Junín, una ciudad de provincia, donde nada de lo que pasara era realmente central. Por eso prefiere lo marginal. Su primer libro, Los suicidas del fin del mundo. Crónica de un pueblo patagónico (Tusquets, 2005), relata cómo once jóvenes se suicidaron a lo largo de un año en la comunidad de Las Heras, pero esa obra, más que una crónica, es un retrato de un estado del alma: “—Yo quería ser alguien —decía Julieta—. Iba a ir a estudiar Radiología a Río Gallegos, y Mónica me iba a ir a visitar en las vacaciones. Ya teníamos todo planeado. Muchos me decían que ella era una chica rara. Para mí no era rara pero éramos muy distintas”. 3 En estas líneas sitúa la atención en dos adolescentes que habían planeado apoyarse y acompañarse durante los años venideros, pero una de ellas sorpresivamente se suicida. No es casualidad que este hecho haya cimbrado a Leila, porque a ella también se le suicidó la mejor amiga, como relata en Zona de obras (Anagrama, 2015): “Han pasado muchos meses desde la tarde de abril en que empecé a tomar estas notas, y años desde que era una adolescente con angustia y sin un plan. Y, otra vez, no hay conclusión, no hay fuegos de artificio. No hay epifanías”. 4

PERIODISMO NARRATIVO
A modo de descripción, esta forma novedosa de hacer crónica, en la que Guerriero sobresale, imita aquel Nuevo Periodismo estadunidense que Joan Didion, Truman Capote, Tom Wolfe, John Gregory Dunne o Norman Mailer inauguraron en los Estados Unidos de los años sesenta. Un género que gozaba de una mirada contracultural, antibur-guesa y contestataria, que no temía ensuciarse las manos, pero que, en el caso de los latinoamericanos que lo ejercieran, podría resultar en una golpiza, tortura, extorsión o desaparición, principal-mente por grupos militares. Ese periodismo latinoamericano seguía los pasos de Rodolfo Walsh (1927-1977), el autor de Operación masacre de 1957, quien fuera desaparecido por un Grupo de Tareas de la ESMA (Escuela Mecánica de la Marina). En el caso de México, este tipo de crónica también contó con la denuncia hecha por Lidia Cacho de un ejecutivo bancario que defraudaba para contratar vedettes y grabarse con ellas, y sostenía una red de prostitución infantil en Acapulco, Guerrero. Igualmente, Leila hizo un perfil impagable sobre un mago al que le faltan algunos dedos de la mano. 5

IR, VER, VOLVER Y CONTAR
A la manera de Kawabata en El maestro de Go, Leila Guerriero se dirigió al poblado de Laborde, Argentina, en 2011, para cubrir la competencia de un baile regional llamado Malambo. Como un homenaje a la mitología gauchesca (“personas nómades, levantiscas y que no reconocían autoridad”), 6 este concurso establece tener reglas estrictas, alejarse del cariz comercial y no cambiar bajo ningún motivo. Por eso lo relaciono con el torneo de Go en el Japón. Leila y Kawabata fueron inspirados a reconstruir un mundo de costumbres refractarias a cualquier tipo demodernidad. Inmersos en un océano de privaciones, los bailarines tienen cinco minutos para danzar y repiquetear en la tarima. Acompañados de un guitarrista, despliegan una energía fascinante. Pero lo que realmente impacta en la crónica es la prosa: “El primer movimiento de las piernas hizo que el cribo se agitara como una criatura blanda mecida bajo el agua. Después, durante cuatro minutos cincuenta y dos segundos, hizo crujir la noche bajo su puño” o bien: “Envuelto en la tensión que precede al ataque de un lobo, aumenta poco a poco la velocidad hasta que sus pies son dos animales que rompen, muelen, quiebran, despedazan, trituran, matan y, finalmente, golpean el escenario como un choque de trenes y, bañado en sudor, se detiene, duro como una cuerda de cristal purpúrea y trágica”. 7 Guerriero ha dicho que la intensidad de su prosa viene de una mirada insistente. Por eso se niega a hacer entrevistas a través de alguna aplicación. Prefiere citarse con sus entrevistados, ver cómo tratan a los subalternos, observar la manera en que reaccionan ante las fallas de una impresora. Como tal, Guerriero había entendido que un periodista es alguien que va al lugar del suceso para ver, regresar y contar lo que vio. Ya sea en Las Heras o en Laborde, poblados del fin del mundo o en Europa del este, no rehúye reportear para asir un pedazo de vida.
Guerriero ha dicho que la intensidad de su prosa viene de una mirada insistente. Por eso se niega a hacer entrevistas a través de alguna aplicación. Prefiere citarse con sus entrevistados.
LA LLAMADA Y LA MUERTE SOCIAL
Su más reciente libro, La llamada. Un retrato (Anagrama, 2024), aborda el caso de Silvia Labayru, una mujer ex montonera, quien fue secuestrada, con cinco meses de embarazo, por los militares de la ESMA durante un año y medio (29 de diciembre de 1976 al 17 de junio 1978), 8 que fue torturada, violada reiteradamente y coaccionada en múltiples ocasiones. A pesar de que todo esto parecería la sinopsis de una película de terror, la historia es más compleja y quizá aun más indigesta. Si bien hay que diferenciar entre la crónica y la novela señalando que la ficción debe parecer verosímil aunque sea inventada, y la crónica parecer inventada a pesar de que sea real, ambos géneros parten depuntos diametralmente distintos, pero deben buscar la credibilidad. Y así funciona la historia de Labayru, a quien el estar embarazada le salvó la vida, pues esos hijos de puta ambicionaban “la mercancía”, como le llamaban al bebé. Todos los bebés que robaban a los prisioneros eran entregados a las familias de los militares para ser criados como suyos. Era un plan de “corrección de comportamiento”, y Labayru fue forzada a acompañar a un esbirro de la dictadura, Alfredo Astiz, 9 cuando hizo una redada para detener a dos monjas francesas, a dos miembros de las madres de la Plaza de Mayo y a otros montoneros. Por ello:

Los marinos hicieron un montaje para simular que el secuestro había corrido por cuenta de los montoneros. Las obligaron a sacarse una foto delante de una bandera de la organización y a escribir una carta al jefe de la orden de las Hermanas de las Misiones. 10
De pronto, la historia de Labayru se convierte en una especie de rompecabezas sin una imagen de referencia. A la manera del filme El eterno resplandor de una mente sin recuerdos, los diferentes testimonios agregan o sustraen partícipes de las situaciones, colocan la escena en otro sitio u otro momento, al modo de un viaje o experiencia con un simulador virtual, donde nadie tiene la última palabra, ni Labayru ni su familia o amigos… Sin embargo, Silvia Labayru fue acremente repudiada por los demás sobrevivientes de la dictadura al llegar a España. E incluso fue exhibida por la líder de las madres de la Plaza de Mayo. Debido a una denuncia sin fundamento, Labayru, como muchos sobrevivientes, fue sometida a una muerte social. Lo cual es definido por J. Erik Mendoza en su trabajo Mors silentia. Un ensayo acerca de la muerte social y la discriminación como:
La muerte no solamente es el deceso, es la ruptura en las relaciones entre los individuos y las repercusiones que conllevan a una desaparición de sistemas, mismas que se encuentran inmersas dentro de un sistema abierto como es el fenómeno humano, y que abarca diferentes dimensiones, desde lo psicoafectivo hasta lo político-institucional-económico. 11
Labayru habla de cómo, sin escuchar su versión de los hechos, fue tildada de amante de Astiz y de cómplice en el asesinato de las monjas francesas. A pesar de ser violada sistemáticamente por un militar y su esposa, de tener que parir sobre una mesa y ser llevada al límite del descrédito, Silvia Labayru es una sobreviviente que lleva su vida de la mejor manera. Después de años de difamación, Labayru le contó su versión a alguien que la quería escuchar. “‘Voy a hacer esto, y lo voy a hacer contigo’, decía Labayru. “Jamás le pregunté por qué”, admite Leila Guerriero a lo largo del libro.
NOTAS
1 Leila Guerriero, “Sobre algunas mentiras del periodismo”, Antología de crónica latinoamericana actual, Darío Jaramillo Agudelo (ed.), Alfaguara, 2012, p. 616.
2, “Felisa Pinto. Retrato de una dama”, Plano americano, Anagrama, 2018, pp. 138-139.
3, “2. Rumores de secta”, Los suicidas del fin del mundo. Crónica de un pueblo patagónico, Tusquets, 2020, p. 40.
4, “El bovarismo, dos mujeres y un pueblo en la pampa”, Zona de obras, Anagrama, 2015, p. 26.
5, “El mago de una sola mano”, Darío Jaramillo Agudelo (ed.), op. cit., p. 119.
6 , Una historia sencilla, Anagrama, 2013, p. 25.
7, Ibid. p. 52.
8, La llamada. Un retrato, Anagrama, 2024, pp. 117 y 226.
9, Ibid, p. 213. Alfredo Astiz también fue encargado de la tarea de detener a Rodolfo Walsh, pero no lo logró gracias a la sagacidad del autor de Operación masacre, quien prefirió inmolarse.
10 Guerriero, Ibid, p. 221.
11 Georgina Juárez Lledias, “Muerte social, la muerte sin sangre”, texto de próxima aparición.
