Si las cosas fuesen como son

La primera novela de la música y poeta Gabriela Escobar Dobrzalovski (Montevideo, 1990), Si las cosas fuesen como son, es un libro fragmentado como piezas dramáticas, conciso e intenso, que narra la historia de una familia disfuncional, la relación conflictiva de madre e hija, y una tensión constante entre el silencio y la palabra. Por cortesía de la editorial Hachette Literatura presentamos un fragmento de esta obra y una breve introducción de la escritora mexicana Isabel Zapata.

Gabriela Escobar recibió el Premio Juan Carlos Onetti 2021.
Gabriela Escobar recibió el Premio Juan Carlos Onetti 2021. Foto: Fuente > Gabriela Escobar

LA IMAGINACIÓN ES DEL TAMAÑO DE ESE HUECO

Este libro no se queda quieto. Las osamentas familiares lo sostienen; fue escrito con la sangre que late de generación en generación. El pulso de sus fragmentos (su música, pues la autora toca piano y percusiones, y al leerla sus dedos suenan sobre el papel) nos recuerda que no hay claridad posible, no hay salida. Los cortes no sólo dividen las partes de la historia, van más profundo: las mutilan y exponen sus entrañas. La enfermedad incurable de estar vivos.

Pero como ocurre con la mayoría de los libros marcados con la etiqueta un tanto reduccionista de maternidades (la fuerza del mercado es implacable en éste y otros sentidos), Si las cosas fuesen como son es mucho más. Al centro hay dos mujeres que son madre e hija, eso es cierto. La hija no ha tenido más alternativa (o eso dice, pero nos corresponde dudar también de eso) que volver al seno materno, que tumba y retumba y a su paso deja una estela de suave aniquilación. Entre ambas se levanta un espejo fascinante, un magnetismo que problematiza la vida familiar puertas adentro y la vida social puertas afuera: las vecinas y su cuchicheo, el fango de afectos que empiezan y terminan, la hermandad y su impulso de protección quebrado.

Con asombrosa precisión y una rebeldía poco frecuente en el universo literario actual, Escobar Dobrzalovski hurga en la intimidad con los sentidos despiertos, afinados. Avanza hambrienta, pero a tientas, porque en el camino encuentra goce y se toma el tiempo de repartirlo a quienes estamos del otro lado de la página.

Rincones fuera de foco. Un lavarropas oxidado en medio del jardín. Primer plano de un tomacorriente. Alquilaron la casa mirando fotos en internet. 

A LO LARGO DE LA NARRACIÓN parece haber una contienda entre lo normal y lo torcido, entre lo que es y lo que parece, entre las cosas como debieran ser y como pueden ser, las cosas tal y como han sido porque al mundo le suele tener sin cuidado nuestra voluntad.

No salí invicta de este libro. Quedan raspones, el impulso de salir huyendo y una sensación viscosa en la boca que el agua no alivia. Unas ganas tremendas de subirle el volumen a esta música.

Alguna vez leí que, durante un incendio, hay personas que se quedan a mirar el fuego en vez de ponerse a salvo. Esa soy yo frente a las llamas de este libro. Estoy hipnotizada y siento alivio. El azul que se convierte en anaranjado, en amarillo suave, luego en humo, me lo revela: las cosas, por fortuna, no son jamás como son. La imaginación es del tamaño de ese hueco.

Isabel Zapata

Ciudad de México, febrero de 2025

Si las cosas fuesen como son
Si las cosas fuesen como son ı Foto: Imagen: Especial

CAPÍTULO I

1

Papá es una mala palabra. Mamá lo decidió así. Tengo nueve años y aprendo rápido. Papá es un conjuro que no hay que nombrar.

Esa noche nos sentamos en el sillón a mirar una ventana, un vidrio que muestra la cabeza de mi padre apoyarse y alejarse. Recuerdo el olor a whisky y la piel de su cara pegada al vidrio, aplastada como una masa cruda. El resto de su cuerpo en zigzag, separado por cinco centímetros del living de la casa, como cuando te olvidás de las llaves y entendés el poder idiota de una pared. Y mi madre diciendo: “No se levanten. Tu padre no vuelve”.

2

No imaginaba llamarla ni pedirle un cuarto. Después de años volví a ver su cara. Mi madre tiene cuatro arrugas nuevas. Cuatro puntos cardinales desplazados en su rostro.

3

El mapa de este lugar será de papel manteca. Agarrá un lápiz, dibujá la casa: un rectángulo de paredes celestes con un terreno atrás y un jardín adelante. Sobre el frente dejá una pasarela ancha: es la alfombra de pétalos que caen del jacarandá. Podés dibujar el olor, si sabés cómo. A metros, una playa de arena blanca. El mar debería traspasar los bordes del papel. Dibujá un límite, esa línea ondulada será la costa africana, está a miles de kilómetros y es lo que te chocás si nadás durante meses por el espacio curvo. Acá nos mudamos.

Gabriela Escobar recibió el Premio Juan Carlos Onetti 2021.
Gabriela Escobar recibió el Premio Juan Carlos Onetti 2021. ı Foto: Fuente > Gabriela Escobar

Rincones fuera de foco. Un lavarropas oxidado en medio del jardín. Primer plano de un tomacorriente. Alquilaron la casa mirando fotos en internet. Después de años, vuelvo a compartir techo con la Tumbona. Así le decimos a mi madre. Tenía que mudarme por la separación con Julia y ellos tenían que mantenerse en el pegote, seguir viviendo juntos hasta que la muerte los separe: mi madre y mis hermanos.

4

El camión de mudanza llegó con una lluvia de gritos. Como un abrigo reversible, el interior de la casa quedó desperdigado afuera. El ropero desarmado en el pedregullo, cuatro camas verticales sobre el pasto, decenas de cajas. La Tumbona dio órdenes para configurar el espacio, y Juan y Marcos obedecieron hasta que la casa fue entrando en la casa y el jardín frontal quedó solo, con sus plantas de siempre. Ver todas nuestras cosas amontonadas en el living, no poder discernir las mías de las suyas, el pánico de sentir que estábamos otra vez, mis hermanos y yo, atrapados en su útero.

Cuando las cosas se ponen rápidas, busco detalles que enlentezcan. Miro a mi madre a los ojos. Sigo la línea del párpado caído y llego a la cicatriz que tiene cerca de la oreja. Recorro la piel colorada hasta su boca abierta, veo su lengua moviéndose en cámara lenta, los diecisiete músculos mojados levantándose para gritarnos.

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Sergio Téllez-Pon