He querido llevarte conmigo de muchas formas, pero te me escapas después de cada encuentro. Cargar uno de los libros que me diste y hallarte entre los párrafos, oír sin parar la música que compartimos, guardar en mi cartera los pétalos secos de la orquídea que me hiciste llegar de forma anónima, no quitarme la pulsera roja de la suerte. No ha sido suficiente, la falta de ti me oprime el pecho, ahoga, como si una mano invisible me ahorcara desde adentro. Respirar, el acto más elemental y automático, se vuelve difícil, torpe y amenazante.
Robar un suspiro tuyo y retenerlo fue la forma más efectiva que encontré para capturarte, además de asegurar un suministro permanente de aire y vida. Con mi nariz, esa maldita nariz que me acompaña siempre, mi órgano más primitivo y hambriento, por fin logré poseerte aquella tarde.
LA PUNTA DE MI SENTIDO más voraz, el verdadero ojo de mi rostro, se dirigió a lo que tenía delante: tu boca húmeda de vaho contenido, la puerta hacia un abismo. Incliné la cabeza en ángulo perfecto. Las aletas se estremecieron, excitadas, preparadas para cazar tu aroma más íntimo y hacerlo mío. Rocé tus labios con el dorso hasta forzarlos a abrirse. Se rindieron sin resistencia; aún no sé si fue abandono o consentimiento. Empujé poco a poco, mi nariz se hundió en ti, atrapada entre la cavidad rosada y sensible. Percibí un destello de ese olor tan dulce y tan tuyo que habita en tus regiones más profundas: mi elíxir. Mi nariz siguió explorando entre dientes, encías, la curvatura de tu paladar, más allá de la garganta. Buscaba el origen de tu aliento. Descendí por la tráquea, me desvié hacia tus pulmones, recorrí las membranas, válvulas y los millones de alvéolos. Observé el intercambio de oxígeno, purificado por tu sangre. Tu corazón latía con prisa, adivinó pronto mi presencia. Vino una inhalación prolongada, una pausa en el tiempo. Un movimiento oscilante entre el deseo y la muerte, la súplica y la rendición. Olí tu anhelo mezclado con melancolía, lo memoricé para recordarte sin palabras.

Botellazos desde la tumba
Expulsaste un soplo tibio, denso. Un vapor cargado de todo lo que callas. Lo absorbí. Aprisioné tu oxígeno, puro y procesado, con una avidez casi animal. Retuve ese remolino espeso, vórtice ardiente que agitó mi existencia y me resucitó. Esa hebra cálida de viento se abrió paso por mi pulso, se adhirió a mis venas, se impregnó en mis tejidos, células, quedó anclado en las paredes de mi cuerpo. Intentó volver a ti, no pudo, ya era tarde. Tu aire ahora es mío, ya no te pertenece. Vive en mí.
Después del espasmo, mi nariz seguía palpitando, inflamada y satisfecha. Reposó unos segundos más dentro de ti, latiendo con violencia.
Te arranqué un único suspiro. El último que te quedaba, con el que respiro. Si alguna vez quieres recuperarlo, tendrás que abrirme, rasgarme los bronquios, hurgar en mi exhalación enferma para hallar tu esencia adherida en mí. Te llevo adentro porque te succioné completo y te maté, sin tregua, despacio, a golpes de mi insaciable nariz.
*Recítame un universo.
