Para Ivy
Hank continúa respirando por la herida.
Fragmentos de un cuaderno manchado de vino (Anagrama, 2009) reeditado en 2018 en la colección Compactos, es una de sus últimas borracheras de papel. Compilado por David Calonne, el subtítulo lo dice todo: Relatos y ensayos inéditos, 1944-1990, reúne páginas sueltas de la saga bukowskiana.
Como en sus buenos tiempos, pues de hecho se trata, entre otras épocas, de algunos de sus mejores momentos, Bukowski demuestra que aún es capaz de suscitar incomodidad en las mesas de novedades editoriales. No importa lo mucho que la corrección política haya corroído el cerebro de los lectores, no ha dejado de ocupar un lugar privilegiado entre la literatura de nueva factura.
Encontramos aquí el origen de la senda, hablamos de “Consecuencias de una larga nota de rechazo”, el primer relato que el autor publicara en vida a la edad de 24 años, en Story Magazine. Único texto que hasta entonces había visto la luz en castellano de manera ilustrada con el título Secuelas de una larguísima nota de rechazo (Dibujos de Thomas M. Muller, Nórdica libros, 2008). Un relato autobiográfico con un inesperado final que describe la desilusión de Bukowski por el mundo editorial. Después de esto, dejaría de escribir durante una década.
RECOGIDOS EN PERIÓDICOS UNDERGROUND, suplementos literarios, incluso revistas porno, los materiales condensan inmejorablemente el estilo Buk. Y lo mejor: podemos apreciar la evolución del autor. Desde los trabajos del principiante, pasando por el momento en que consolidó su estilo, hasta sus textos de despedida de este mundo traidor.
“El viejo indecente se confiesa” forma parte de la estirpe de su célebre Escritos de un viejo indecente. Estos textos comparten la intensidad que haría famoso a su autor. Publicados en un principio como una columna, al momento de ser compilados y seleccionados, Hank eliminó sus primeras entregas. Mismas que aquí se recuperan.
Sobresale la crónica de carácter ficticio-autobiográfica “Conozco al maestro”. Como en los sensacionales textos donde relata sus encuentros ficcionados con Henry Miller y Neal Cassady, aquí elabora un episodio junto a quien él considera su mentor: John Fante. La creatividad no autobiográfica de Bukowski se dispara en estos textos. Recordemos cómo le gustaba ridiculizar a otros escritores. Aunque no es el caso, Fante tampoco escapa a la ácida visión bukowskiana.
Gran parte de los ensayos tiene una conexión con los textos de su diario El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco. Hacia sus últimos años, disfrutaba leyendo sobre todo filosofía. Sus constantes referencias a Sartre así lo demuestran. Entre las nuevas figuras, pasa lista a Artaud, Pound, e incluso se toma la libertad de confeccionar una viñeta sobre los Rolling Stones. También abundan las consideraciones a sus temas predilectos, las carreras de caballo, el precio de la cerveza, las mujeres. Por supuesto no deja ir a Hemingway en la reseña “Un viejo borracho al que se le acabó la suerte”. Sin nada que regatearle al mejor porno británico, asistimos también a una de las mejores escenas de lesbianas de la historia de la literatura. No podían faltar las crueles observaciones al sexo.
La creatividad no autobiográfica de Bukowski se dispara en estos textos.
En “La noche que nadie se creyó que era Allen Ginsberg” el protagonista es Bukowski a los cincuenta años. Justo antes de convertirse en famoso. El relato revela que cumplir cinco décadas no le había restado nada de su halo salvaje. Y su facilidad para meterse en problemas continuaba intacta. La sensación que nos queda después de leer este relato es que si Buk no hubiera encontrado la fama en ese momento ni cambiado el licor duro por el vino tinto, es probable que muriera en pocos meses. La salvación le permitió dedicarse a la escritura veinte años más. Y hacer junto a Linda Lee la vida marital estable que se le negó toda su existencia. Aunque muchos aseguran que nunca dejó de ser alguien desagradable, incluso a los setenta años todavía le gustaba cagar el palo.
Siempre que salen a la luz escritos inéditos de alguno de nuestros próceres, malditos o no, surge la cuestión, válida por derecho, de si no era mejor que ese material permaneciera alejado del escrutinio público. En muchos casos lo mejor habría sido que continuaran enterrados. Pero en lo que se refiere a Bukowski, gracias al infierno que los editores han hecho su trabajo por una maldita vez y se han tomado la molestia de reunir lo que parecía destinado al olvido. Estos textos, y los que vendrían después, no han hecho sino agregar más emoción a la obra que dejó publicada en vida. Si bien no todo está a la altura de sus clásicos, tampoco es material de desecho. Hay muchas joyas que merecíamos conocer aquellos que amamos la pluma del viejo culero.
EN SU VEJEZ, BUK SE QUEJABA constantemente de que el cuento lo había abandonado. “El otro”, incluido en esta colección, último relato que escribió, es un verdadero agasajo para los seguidores de la senda del perdedor. Un desdoblamiento de Hijo de Satanás. Tal vez fue concebido como el arranque para un nuevo volumen de historias cortas. Algo que nunca se concretó, pues Hank vociferaba que todo su tiempo se lo llevaban los poemas y las novelas.
Tampoco faltan las apreciaciones donde retoma sus concepciones poéticas. Concebidos como ensayos, “Un delirante ensayo sobre la poética y la condenada vida escrito mientras bebía media docena de latas de cerveza (altas)”, “En defensa de cierta clase de poesía, cierta clase de vida, cierta clase de criatura llena de sangre que algún día morirá”, estos textos nos acercan a ese Bukowski de Poemas de la última noche de la tierra, aproximaciones cada vez más desencantadas que indican que el autor sabe que se encuentra cerca de la muerte. Sin embargo, el sarcasmo y la filosofía de tarro de cerveza jamás se olvida, como lo demuestra el inigualable “Sobre la matemática del aliento y la ruta”.
En su libro anterior, El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco, advertía: “colgaré de brillantes farolas apestosas”. La sentencia se ha cumplido. En Fragmentos de un cuaderno manchado de vino aún permanece colgado de los pies, cabeza abajo, con los intestinos de fuera. Dejemos quelas gotas de sangre nos golpeen como una lluvia de botellas.
