Oscuros mares de los dioses muertos

Oscuros mares de los dioses muertos
Oscuros mares de los dioses muertos Foto: Imagen: Especial

Arrastré la maleta con furia, un vuelo perdido por segunda vez. Sin reembolso, ni opción de tomar vuelo directo en los próximos seis días, “jamás debí regresar, estaba tranquila en Ghent”. Era Thanksgiving Day, la había pasado bien con mi camarada el dramaturgo Matthew Barber la noche anterior en el Hard Rock de Times Square. Después vi sola una exposición de Salvador Dalí en el Rockefeller Center mientras comía un helado de vainilla. Compartí la mitad con el simpático perro de un sintecho que llevaba una bufanda de color rojo y un letrero que decía: I luv ice cream. A ese hombre le di 50 dólares. No sonrió, persona muy agradable. Me ahorré los murales del sapo Rivera, me repugna. Maldije el momento en el que elegí el lento aeropuerto JFK y no mi acostumbrado destino confiable: La Guardia. Volví en taxi a Midtown Manhattan, al bajar el portero con guantes blancos del The Churchill en la 40 me ayudó con abrigo y maleta, había dejado la llave en el lobby por una precaución interna, antes de abordar el shuttle al aeropuerto, pensé: “déjala por si pasa algo”. Al llegar aldepartamento en el piso 27 sentí la soledad monstruosa de sus frívolos aparadores, su prisa despiadada, el asesinato del mítico CBGB para poner una espantosa vitrina comercial, la ausencia de Jack Kerouac en la calle 20 en Manhattan o Queens. Los asesinos seriales que acechan Central Park, en contraste pensé en los hermosos dandys que viven ahí, como aquella mujer de ojos profundos bien maquillada que llevaba un mink encima de un entallado vestido negro, guantes violetas, zapatos vino de tacón aguja, tenía como compañero de existencia a un enorme gato negro que estaba agazapado en su hombro al que llamaba Lorca, poeta en Nueva York, sin duda. En medio del desastre de un segundo vuelo perdido me abrazó la amorosa compañía de Celinita. Vi la botella de ginebra Burnett’s sobre la mesa, la puse en la nevera, abrí las persianas, esa impresionante vista al Hudson River me calmó. Puse agua en la tetera con lavanda fresca que había tomado de una jardinera cerca del Yaffa Café noches atrás. Me sentía triste, como hoy, sábado oscuro lleno de ecos. Ignoro por qué decidí volver a México en aquellos días, tal vez pensaba demasiado en mis gatos y mi familia. Mi deseo era perderme en algún barco para siempre, algo con lo que fantaseaba continuamente desde niña. Bajo las olas de la nostalgia podemos perdernos salvajemente. Pensé en los seres seducidos por el agua, como la poeta Alfonsina Storni.

D.H. Lawrence tuvo la culpa de que Hart Crane se interesara en la cultura mexicana lo suficiente como para tomar desde Nueva York un barco hacia Veracruz para escribir un libro.

El gran amor de Hart: la mar y sus marineros. La gran nación americana que somos toda América desde Canadá hasta la Patagonia se narra en varios poemas americanos; uno de ellos, The Brigde, de Crane. Los símbolos místicos del futuro —algo que no existe— son: los puentes. Un puente no es sólo una construcción, enlaza algo intangible, el paso de un momento histórico a otro, el camino de un ser a su salvación o muerte. Un puente como enlace entre pasado y presente —otra arquitectura extraña—, avanzar es retroceder.

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Enlace entre el mundo de los muertos y vivos… ¿has visto el puerto de Nueva York al amanecer mirando hacia el mar debajo del puente de Brooklyn? Ahí está la América de sabias gaviotas que migran hacia algo que los humanos no entienden: la libertad.

The seagull’s wings shall dip and pivot him

shedding white rings of tumult,

building high over the chained bay waters of Liberty

Las alas de las gaviotas

se inclinarán atravesándolo

desprendiendo anillos blancos de tumulto,

Erigiendo alto sobre la encadenada bahía

aguas de Libertad

No toda América cabe en The Bridge, tu América personal no es la de Crane, poeta misterioso de bellas oscuridades incomprensibles para charlatanes de la mística, esos que hablan de “luz” e “iluminaciones”, que ignoran que es la sombra donde habita la mística. Hablan de unidad o igualdad entre luz y sombra mientras un Orfeo desdentado se ríe de ellos en una estación del Harlem. Vi la noche levantada en sus brazos de hierro, vi la inmensa oscuridad abrirse como una tierna cuchillada en la luz del día. Mientras las sombras empezaron a reinar salí a cenar una vez más a ese restaurante de “comida tibetana”, ahí renuncié a la idea cretina de un viaje al Tíbet. Largo paseo nocturno, estuve en muchos sitios de los que no recuerdo el nombre ni direcciones, viví la otra noche de Nueva York, sórdida con rubor de ternura, ¿qué hacer en seis días? Me encerré como la primera semana en la que llegué. Decidí volver e ir a Veracruz, de ahí partir a Cuba para ver el último paisaje que Crane observó antes de besar profundamente la mar y desaparecer.

O Sleepless as the river under thee,

Vaulting the sea, the prairies’ dreaming sod,

Unto us lowliest sometime sweep, descend

Oh, insomne como el río debajo de ti,

Saltando el mar, las praderas soñando el césped,

Hacia nosotros humilde a veces precipitándose, desciende

Cuando el taxi de la ciudad insomne se perdió hasta llegar al puente de Brooklyn hacia La Guardia pensé en todo lo que dejamos atrás tras hacer una maleta. No sólo ponemos objetos y ropa, empacamos lo que ya no existe en nosotros. Empacas rumbo a otro viaje, ése que nunca debes hacer, al que por una misteriosa elección avanzas con la engañosa promesa de “un nuevo día”. Los nuevos días quedaron atrás hace mucho tiempo, en la infancia y la música de la tornamesa que gira sin destino trazado… lo más peligroso es creer en el destino. Mi amado Yaffa Café ya no existe, la última vez que estuve en Nueva York lancé una piedra imaginaria contra el cristal donde existió el CBGB, el estruendo me hizo sonreír.

Wide from the world, a stolen hour

We claim, and none may know

how love blooms like a tardy flower

Here in the day’s after-glow

En la amplitud del mundo, la hora robada

Nosotros reclamamos, y nadie puede saber

cómo el amor florece como una flor tardía

Aquí en los días del resplandor crepuscular.

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