¿Quién comanda el tablero de nuestra vida? ¿Por qué nos acecha la cabeza este miedo atroz a la derrota ciega? Para y piensa: estás vivo ahora pero en un mañana morirás, como pasa con los borricos, los patos, los perros y los gatos. Vive ahora. Porque los órganos se gastan, vive ahora. Por la cosa contada, vive ahora. Porque te tronarás eventualmente los riñones y el hígado, porque te llegarán algún día los piratas del cáncer a la vejiga: vive ahora. Siéntate despacio que vas rápido, a beber de la mesa original, en el claro virginal de las florestas…
“Un vaso de agua”, Sed Jaguar —A.C.G.
El poeta cubano Severo Sarduy, en una entrevista con Soler Serrano para la televisión española a finales de los años setentas, describía su visión del barroco como un derroche gozoso, una estética rebelde frente a un mundo calculador y utilitario. En sus palabras: “el barroco trata de amenazar a la economía y a la mezquindad como soporte esencial de la sociedad, el barroco despilfarra, lo bota todo por la ventana en función del placer, lo que lo hace profundamente subversivo. No es un arte utilitario, sino una búsqueda del placer.”
Pensaba yo en estas frases cuando por vez primera vi a Antonio Calera en su hostería cultubar La Bota (San Gerónimo 40, Centro Histórico, CDMX), sentado en una mesa rebosante de viandas, vinos, cidras, licores multicolores y una charla-esgrima con Guillermo Fadanelli, quien tuvo a bien presentármelo. Era un domingo crepuscular de otoño, había sobras de una mantarraya enorme al centro y me ofreció un café con un piquete de galleano, un ágape amarillo que recomiendo a cualquiera que busque explorar la voluptuosidad de la mezcla del anís y vainilla. A unas cuadras del claustro de Sor Juana, había encontrado a la encarnación contemporánea de Gargantúa en alpargatas. Esa velada volvió para mí a ese lugar un paso obligado cuando visitaba el centro de la capital, un oasis esperpéntico para satisfacer las tripas, el paladar y el alma.
TRAS SU REPENTINA MUERTE el fin de semana pasado en el mar Caribe, apenas comienzo a comprender la punta del iceberg de su figura. Su afinidad al barroco, además de una generosidad extemporánea, consistía en una infatigable actividad: ensayista, coordinador de proyectos de museo, restaurantero, poeta, editor (Mantarraya), gestor y mediador cultural. Esta incesante actividad lo llevaba también a ejercer la amistad (el banquete espiritual primigenio) con personalidades muy variadas. Damián Lescas, pintor oaxaqueño y magnífico anfitrión, me regaló en su casa de Morelia, frente a un vino blanco interminable y una pizza de lengua, una anécdota que creo puede ilustrar un poco sobre su personalidad.
TRAS SU REPENTINA MUERTE EL FIN DE SEMANA PASADO EN EL MAR CARIBE, APENAS COMIENZO A COMPRENDER LA PUNTA DEL ICEBERG DE SU FIGURA
Cuando yo viví en playa del Carmen, residía en un fraccionamiento judío. Calera vino a visitarme y se quedó varios días. Nos atrincheramos con 300 botellas de pino grigio y merlot argentino (Fin del Mundo), baguettes, sardinas, anchoas, ostiones, ternera y escalopa de cerdo. Fue un festín de una semana, la gran comilona. Solamente nos faltó pasar a Valladolid a comprar un lechón y hacerlo entero, ya teníamos hasta el horno. Para refrescarse por las noches, se metía vestido a la alberca del condominio, a flotar. Alguno de los vecinos que husmeaba desde su balcón se quejó con la administración y apareció un diminuto y tímido guardia, pidiéndole que se retirara de allí. Al salir, chorreando agua de los zapatos, comenzó un soliloquio nocturno a pulmón de barítono en dirección al piso del departamento del inconforme: “¡Bellaco, muéstrate! ¿Qué he hecho en tu contra para que interrumpas el reposo de un gentilhombre? ¡No te escondas bajo las sombras, manifiéstate y haz tu presencia visible!”. Lo increpó con referencias al Quijote, Rabelais y un repertorio de improperios arcaicos, gesticulando teatralmente y goteando. Como el inquilino nunca respondió, ni se hizo ver, Calera se dirigió al mar, donde igual de vestido se zambulló en la nocturnidad y apacibilidad de las playas caribeñas.
A su encuentro, era fácil recordar que el camino de las letras es una actividad de embellecer al mundo, de darle un cariz humano incluso a nuestros desatinos, de poetizar la cotidianidad. Nunca pude verlo a bordo de su combi-librería, a la que llamaba La chula en donde distribuía libros y los acompañaba de vino y cerveza. Nunc est bibendum, nunc est legendum. También me comenta Yolanda M. Guadarrama que afuera de la Feria del Libro del Zócalo hacía una suerte de happenings donde invitaba a señores y niños a acercarse, regalaba libros y pelotas, declamaba, charlaba con los paseantes, hacía de todo para que el ejercicio de la cultura fuera algo cálido y cotidiano, un ejercicio de simplicidad con miras complejas, de generosidad continua.
No me queda entonces ahora más que invitarlos a bien comer en honor de este maravilloso personaje, hacerlo con amigos, aliados y desconocidos. Jamás tomarse demasiado en serio, dejarnos contagiar por su gozo vital, hacer de este mundo terrible algo más acogedor y delicioso.
Brindamos por ti, gran Gargantúa. Te has retirado del banquete, ya no tendrás que lidiar con los continuos dolores del mundo. Nos queda seguir en este valle de lágrimas, así que enjuguémoslas con vino.


