Para las nietas y nietos de Syra y Francisco Miguel, en gratitud eterna
Llevamos ya unos meses en los que prácticamente no ha dejado de llover en muchos rincones de la República, y la Ciudad de México no es excepción. Cada mañana, al poner pie en las calles de Coyoacán, respiro, y pienso que hay una revelación oculta en este suceso: el otoño gallego comenzó en el verano mexicano. Se acerca el 29 de septiembre y no será un lunes cualquiera, ese día de 1936, soldados de las fuerzas sublevadas al régimen republicano establecido en las urnas —llámese Ejército Nacional, Falange o Guardia Civil— “pasearon” a Francisco Miguel, pintor vanguardista de origen coruñés, que había mantenido una estrecha relación con David Alfaro Siqueiros en México a pesar de sus evidentes diferencias estéticas. Descerrajaron sobre su cuerpo y el de otras tres personas varios tiros y abandonaron sus cadáveres en Queo de Arriba, municipio de Carballo (A Coruña), con la prohibición de que se les diera sepultura como aviso y escarmiento; sin embargo, el párroco de Bértoa, junto con algunos agricultores de la región, elaboraron cajas humildes de madera y los enterraron en la zona común del cementerio de la localidad y allí pasaron 87 años. ¿Cuál fue el delito de Francisco Miguel para cumplir esta pena? Haber cobijado en su casa —la “Casa de la Dicha”, como la llamaron su esposa Syra y él— a un grupo de obreros que huían de la represión de aquella sublevación…, entonces, alguien lo vio —o no— y lo delató. Un septiembre también, jueves 21, de 2023, los cuerpos de estas cuatro víctimas fueron hallados gracias a los trabajos de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, tres de ellos ya han sido homenajeados y enterrados con sus familias (Juan Boedo Pardo, Andrés Pinilla Fraga y Pedro Pinilla Calvete), y el próximo 29 de septiembre de 2025 se le dará sepultura a Francisco Miguel en el bello Cementerio de San Amaro en A Coruña, gracias a la cesión de un espacio por parte de la Diputación de dicha provincia; sin embargo, la mayor parte de su familia, ¾ nietos y bisnietos ¾, no podrá estar allá, porque vive en esta otra orilla, la gran mayoría en México, después de que su esposa Syra Alonso se exiliara en 1942 junto con sus tres hijos: Francisco Alberto, Juan Ramón y Sandro.

Una gran parte de la historia de Francisco Miguel, incluso hasta el lugar exacto donde reposaban sus restos, lo conocemos gracias a las memorias publicadas en gallego —y reeditadas este año por Alvarellos— de su esposa Syra Alonso, una escritora poco conocida —menos aún, reconocida— que, sin embargo, en México publicó algunos relatos en suplementos y revistas tan prestigiosas a nivel literario como la Revista Mexicana de Cultura, suplemento de El Nacional, que en aquel tiempo dirigía el también exiliado español Juan Rejano, y la revista América, comandada por el mexicano Marco Antonio Millán, donde Juan Rulfo publicaba en aquellos años sus primeros cuentos de El llano en llamas. En sus memorias —llamados Diarios, y escritos entre 1938 y 1945—, Syra Alonso narra desde un punto de vista testimonial su vida con Francisco Miguel, su apresamiento y asesinato, y el exilio de ella junto a sus tres hijos; en la mayor parte de sus relatos, sin embargo, la escritora testimonia la vida de una remota comunidad veracruzana, la de Actopan, con la que convivió prácticamente un año completo, ayudando en labores sanitarias y educativas, justo en su primera etapa de exilio en México. Sobre estos relatos de Syra, el reconocido escritor Andrés Henestrosa afirmó:

El Cultural No. 530
Y AQUÍ EN MÉXICO, EN DONDE EN PRINCIPIO VENÍAN DE PASO, SE QUEDARON HASTA 1934, PORQUE UNO NO PUEDE —O SÍ, PERO EQUIVOCÁNDOSE— VENIR POCO TIEMPO A MÉXICO SI CONFÍAS EN LA MAGIA DEL ARTE Y EN SUS PULSIONES
Estoy […] todo transido de una dolorosa alegría, alegría de encontrar a alguien […] capaz de dolerse de los indios y amarlos. ¡Dolor de reconocer la existencia de tanta desdicha que, sin embargo, no empaña la bondad ingénita […] su nativa aspiración de superar las dificultades de la suerte! ¡Bendita seas, Syra! Yo beso la frente que pensó tan bellas palabras, el corazón que palpitó tan bellos sentimientos, la mano que los escribió.
Su quehacer la sitúa en un margen excepcional del canon de la literatura del exilio español en México, alejada de los centros intelectuales y cercana a las comunidades originarias que más la necesitaban.
Gracias, en gran parte, a toda esta literatura testimonial de Syra Alonso, sabemos que la llegada del matrimonio y del hijo mayor a México se produjo en 1927, pero no como consecuencia de una plática con Diego Rivera en París, como se suele decir, sino que el salto a América se produjo a través de Cuba, la isla en la que había nacido el padre de Syra y en donde aún residía una pequeña parte de su familia. En
La Habana coincidieron con Juan de Dios Bojórquez, embajador de México en aquel país y escritor, por ejemplo, de Yorem Tamegua (1923), y al ver éste los batiks y el arte vanguardista de Francisco Miguel, le dijo que en nuestro país encontraría la plástica que necesitaba; y entonces los invitó a tierras mexicanas como parte de la visita de un grupo de intelectuales cubanos entre los que se encontraban Juan Marinello y Eduardo Mañach. Este último ya había escrito sobre los dibujos aparentemente sencillos del pintor gallego en un artículo titulado “La línea virgen” y publicado en la prensa nacional:
Habremos visto caras y manos como éstas, en las mismas actitudes, en las mismas posiciones que éstas; pero éstas no se parecen a ninguna recordada. La línea está aquí dictada por la realidad presente, estudiada y sentida en su individualidad del momento; por eso ha hecho de estas caras y de estas manos tan viejas algo flamante: una creación.

Y aquí en México, en donde en principio venían de paso, se quedaron hasta 1934, porque uno no puede —o sí, pero equivocándose— venir poco tiempo a México si confías en la magia del arte y en sus pulsiones. La extraordinaria red de personas del mundo de la cultura con la que se relacionaron Syra y Francisco Miguel muestra los vínculos espirituales que establecieron con el país. Salvador Novo, por ejemplo, le dedicó a Francisco Miguel su poema “Deseo” y éste lo incluyó en el catálogo de una de las exposiciones de pintura que hizo en México. Muy en sintonía con las palabras de Mañach, el poema, escrito en 1930, iniciaba y concluía de esta forma:
Tener un lápiz fino y leve,
un lápiz de taquigrafía
para captar el cielo y trasladarlo
a la arena sin mancha del papel.
[…]
Ser todo frágil, fácil, núbil,
pupila absorta y ojo azul,
rúbrica de ala
y ascensor de araña
o dibujo de Francisco Miguel.
También compartieron muchos momentos de dicha con María Izquierdo y Rufino Tamayo, incluso este último recoge alguna anécdota sobre ellos en los Coloquios de Coyoacán, porque Syra, al parecer, le preguntaba por qué los relojes que pintaba no eran circulares; fueron testigos de las tensiones del amor entre Diego Rivera y Lupe Marín y de la irrupción de Frida en la vida de ambos. Después, Syra acompañó recurrentemente a Blanca Luz Brum a la cárcel a ver a Siqueiros y a veces también cuidaba a su hijo pequeño de cuatro años, hasta que la uruguaya aceptó vivir un tiempo con el matrimonio gallego en la calle Camelia del pueblo de San Ángel, hoy Tizapán, en los días en que Francisco Miguel daba clases de batik en un hospicio del Distrito Federal. Más tarde, en 1931, cuando Siqueiros salió liberado de aquella acusación de haber atentado contra el presidente Ortiz Rubio, se trasladaron todos a Taxco, pueblo en el que Syra creía estar en uno de Castilla, con “casas blancas con afiligranadas rejas y tejados rojos, sus calles empedradas de punzantes guijarros, algún palacio y hermosos patios con flores; una plaza que ostentaba la catedral; y el palco de la música sombreada por corpulentos laureles”. Taxco animó a Francisco Miguel a abandonar sus compromisos en la Ciudad de México para dedicarse de manera plena a la pintura en un taller que compartía con el propio Siqueiros. Allí trabajaban y se reunían también con una nutrida colonia de artistas internacionales como Caroline Durieux, Sergei Eisenstein, Leopold Stokowski e incluso el poeta Hart Crane, que fallecería poco después de dejar Taxco. De ese tiempo es el texto de Siqueiros titulado “La pintura de Francisco Miguel”:
Los temas que escoge como pretextos pictóricos son simples: objetos, flores, frutas —sus frutas son admirables—, paisajes, retratos. No pretende darles “vida”, no quiere “que hablen”; son unidades plásticas bellamente resueltas y basta […]. Su “claro obscuro” no tiene pretensiones físicas, no quiere “crear” el objeto material escogido con sus luces y sombras, su claro obscuro son manchas embarradas sensualmente sobre la superficie para polarizar su equilibrio plástico y acentuar la dirección justa de los contornos. En estas condiciones, Francisco Miguel, como todos los pintores buenos de las buenas épocas, no rompe en sus obras el plano de la superficie pintada o dibujada, guarda celosamente esa superficie, es decir, hace pintura exclusivamente y no otra cosa.
Taxco fue, quizás, la etapa más prolífica de Francisco Miguel, y algunos de sus cuadros y dibujos llevan el nombre de esta población guerrerense en la que Siqueiros trabajaba entre doce y catorce horas del día, según el testimonio de Syra. Cuando la aventura de Taxco acabó, toda la familia regresó a la Ciudad de México y Francisco Miguel abrió una galería en la Avenida Balderas. Allí eran comunes las tertulias de intelectuales hasta altas horas de la noche, como aquellas otras de París en las que participaron en 1924, en el Café La Rotonde de Montparnasse, sobre las cuales, el poeta peruano y universal César Vallejo dejó constancia en algunos artículos como el titulado “La Rotonda”, en donde llamaría “ultraísta” a Francisco Miguel. A aquellas otras reuniones en Balderas eran asiduos Alfonso Gutiérrez Hermosillo, Xavier Villaurrutia, Jorge Cuesta, Lolita y Enrique Munguía, Eduardo Luquin, Rodolfo Usigli, Gabriel García Maroto, León Felipe, María Izquierdo, Nellie y Gloria Campobello y algunos más. Usigli, que tanto amor les tuvo, publicó un extenso artículo en 1932, “Carta a Francisco Miguel”, quizá el que con mayor sensibilidad y estilo explica el arte del pintor coruñés:
Encontró usted el secreto. La continuidad y el equilibrio de la línea, la limpieza y la honestidad de la ejecución, son el oficio sumiso ya a sus manos. No hay ningún problema resuelto fraudulentamente, y su fidelidad a la naturaleza depende sólo de su fidelidad a la composición pictórica. Una gran ternura, una melancolía lineal y limpia, son el espíritu.
Ese mismo año, tampoco Villaurrutia pudo resistirse a hablar de la pintura y los dibujos de Francisco Miguel. “Otros artistas se enriquecen fácilmente aumentando sus temas, sus personajes. Francisco Miguel escogió un camino ascético y, renunciando, despojándose, ha acabado por enriquecerse más difícilmente, pero más seguramente”, afirmó el poeta en aquel texto que concluía con una exclamación: “¡Dadme un pudor más fino, más agudo, más invernal y atrevido que el pudor de la desnudez!”. Debemos recordar que Francisco Miguel había contribuido con sus ilustraciones a algunas revistas conocidas del mundo intelectual mexicano, por ejemplo, Crisol. Revista de crítica, de la que hizo algunas portadas, e Imagen. Revista Gráfica, en la que era común la participación de todos ellos y la de un Manuel Álvarez Bravo que lo retrató y congeló en el tiempo como si lo ocurrido en aquel 1936 sólo hubiera sido un triste espejismo.

En noviembre de 1933, y tras la superación de un oscuro capítulo que involucró también a Dolores Olmedo —y al que se refirió Rodolfo Usigli en sus diarios—, la familia se despidió de México, con dos nuevos hijos, y pusieron rumbo a España, con las maletas llenas de ilusiones por devolver a su tierra de origen el extraordinario aprendizaje adquirido en tierras mexicanas; sin embargo, allí hallaron un ambiente prebélico hostil en el que no sólo era imposible realizarse, sino también cualquier diálogo, político o estético, y Francisco Miguel era profundamente ignorado, especialmente en la capital. El resto nos lo cuenta Syra en sus memorias: intransigencia, fundamentalismo, persecución y el ruin asesinato de Francisco Miguel y de tantos cientos de miles. Sus memorias son, por tanto, una resistencia al silenciamiento que impuso el régimen franquista sobre las víctimas y los vencidos. Dice la escritora que fue el pintor quien, durante su encierro en la prisión de La Coruña y días antes de que lo mataran, le pidió con angustia: “Lleva a nuestros hijos a su país, a México”. Syra le dijo que sí, aunque incrédula de que nunca más lo volvería a ver. Y fue esta circunstancia, la de que sus hijos eran en realidad mexicanos, la que finalmente terminó decantando la concesión del visado a México desde Lisboa por parte del ministro Juan Álvarez del Castillo para que regresaran, en 1942, en el Serpa Pinto, casi diez años después de haberse ido, aunque ahora sin Francisco Miguel.
EN NOVIEMBRE DE 1933, Y TRAS LA SUPERACIÓN DE UN OSCURO CAPÍTULO QUE INVOLUCRÓ TAMBIÉN A DOLORES OLMEDO, LA FAMILIA SE DESPIDIÓ DE MÉXICO, CON DOS NUEVOS HIJOS, Y PUSIERON RUMBO A ESPAÑA, CON LAS MALETAS LLENAS DE ILUSIONES
Desde el centro mismo de aquella incredulidad ante el asesinato del pintor, frente a ese solar fúnebre en el que le decían que se hallaba enterrado el pintor, envuelta en esa nube negra que nos circunda cuando perdemos de forma incomprensible a un ser querido —y México, y sus madres, saben también mucho de esto—, Syra Alonso le compuso un poema hasta ahora inédito:
Oirás la lluvia en este otoño
rojo, ¿la oirás cantar?
En vez de lágrimas, esta
ofrenda traigo
sobre tu tumba, una tierra
parda y verde
donde se oye la canción
del mar…
he puesto unas dalias
blancas
y las dos conchas de
nácar que en tu cuadro
pintabas con tanto
afán.
Dalias blancas y conchas
de la mar,
¡pintor mío!, recuerdo en la
sombra te darán.
Oirás la lluvia en este
otoño rojo,
¿la oirás cantar?
Entonces, miro de nuevo el cielo, oscuro de la mañana aun en su lejana claridad, sigue lloviendo en la Ciudad de México como seguramente también lo hace en A Coruña, pienso que no podré estar en Galicia este 29 de septiembre, me conformo, quizá tontamente, seguir trabajando con minucioso mimo —o acuciosa obsesión— las memorias y las narraciones de Syra en castellano, aún desconocidas para tantos lectores. Ojalá en 2026 vean luz, quizá también en otoño y podamos decir con más claridad que Syra Alonso y Francisco Miguel eran mexicanos, además de gallegos; desde luego, todas sus nietas y nietos, que no lo conocieron, lo son. Mientras, imagino a cientos de gallegas y gallegos —ojalá algún mexicano también— acudiendo con conchas de Orzán, Riazor o de su querida Santa Cruz, y con algunas dalias blancas para adornar el nuevo hogar de Francisco Miguel en San Amaro, y también a alguien, tal vez Carme Vidal, Carmen G. Rodeja, Correa Corredoira, Quique Alvarellos o Miguel Anxo Fernán-Vello, leyendo este doloroso poema de Syra en un ambiente lluvioso y otoñal, pero con sabor a canción del mar.
Ciudad de México,
10 de septiembre de 2025.
