László Krasznahorkai y su tango satánico

La novela Tango Satánico (1985) de László Krasznahorkai, ganador del Premio Nobel de Literatura 2025, es considerada una de las obras fundamentales de la literatura húngara contemporánea y un clásico del existencialismo apocalíptico. Irene Selser reseña esta primera obra de Krasznahorkai, dividida en doce capítulos que reflejan los doce pasos del tango; una danza que gira sobre sí misma y cuyo ritmo lento, y luego intenso, simboliza la espera interminable seguida de la desilusión

László Krasznahorkai y su tango satánico
László Krasznahorkai y su tango satánico Foto: Especial

Al igual que la estructura circular y rítmica de un tango, que avanza y retrocede encerrando a los bailarines en un movimiento incesante que parece arrastrarlos hacia ninguna parte, así es la primera novela del flamante Premio Nobel de Literatura, el escritor húngaro László Krasznahorkai, Sátántangó (1985), traducida a nuestra lengua por Adan Kovacsics como Tango satánico (Barcelona, 2017) y publicada por Acantilado, al igual que el conjunto de su obra en español.

Ambientada en una remota aldea húngara sin nombre, sumida en la decadencia y el abandono tras la segunda posguerra y la caída del régimen comunista, Krasznahorkai —nacido en 1954 en Gyula, una pequeña ciudad en el sureste del país, cercana a la frontera con Rumania— hace de esta obra una metáfora de la realidad marcada por la desesperanza y el vacío existencial de sus personajes; confrontados, como los de su contemporáneo Milan Kundera, a las ironías del poder y de la historia en una Europa del Este en pleno colapso.

ASPIRANTE A MÚSICO ANTES de dedicarse a la literatura, Krasznahorkai, criado en el seno de una familia burguesa judía, se vale del tango para convertir su novela en una composición simétrica: doce capítulos divididos en dos movimientos iguales —seis hacia adelante y seis hacia atrás— escritos en orden inverso, en un vaivén que atrae y repele, que salva y condena, como nos condena el mal estructural de una sociedad impregnada de engaño y de corrupción moral.

Observador del mundo rural y del deterioro social bajo el comunismo tardío, y habiendo viajado de joven extensamente por Hungría y los países vecinos, Krasznahorkai recrea en Tango satánico una comunidad campesina sin fe ni sentido. Y si el tango es conexión, cadencia y sensualidad, lo “satánico” aquí no está emparentado con lo diabólico como su opuesto, sino con lo ruin. No hay demonios ni rituales a lo largo de la obra, sino lo que los críticos han llamado “la corrupción de la esperanza”, cuando las personas se dejan manipular por falsos salvadores, habituados a lucrar con la miseria.

Es el caso de Irimiás, una especie de falso mesías o profeta, ambiguo y carismático, eje de la novela, cuyas promesas de redención para los aldeanos esconden a un manipulador que es, a la vez, un instrumento del poder estatal. Su retórica fascina a los campesinos, deseosos de esperanza, sin importarles que esta sea falsa.

OTROS PERSONAJES COMO el cínico Futaki, amante clandestino de la señora Schmidt —que duerme en la misma cama con ella y su esposo, el señor Schmidt, borracho, violento y resentido—, van marcando el compás de esta obra considerada un clásico. En ella se inspiró su compatriota, el cineasta Béla Tarr, para filmar una versión de más de siete horas de duración. Llevaría al cine otras dos novelas de Krasznahorkai: El caballo de Turín (acerca de la impotencia humana frente a destino) y, antes, La melancolía de la resistencia (1989), obra que consolidó no sólo la reputación internacional del escritor, sino también su estilo característico, ya presente en Tango satánico: una narrativa densa, poética y minuciosa, casi cinematográfica, con largas oraciones sin apenas pausa, y un tono pesimista, melancólico y obsesivo que sumerge al lector en una atmósfera opresiva, exigiendo concentración y entrega al río de palabras, a cambio de penetrar en la mente y en las motivaciones de los protagonistas.

La trama, por momentos orwelliana, de Tango satánico (la aldea vive bajo un sistema de control invisible pero omnipresente) se ve reforzada por más “danzantes”: Petrina, compañero inseparable y subordinado de Irimiás, que actúa como su sombra. Estike, una niña marginada y maltratada, encarnación de la “víctima absoluta”, símbolo de la pérdida de la pureza en un entorno corrompido. Halic, uno de los aldeanos más crédulos, que sueña con enriquecerse y sigue ciegamente a Irimiás; y el matrimonio del señor y la señora Kraner, dueños de la taberna del pueblo —centro de reunión y de chismes—, cómplices pasivos del engaño.

KRASZNAHORKAI HACE DE ESTA OBRA UNA METÁFORA DE LA REALIDAD MARCADA POR LA DESESPERANZA Y EL VACÍO EXISTENCIAL DE SUS PERSONAJES.

Los aldeanos, como colectivo, son otro personaje clave: más allá de las historias particulares, representan el fracaso de la colectividad humana, encerrada en un ciclo de esperanza ilusoria y destrucción moral. De nuevo, un tango: pasos adelante y pasos atrás.

COMPARADO CON AUTORES COMO Franz Kafka y Thomas Bernhard por su habilidad para entretejer universos espejos y complejos, Krasznahorkai nos empuja, en Tango satánico, a vernos en el espejo del contexto europeo, que medio siglo después sigue resonando en nuestro precario mundo, expuesto a viejos y nuevos totalitarismos; empeñado, pese a la magnificencia tecnológica, en seguir apostando por la inutilidad de las guerras.

En su argumento para otorgarle el pasado 9 de octubre el Premio Nobel de Literatura, la Academia Sueca destacó en Krasznahorkai “su obra convincente y visionaria que, en medio del terror apocalíptico, reafirma el poder del arte”.

Y sí, ahí están —intactas— la realidad oscura y la decadencia humana, ante las cuales Krasznahorkai nos invita a “bailar” con un lenguaje hipnótico y musical que nos envuelve y enrosca incansablemente en sus páginas.

László Krasznahorkai y su tango satánico
László Krasznahorkai y su tango satánico ı Foto: Especial