En el establo de la nostalgia 50 años de Horses

El sacrificio del caballo salvaje del punk

En estas páginas, Susana Iglesias recuerda el concierto que dio Patti Smith en la Ciudad de México el 2 de septiembre de 2017 en la Casa del Lago, luego evoca el célebre y también decadente club neoyorquino de punk CBGB que cerró sus puertas en 2006, para finalmente pasear su memoria por los momentos en que escuchó por primera vez las ocho canciones de Horses: “Cerré mis ojos, aquellas canciones me fueron llevando muy lejos en mi vida, aquella en la que atravesé las llanuras más salvajes de Estados Unidos”.

Country, Blue Grass and Blues fue un legendario club de música en Nueva York, considerado la cuna del punk.
Country, Blue Grass and Blues fue un legendario club de música en Nueva York, considerado la cuna del punk. Foto: Especial

Sentí cómo se arremolinaban en la Casa del Lago, septiembre 2 de 2017. Ignorábamos que días después un temblor acariciaría con golpes letales nuestra ciudad. Los vi agolparse como en un establo, cierta fauna oscura, nos rebasaba la secta jipi apestosa, rucos, jóvenes y hasta bebés. Personas con arrugas y mentes de quince años, personas sin arrugas con mentes viejas. Casi todos / todas luchaban por tocar a Patti Smith, por conseguir una firma en un pedazo de papel. Ridículo ver a esas personas bobaliconas con un libro en las manos, el sueño mexamericano mutante convertido en una farsa macabra. Pedirle a la gentrificadora involuntaria del punk que te autografíe un libro es como invocar a Hunter S. Thompson para que te firme su nota de suicidio: un acto de puro y demente consumo esnob, la transformación del verso en mercancía de feria. Mi mente, clarificada por tragos profundos de mi licorera con vodka, y el cinismo viajó a Nueva York. Muchos años atrás comprobé que el CBGB ya no era el CBGB sino una burda tumba temática, un aparador pretencioso en una ciudad que siempre he considerado la vitrina más grande del mundo que ni los Rockefeller pueden comprar. Lo más cerca que estuve del CBGB fue cuando hablé con Jaime Riestra que conoció el lugar porque vivía a unos pasos, llegó a esa calle antes de la fundación de ese antro así que pudo ver su gestación, nacimiento y derrumbe. Hace unas semanas leí la noticia del golpe final: una nueva versión del festival delCBGB exhibía con cadena incluida como si fuera la joya de la corona, el retrete inmundo del CBGB. El inodoro testigo. El culo petrificado del punk. La multitud, claro, formada por zombis que ni siquiera habían estado allí para vomitar en su boca blanca y sarrosa disparaban selfis idiotas ¿Qué queda de los huesos rotos del punk? Se ha convertido en la adquisición de un boleto para ver una reliquia falsa, en pasear por un museo donde lo que se exhibe es tu propia zafiedad. El punk no está en los museos; los museos son el enemigo. Decir que el punk está muerto es demasiado amable. La muerte tiene una dignidad que esto no posee. No, el punk no murió. Lo encontraron en un callejón, drogado de pop e inconsciente, lo pusieron a trabajar en un freak show. El punk es una muchacha anoréxica que sueña comer una hamburguesa en McDonalds mientras muerde una manzana. Está postrado en un saco de dormir, pernoctando en la entrada de un cajero automático, dando bostezos helados, y eso, créanme, es mucho peor que la muerte. Pedí una pizza de queso y mientras la esperaba me tumbé a escuchar completo el álbum Horses, que abre con “Gloria: In Excelsis Deo”, donde Smith reinventa el clásico de Van Morrison, comenzando con una de las frases más tiernas en la historia del rock: “Jesucristo murió por los pecados de alguien, pero no por los míos”. Esta declaración convertía lo cristiano en un grito tierno e irreverente de independencia espiritual, un aviso de que lo establecido sería cuestionado durante los siguientes 43 minutos. A través de las ocho canciones originales del álbum —desde la mencionada “Gloria” hasta “Elegie”—, Smith y su banda construyeron un universo donde la poesía de Rimbaud se encontraba con la intensidad de Dylan Thomas, donde lo personal y lo político se fundían en un grito que era tanto íntimo como colectivo.

SMITH Y SU BANDA CONSTRUYERON UN UNIVERSO DONDE LA POESÍA DE RIMBAUD SE ENCONTRABA CON LA INTENSIDAD DE DYLAN THOMAS

CERRé MIS OJOS, aquellas canciones me fueron llevando muy lejos en mi vida, aquella en la que atravesé las llanuras más salvajes de Estados Unidos. Vi el punk en la llanura solitaria de Montana, dormí en los establos de Sheridan y también en sus lujosos hoteles. Vi el punk en las montañas negras. Vi el punk en los hombres que cometieron suicidio en las noches de Navidad, los domingos en alguna cabaña cerca de Yellowstone, vi el punk en un bisonte y en caballos realmente salvajes que cruzaban esas llanuras sin ninguna prisa, ni siquiera la del tiempo. La cruzaban lentamente para después correr levantando el polvo de la poesía más hermosa que hayas visto, vi el punk en la serpientes cascabel al lado de la carretera, mientras con mi bicicleta esquivaba sus mordidas letales. Me compré una motocicleta, la estrellé rumbo a Billings. ¿Sabías que los europeos no trajeron los caballos por primera vez a América? Desde las brumas del Pleistoceno, las llanuras americanas vibraron con los relinchos de unos caballos que no eran foráneos, sino nativos. Su saga comenzó millones de años atrás, con pequeños ancestros que evolucionaron en Norteamérica. Con el tiempo, dieron origen a especies majestuosas como el esbelto Equus, similar al actual, y el robusto Hippidion, de hocico corto. Estos équidos eran piezas vitales de un ecosistema épico, compartiendo territorios con mamuts y tigres dientes de sable, hacia el final de la era glacial, hace unos 12 mil años, el eco de sus cascos se apagó. La combinación de un clima cambiante y la llegada de los primeros cazadores humanos selló su destino en un misterioso ocaso, borrándolos de su tierra natal. Su historia no terminó allí. En un giro poético del destino el caballo completó un viaje épico: había nacido en América, conquistó el mundo al dispersarse por Eurasia y, tras una larga ausencia forjada en el hielo y el olvido, regresó a su tierra natal. Cruzó de nuevo el mar, no sobre puentes de tierra, en las naves leprosas de los conquistadores. Así, el animal que una vez fue nativo y se extinguió, volvió de la mano del hombre para renacer en las praderas que lo vieron nacer, cerrando un ciclo milenario de ausencia y regreso.

HORSES ESTUVO EN EL TOP 50 DEL BILLBOARD 2000,EL ÁLBUM HA APARECIDO EN NUMEROSAS LISTAS DE LOS MEJORES DISCOS DE TODOS LOS TIEMPOS. EN 2009FUE SELECCIONADO POR LA BIBLIOTECA DEL CONGRESO PARA SU PRESERVACIÓN EN EL NATIONAL RECORDING REGISTRY.

Horses, horses, horses, horses

coming in in all directions

white shining silver studs with their nose in flames

(Caballos, caballos, caballos, caballos

viniendo en todas direcciones

sementales plateados y blancos con la nariz en llamas)

Miro esa escena —esta escena de nosotros, los que llegamos tarde al banquete—, pienso en la paradoja de todo aniversario: conmemorar lo que en su día nació para dinamitar las conmemoraciones. Cincuenta años. Medio siglo no es poca cosa para un álbum que, en 1975, llegó para rescatar el rock de su elegancia con herpes. Horses fue una transfusión de sangre directamente al corazón de un caballo que iba directo al rastro “en algún lugar de nuestros corazones estábamos hechos polvo porque esa gente había muerto... Todos tuvimos que recomponernos. Para mí, por eso nuestro disco se llama Horses. Tuvimos que tirar de las riendas para recargarnos. Es hora de soltar los caballos de nuevo", explicaba la propia Smith tras su lanzamiento.

LOS ESTABLOS DEL CHELSEA

Antes del escenario, estuvo la palabra. Antes de los escenarios del CBGB, las habitaciones del Hotel Chelsea donde poetas como Jim Carroll o John Giorno compartían pasillos con artistas de la talla de Dylan, de Tom Waits. Allí, una joven señora Smith desmontó en Nueva York con sus poemas en las alforjas y la convicción de que “la presentación de la poesía no era lo suficientemente vibrante”. ¿Qué hace una poeta medio jipi en un mundo de sucias guitarras eléctricas? Lo ignoro, llegué a Smith por la portentosa banda Television. En ese entorno enrarecido se fraguó Horses, donde según Smith, “esperaba comunicarme con mentes semejantes, con los inadaptados, privados de derechos, aquellos que se alejaban de la pista habitual”. No se trataba de un disco para las masas, “un álbum que haría que cierto tipo de persona no se sintiera sola. Gente como yo, diferente… No estaba intentando llegar al mundo entero. No estaba intentando ha-cer un disco exitoso". Iggy Pop años antes abrió camino para la sucia poesía en heroína y látex, la brutal poesía de navajazos frescos en su torso.

TRES ACORDES Y LA VERDAD

Horses fue descrito por la propia Smith como “rock de tres acordes fusionado con el poder de la palabra”, el álbum lanzado por Arista Records fue producido por John Cale —antiguo miembro de The Velvet Underground—, grabado en septiembre de 1975 en los legendarios estudios Electric Lady de Nueva York y se convirtió en el primer álbum de art punk, un puente entre la herencia beatnik y el inminente tsunami punk. La tensión creativa entre Smith y Cale fue palpable desde el inicio. “Contraté al tipo equivocado”, declararía Smith después, “estaba buscando una persona técnica. En cambio, me encontré con un artista maníaco total. Fui a escoger una costosa pintura de acuarela y en su lugar me dieron un espejo”. Cale comparó su relación de trabajo con “una fuerza inmutable encontrándose con un objeto inamovible”.

La voz y la poesía de Smith se encontraba en su banda de siempre: Lenny Kaye en la guitarra, Ivan Kral en el bajo, Richard Sohl en los teclados y Jay Dee Daugherty en la batería. A ellos se unieron como músicos invitados: Allen Lanier de Blue Öyster Cult y Tom Verlaine de Television, en sesiones que no estuvieron libres de tensiones —Lanier y Verlaine llegaron incluso a una pelea física durante la sesión final.

Esta combinación de talentos y temperamentos dio forma a un álbum con toques de reggae (“Redondo Beach”), el jazz (“Birdland”) y la improvisación libre. Horses para mí no es punk. La portada fue un manifiesto, una fotografía de Robert Mapplethorpe que con su Hasselblad de medio formato capturó una imagen andrógina y desafiante que se convertiría en ícono instantáneo. Smith, con su chaqueta, corbata, meciendo un gesto entre la fragilidad y el desafío, miraba fijamente al espectador con la intensidad de quien sabe que está cambiando las reglas del juego. Esa imagen, en blanco y negro era ya un manifiesto antes de que el disco comenzara a girar. Horses estuvo en el top 50 del Billboard 2000, el álbum ha aparecido en numerosas listas de los mejores discos de todos los tiempos. En 2009, fue seleccionado por la Biblioteca del Congreso para su preservación en el National Recording Registry.

Este 2025, para celebrar su 50 aniversario, Patti Smith ha revelado material inédito de la época, incluyendo el tema “Snowball”, ha emprendido una gira con parte de su banda original, incluidos el guitarrista Lenny Kaye y el baterista Jay Dee Daugherty. Una reedición remasterizada del álbum que incluye tomas alternativas y tres canciones inéditas.

En el principio fue la poesía. 50 años de Horses
En el principio fue la poesía. 50 años de Horses ı Foto: Deezer

¿LOS CABALLOS SIGUEN GALOPANDO?

Los caballos siguen galopando, ahora lo hacen en una pista de carreras digital, drogados hasta las cejas con esteroides de capital riesgo y monitoreados por algoritmos que miden su coeficiente de rebeldía por dólar invertido. Puedes oír sus relinchos en cualquier stream, convertidos en el sonido de fondo de un documental de Netflix sobre “aquellos días salvajes”, un eco domesticado que venden junto a la suscripción mensual y una selección de NFTs que representan la “esencia indómita” del punk. Un espectáculo de rodeo para una multitud de espectros que compran entradas VIP. Horses es un animal que fue sacrificado hace años, su cabeza disecada cuelga ahora en la galería de trofeos de la cultura mainstream, justo al lado del retrete del CBGB y la escopeta de Kurt Cobain. Es el premio de consolación para una generación que soñó con incendiar los establos y terminó cobrando al público por pasear en ponys al público. Patti suelta los caballos, la audiencia corre en círculos en un campo minado de influencers que posan con su poesía como si fuera un accesorio de lujo, mientras el sistema, ese viejo y putrefacto caballo de Troya, se ríe en nuestra cara y nos vende la cuerda con la que deberíamos ahorcarlo.

Pongan el disco, ahoguen su lucidez en un buen trago mientras aún puedan, guárdenme en frascos rotos sus lágrimas nostálgicas de edición deluxe y vacuos suspiros por un pasado que nunca fue suyo. El álbum no fue más que el pistoletazo de salida en el hipódromo, el estallido que anunciaba una carrera que todos hemos perdido. Los purasangre salvajes que se soltaron entonces hoy son ponis de doma para selfis, trotando obedientemente alrededor del mismo circuito de siempre, pastando en los campos fertilizados de nuestra propia complicidad. El verdadero punk no es un fetiche de coleccionista; es el rugido áspero del que prefiere morder la mano que lo alimenta antes que lamerla por una ración extra. Todo lo demás es el eco vacío de los cascos en un hipódromo holográfico, el sonido fantasmal de una apuesta que hicimos y perdimos hace medio siglo. El punk fue un caballo con las patas rotas. La función terminó, un escupitajo con muchísimo cariño en la cara de los cursilones pousers.