El alma buena de Sezuán en el carro de comedias

El Carro de Comedias, un proyecto de Teatro UNAM, es una iniciativa “de teatro itinerante que funciona mediante un remolque que se transforma en escenario. Ofrece funciones en escuelas, plazas públicas y diversos espacios al aire libre”. El director de teatro Rodrigo Jonhson nos comparte esta vez su experiencia como espectador en la representación de El alma buena de Sezuán, una obra de Bertolt Brecht, puesta en escena como una reciente muestra de esta oferta de dramaturgia que cualquiera puede disfrutar

En las obras de Bertolt Brecht hay siempre elementos del teatro épico.
En las obras de Bertolt Brecht hay siempre elementos del teatro épico.Foto: Cortesía de Barry Domínguez
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A Cecilia Kühne y Martín Casillas

Curva o recta, empinada o plana, siempre en movimiento. La calle es, a fin de cuentas, el escenario cotidiano. La intimidad, paradójicamente, es colectiva, el tránsito la distingue de la plaza. El roce, el encuentro de una mirada, amores y desamores transcurren como breves e intensos dramas.

La calle es un vagón donde los que se mueven son los pasajeros. Pero hay topes y altos; paradas provocadas por lo insólito, de ahí al asombro para luego nuevamente caminar por las transitadas baldosas de la rutina.

La calle, la misma calle que pisamos todos los días, puede tener muchas esquinas desconocidas. Puede ser transformada como sucede de vez en cuando. Un “hecho” detiene a los transeúntes, y si las circunstancias son las adecuadas, la soledad dinámica se comparte por algunos instantes. El teatro callejero asombra, modifica y transgrede como un relámpago, para después marcharse a la siguiente cuadra, manzana, barrio, colonia... a la siguiente calle.

A FINALES DE LOS AÑOS OCHENTA o principios de los noventa, José Ramón Enríquez, a su paso por la dirección del Centro Universitario de Teatro, tuvo la feliz idea de crear lo que hoy conocemos como El Carro de Comedias. Inspirado en las compañías itinerantes de la comedia del arte y los corrales del llamado Siglo de Oro español (y novohispano con Juan Ruiz y Sor Juana).

La idea inicial era que los alumnos recién egresados tuvieran la experiencia de manejar el verso y confrontarlo con el público del momento, pero no sólo aquel que ya tiene un gusto formado para acudir al teatro, sino el del transeúnte, el ciudadano común y corriente al cual hay que atrapar cuando menos se lo espera, yendo a él, a su barrio, parque o plaza. Para ello, se optó por un escenario plegable, tirado por una cuadriga de ocho cilindros. A partir de ahí, ese proyecto ha crecido y se ha abierto a cualquier joven actor egresado de alguna carrera de teatro.

A lo largo de todos estos años, el Carro de Comedias de la UNAM ya no se ciñe solamente al Siglo de Oro. Desde Aristófanes hasta nuestros días, la dramaturgia universal ha sido parte de su programación. Cada año cientos de jóvenes atienden a la convocatoria emitida para intentar ser seleccionados y formar parte del elenco del Carro por un año. Tras un arduo proceso sólo seis son los elegidos, que habrán de fungir como tramoyas, músicos y obviamente actores de la obra a representar, escogida por un director invitado que cambia año con año.

Este año, que ya asoma a su tramo final, fue el turno de El alma buena de Sezuán, obra didáctica del entrañable y polémico Bertolt Brecht, bajo la magnífica dirección de Gabriela Ochoa. Usando la consabida fórmula de “cualquier semejanza con la realidad es mera coincidencia”, Brecht ubica su parábola en la lejana China, en la provincia que da título y ubicación al drama.

LOS DIOSES ESTÁN DE VISITA EN LA CIUDAD, pero el egoísmo de sus habitantes no les permite reconocerlos y darles el trato que merecen. Tan sólo Shen-Te, una prostituta de alma noble les da acogida. En agradecimiento, los dioses deciden recompensarla cumpliéndole su máximo anhelo: tener el capital para abrir una “tiendita” que le permita vivir honestamente. Pero su generosidad es aprovechada por los zánganos que siempre abundan, los gorrones de Chava Flores, que están a punto de llevar a la quiebra el naciente negocio de la pobre e ingenua protagonista.

Ella se ve obligada a crear un personaje que la salve, que se atreva a cobrar lo fiado y a poner orden a su caridad desmedida. Es entonces que aparece Shui-Ta, su supuesto primo, que no es más que ella misma disfrazada, y quien sí tiene las agallas para correr a los aprovechados y cobrar las deudas adquiridas.

Los múltiples personajes son encarnados por un elenco fresco y profesional que entregan alma y vida sobre el versátil entarimado: Mabel Albavera, Emma Echazarreta, Sara Muñoz, Carlos Eduardo Murguía Macías, David Juan Olguín Almela y Marco Favio Ramos. Todos ellos revitalizando la escena.

Un espléndido vestuario, máscaras, música y elementos mínimos e indispensables, llevan al espectador –reunido en la plaza que se forma entre el Teatro Juan Ruiz de Alarcón y la fuente de la cafetería del Centro Cultural Universitario– al lejano oriente, a ser partícipes de una historia, a escuchar y ver un cuento bien contado que entretiene y lleva a la reflexión. Yo la vi en ese lugar, pero el Carro de Comedias gira por todo el país, atendiendo a todos los públicos, creando y formando nuevos escenarios. Y de aquí parte la idea que da título a esta colaboración. No propongo como Swift comernos a nuestros infantes desprotegidos, todo lo contrario, el próximo será un año de muchos cambios y oportunidades. ¿Por qué no aprovechar la exitosa experiencia de este modesto pero efectivo Carro de Comedias para multiplicarlo de nuevo por toda la ciudad y todo el país?

La UNAM puede asesorar un proyecto así. Se daría oportunidad a decenas de jóvenes egresados, no sólo a seis anualmente, y se podría atender a casi la totalidad de la población de la Ciudad de México y más. Desconozco los números exactos, pero en 2013, cuando tuve la oportunidad de dirigir Chapó Mr. Ui, también inspirada en Brecht, en el Carro de Comedias, sé que nos vieron más de cien mil personas, en la ciudad, pero también en Tamaulipas, Veracruz, Yucatán, Guanajuato y no me acuerdo cuántos estados más.

Con las temporadas teatrales cada vez más cortas, cuando el potencial espectador apenas empieza a saber de la existencia de un montaje interesante, éstas terminan. Cuando hay un público, que sin muchas veces saberlo, está ávido de teatro, y la movilidad no siempre eficiente de la urbe le impide trasladarse, hagamos que la escena vaya a Mahoma.

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