Roberto Zavala Ruiz

Un alquimista del libro

En su mejor balance, el trabajo del editor reclama la exactitud, aunada a la mayor discreción posible.
Al preparar un texto, interviene con el único fin de llevarlo a su máxima claridad.
Define los criterios fundamentales que determinan la forma en que se publica un escrito
—y en ese punto la eficacia es decisiva, más aún cuando no se nota y la lectura fluye.
Una especie de alquimia, en efecto. Aquí el recuerdo y aprecio de uno de sus oficiantes más notables.

El libro y sus orillas.
El libro y sus orillas.Foto: Especial
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En una charla reciente a propósito del Día Nacional del Libro, Tomás Granados Salinas se refirió a la labor editorial como un “trabajo alquímico” donde, en ocasiones, corresponde al editor la misión de transformar el plomo de un manuscrito en oro para sus lectores. Esa tarea trasmutadora, ya lo sabemos, no es una empresa llevada a cabo en solitario, si bien el rol del editor juega un papel protagónico como gran orquestador del esfuerzo que representa la publicación de un libro. Sin importar si es físico o digital, requiere que los autores, redactores, correctores de estilo y de pruebas, ilustradores, diseñadores, diagramadores y hasta la preprensa y el impresor estén en la misma sintonía para lograr esa pieza magnífica que es un libro.

Los lectores ajenos a esta alquimia, quienes leen estas líneas y desconocen por completo qué pasa antes de tener una publicación en sus manos, no saben tampoco que muy probablemente, de manera indirecta, Roberto Zavala Ruiz y El libro y sus orillas están detrás de la adecuada manufactura de ese ejemplar.

Es que, para los editores, El libro y sus orillas. Tipografía, originales, redacción, corrección de estilo y de pruebas es el equivalente al Álgebra de Aurelio Baldor, pero sin esas zonas oscuras que implica el aprendizaje de las matemáticas en la infancia. Publicado por primera vez en 1991 en la Biblioteca del Editor de la UNAM, la aparición de este detallado manual en torno a la intimidad del oficio editorial significó un respiro en la lucha constante y necia que puede darse entre autores, correctores y editores, dispuestos a batirse en duelo por la pertinente aplicación, o no, de una mayúscula o un punto y coma.

Atento a los sinuosos baches de la edición, Zavala Ruiz, desde la trinchera de la talacha de la corrección ortotipográfica, identificó y recopiló las múltiples discrepancias que afectaban al gremio editorial y a los hacedores de libros, que lo mismo seguían modelos importados de España que de Argentina, Estados Unidos o Francia, a la vez que recopilaba y organizaba, a conciencia y sistemáticamente, el proceso de edición de un texto, lo que es propiamente el oficio.

COMO LO INDICA el subtítulo, El libro y sus orillas se remonta a los primeros tiempos de la imprenta para explicar las partes que componen un elemento tipográfico, desvela las claves de ese lenguaje secreto que entablan el corrector y el diagramador (los jeroglíficos en rojo que arrasan con las erratas —y a veces las plantan), enlista y explica lo que es aconsejable y lo que de preferencia debe evitarse y, mejor, dice por qué. Señala vicios y abusos de la escritura, del corrector, del diseño, en busca siempre del equilibrio en la página y, bajo la máxima de que no es necesario descubrir el hilo negro cuando otros ya lo han hecho, en lo tocante a la escritura se apoya en otro inestimable texto, el Curso de redacción. Teoría y práctica de la composición y el estilo del español Gonzalo Martín Vivaldi, una sutil forma de darle la espalda al autoritarismo de la Real Academia de la Lengua, aunque no la desdeña.

Zavala Ruiz, desde la trinchera de la talacha de la corrección ortotipográfica, identificó y recopiló las múltiples discrepancias que afectaban al gremio editorial y a los hacedores de libros

Justo en la década de 1990, la confección del libro comenzó a sufrir una metamorfosis drástica: lo que se hacía antes sobre un “original mecánico” comenzó a hacerse sobre la pantalla de la computadora. La obra de Zavala, sin embargo, sobrevivió a los continuos cambios porque atendía, sigue atendiendo, a lo esencial del oficio editorial. Y esto puede explicar por qué un libro dedicado a un público tan específico ha llegado a contar con cuatro ediciones —tres en la UNAM y una en el Fondo de Cultura Económica, en la colección Libros sobre Libros, precisamente iniciada por Granados Salinas— y quién sabe cuántas reimpresiones.

Con El libro y sus orillas se dio un paso al frente en la profesionalización del oficio editorial, que parecía una materia sólo para iniciados, transmitida del maestro al aprendiz. Aunque no significó que los correctores de estilo dejaran de lado sus obsesiones y manías en la defensa de una comita o un término que no expresa a cabalidad la idea que se intenta transmitir, al menos dejó de correr la sangre para abrirle paso a la argumentación razonada de los criterios que requiere la obra. Y tal vez aquí radique uno de los mayores asertos de Zavala Ruiz: la comprensión de un oficio que, si bien obedece a ciertas normas y convenciones, no puede ser rígido, porque lo que sirve a la perfección en un libro no funciona necesariamente con otro de características similares. El entendimiento de que no hay recetario capaz de reemplazar el sentido común que debe imperar al editar una obra.

EL 18 DE NOVIEMBRE, la poeta Blanca Luz Pulido, autora de los amables prólogos que introducen El libro y sus orillas en sus diferentes casas editoriales, anunció desde su cuenta pública de Facebook que Roberto Zavala Ruiz, “persona honesta y vertical”, había fallecido. Yo no pude sino experimentar esa tristeza nostálgica que nos embarga cuando muere una celebridad cuyo trabajo nos ha acompañado toda la vida, o casi, y la imagen del alquimista del libro, ataviado con el pesado gorro del Al-Juarismi del Álgebra, me vino de inmediato a la cabeza.

Zavala Ruiz fue un editor riguroso, detallista, que entendió la hechura del libro como la conjunción armónica de diferentes saberes. Y lo más importante, supo transmitir su amor por este oficio desde todas las orillas posibles del libro.