Apassionata

OJOS DE PERRA AZUL

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ApassionataFoto: Cortesía del autor
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La pintura se mantuvo colgada, por años, en la gran pared central de la casa de mi infancia. No era muy grande ni colorida, tonalidades ocres, oscuras, llamaban la atención de mis ojos niños. Pasaba horas descifrando al hombre del dibujo. Gesto apasionado, el ceño fruncido, con mirada decidida observaba el entorno, proyectaba irreverencia, rebeldía. Tenía la frente cruzada por líneas rectas, horizontes superpuestos, la barbilla partida en dos, norte y sur, un hoyuelo en medio, surcos al lado de las comisuras de los labios. Sabía que era sordo, pero estaba segura de que me escuchaba por las tardes, cuando me sentaba frente él. Le platicaba lo que me pasaba, lo que serían historias algún día.

A lo lejos suenan violines y cellos en Re menor, transmitiendo exaltación. Al entrar los trombones atravieso el cristal, de un clavado me sumerjo en la masa de agua salada que es su pelo. Braceo en lo hondo de una espuma blanca, entre pinceladas y el gris de los mechones, enredada en los nudos de las marejadas. Nado en las olas de su cabellera, pataleo con fuerza en la espesura. De cuando en cuando salgo a respirar a la superficie, inhalo bocanadas de aire mientras flautas y clarinetes me acompañan. Me hundo, vuelvo a zambullirme entre los bucles, me atrae la profundidad, estallan los platillos. Quiero penetrar en su cabeza, en las voces del coro, deslizarme por las gruesas hebras, conocer cómo funciona el pensamiento musical. Deseo descubrir su lenguaje no conformado por palabras, como el mío, sino por claves, notas y acordes que dicen más que las oraciones que pronuncio. Finale. Habitar aquellas turbulencias era como visitar otro lugar, otro tiempo. Majestuosa dimensión desconocida. Un océano es la melena de Beethoven.

Me hundo, vuelvo a zambullirme entre los bucles, me atrae la profundidad, estallan los platillos

En una mudanza el cuadro desapareció, pero no de mis recuerdos, cada vez que visito el mar, la sinfonía regresa a mi memoria. Es la Novena. A la orilla, frente al oleaje que desaliña su cabello y desenmaraña mi imaginación, vuelvo a contarle las cosas que me están sucediendo, que me afligen y alegran, las que no comprendo y quisiera escribir. También le confieso mis amores, desencuentros, fracasos e ilusiones, la odisea que fue haberte conocido. Beethoven me contesta que siga despeinada, como él, que siempre sea tsunami, terremoto submarino, erupción y colapso para ahogarte en la marea de mis besos.

*Fue bueno mientras dudó.