Crónicas latinoamericanas sobre Palestina

Los cronistas latinoamericanos, señala Leila Guerriero en Zona de obras, han practicado por décadas ese oficio literario desde "la tozudez y la convicción de que dar cuenta de una realidad compleja valía la pena [...] lo vienen haciendo desde hace años, con antigua insistencia carpintera, y a pesar de modas, intereses, indiferencias, crisis". Años antes de que estallara el reciente conflicto en Gaza —en octubre de 2023—, dos autoras y un escritor de nuestro continente echaron mano de la crónica para contar una situación humillante y de riesgo en la zona. Federico Guzmán Rubio revisa los libros sobre Palestina publicados por la chilena Lina Meruane (2021), la mexicana Irmgard Emmelhainz (2017) y el peruano-español Mario Vargas Llosa (2006)

Lina Meruane (1970).
Lina Meruane (1970).Foto: Isabel Wagemann / la nuevacronica.com
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La literatura es lo contrario del periodismo: contempla, reflexiona e interpreta; interroga sin saber a ciencia cierta qué es lo que busca; asume la subjetividad y las limitaciones; estudia a fondo a unas cuantas personas o personajes dentro de procesos históricos o sociales amplísimos e inabarcables; indaga en el fondo de las cosas sin que eso signifique ignorar la superficie. El periodismo, en cambio, se preocupa ante todo por informar; prioriza la urgencia y la actualidad por sobre el contexto y el trasfondo; pretende dar cuenta de los hechos con precisión e imparcialidad, siempre en nombre de una objetividad imposible; no se detiene en los casos particulares o insignificantes dentro de las incesantes transformaciones de toda índole; pretende incidir en una sociedad informada justamente por él. Esta diferencia en objetivos, materiales, tiempos y enfoques hace que la lectura de ambos sea distinta, y que la mayoría de las veces apunte a direcciones divergentes: buscar profundidad, belleza y complejidad en un portal de noticias sería tan ridículo como leer la Divina Comedia para entender la política italiana contemporánea, o los poemas de Anna Ajmátova para explicar la invasión rusa a Ucrania.

Sin embargo, en varias ocasiones periodismo y literatura se encuentran, por ejemplo, en géneros híbridos como la crónica, el libro de viajes o el reportaje, o en la selección de lecturas de quien desea informarse a profundidad —comprender quizás sería un verbo más exacto, a pesar de su soberbia— sobre determinado lugar, fenómeno o acontecimiento. En estos casos, periodismo y literatura, normalmente tan lejanos para muchos, se vuelven complementarios, tanto en la formación de un texto como en el diálogo entre distintas voces, y son sus diferencias las que, enfrentadas y mezcladas, permiten un acercamiento más amplio y riguroso a esa realidad.

Mientras escribo este texto ya son más de 100 días de la guerra en Gaza, cuya cobertura ha sido inédita para mí, sorprendido por cómo las redes sociales arrebataron protagonismo a los medios tradicionales. Seguramente se trata del primer conflicto de esta envergadura con una difusión noticiosa tan amplia, pues ante el cuestionamiento a la imparcialidad de los grandes medios, las redes sociales aprovecharon su inmediatez, narrativa transmedia y su funcional mezcla entre cuentas virales y millones de perfiles semianónimos. No obstante —y a sabiendas de que el caso de cada usuario es particular—, pueden agravar los problemas que supuestamente ayudarían a solucionar: analistas, periodistas, testigos y toda clase de comentadores realizan una cobertura en tiempo real de los acontecimientos, lo que tiene el efecto de saturar de información muchas veces contradictoria y de crear burbujas informativas que, más que explicar los hechos, funcionan como material de propaganda seleccionado por el propio usuario, dependiendo de sus simpatías políticas. Pero incluso la persona que tenga la preparación, honestidad intelectual y curiosidad para consultar distintas fuentes, se verá desbordada por el número y la gravedad de los acontecimientos, a manera de los exuberantes y espinosos árboles que no permiten ver el bosque.

Por supuesto, la urgencia de los hechos suele llevar a una aproximación reactiva, en absoluto reflexiva: la guerra y sus crímenes se convierten en un simple problema coyuntural, lo que trivializa la tragedia. Sin embargo, es justamente esa urgencia la que también exige una mayor documentación que permita, por una parte, orientarse entre la tormenta de datos y, por otra, comprender los orígenes y las implicaciones geopolíticas y morales —dos términos que pocas veces van de la mano del conflicto. 

Aquí es cuando la literatura, en su forma más comprometida con la realidad, se vuelve necesaria para alejarse de la cifra y acercarse al nombre y el rostro, para trascender la consigna y restituir su significado a la palabra, para tener una visión cercana a una guerra que, por impactantes que sean sus imágenes, se siente distanciada, de otro mundo, tranquilizadoramente lejana.

Palestina en Pedazos
Palestina en PedazosImagen: Especial
El cielo está incompleto: Cuaderno de viaje de Palestina
El cielo está incompleto: Cuaderno de viaje de PalestinaFoto: Especial
Israel / Palestina. Paz o guerra santa
Israel / Palestina. Paz o guerra santaFoto: Especial

DESDE LIBROS HISTÓRICOS, perfiles biográficos o investigaciones periodísticas, no es exactamente bibliografía lo que falta en el conflicto palestinoisraelí. Sin embargo, las opciones se reducen drásticamente al buscar fuentes escritas desde Latinoamérica, lo que resulta imprescindible para el lector de esta región que, sin renunciar a las interpretaciones venidas de cualquier otra parte, tiene derecho a leer su tiempo desde sus propias referencias, a partir de un contexto común y una visión de mundo compartida e incluso tomando en cuenta los intereses del subcontinente. 

Sergio Pitol, uno de nuestros grandes escritores cosmopolitas, afirmaba que nuestra literatura no debía conformarse con crear una visión del mundo latinoamericano, sino que debía construir una visión latinoamericana del mundo. En sintonía con ello, resulta crucial atender las obras latinoamericanas que, desde la literatura, se han preocupado por viajar hasta Palestina e Israel para ver, reflexionar y escribir, continuando así la tradición de la crónica de viajes latinoamericana, cuya historia está aún por escribirse.

Adicionalmente a la especificidad puntual que inevitablemente tienen estos libros, al estar escritos desde la América hispana, el hecho de que sean crónicas los dota de una mirada personal pero informada, explícitamente subjetiva, conformada a partir del pedazo de realidad que el cronista mira y experimenta. El lector no hallará aquí explicaciones totalizadoras, pero sí un relato próximo acerca de cómo es la vida y cómo se vive el conflicto en esas tierras, donde el ataque de Hamás perpetrado el 7 de octubre y la ofensiva israelí en la Franja de Gaza son el capítulo más reciente de una guerra que parece no tener fin. 

Cada una de las tres crónicas recomendadas en este texto elige una estrategia bien delimitada para tratar el tema: Palestina en pedazos (Literatura Random House, 2021), de la chilena Lina Meruane, emprende un periplo a los orígenes familiares perdidos de la autora, en algún pueblo de Cisjordania a inicios del siglo xx; El cielo está incompleto: Cuaderno de viaje en Palestina (Taurus, 2017), narra los múltiples viajes de la mexicana Irmgard Emmelhainz por la región y, a partir de sus vivencias, teoriza entre la crítica de arte, el ensayo político y el diario personal respecto a las implicaciones de la ocupación israelí; y, por último, el peruano-español Mario Vargas Llosa, en Israel / Palestina. Paz o guerra santa (Aguilar, 2006), escribe un lúcido reportaje intelectual que, a pesar de estar concebido para la coyuntura de la fecha de su publicación, se lee con una actualidad sorprendente.

En Nueva York, donde trabaja como profesora universitaria, Lina Meruane coincide dos veces con el mismo taxista palestino, quien, al enterarse de su origen, la conmina a viajar a la tierra donde se pierde la historia de la familia paterna de la autora, algo que ella jamás se había planteado. Los abuelos paternos de Meruane, cristianos, emigraron de Palestina hacia Chile a prin-cipios del siglo pasado, en tiempos del Imperio Otomano, y jamás volvieron a su tierra natal. De esta forma, el viaje que ella nunca había contemplado ni siquiera como una posibilidad se le empieza a revelar como ineludible y —aunque siempre se aclare que no lo es— como una vuelta a unas raíces que yacían más vivas de lo que ella misma sospechaba: “No es regresar pero la idea del viaje aparece con ese verbo a cuestas. Ese verbo y todos sus sinónimos y una sucesión de eventos fortuitos me empujan en dirección palestina”, escribe Meruane, entre resignada y entusiasmada por descubrir y restituir una parte de su identidad.

Es esta misma reflexión identitaria la que articulará todo el texto, entendida sobre todo como el cruce entre lengua, rostro, memoria y voluntad. Resulta sugerente leerlo como la pérdida y recuperación de un idioma y, con él, de una forma de ver y nombrar el mundo, es decir, de una cultura y una sensibilidad. Al inicio, Meruane rememora cómo sus abuelos fueron perdiendo el árabe mientras ganaban el castellano, al igual que miles de inmigrantes palestinos en Chile, por una vaga promesa de ascenso social ligada a la palabra: “No fue entonces ninguna tragedia doblar los alfabetos, invertir la dirección de la escritura, permutar la sintaxis, modular la entonación hasta perfeccionar el acento chileno: el cartel de esa bifurcación lingüística anunciaba progreso y los palestinos tomaron ese camino”. Al final del libro, en dirección contraria, tras un paseo caótico por los laberintos de El Cairo, la escritora al fin logra llegar a la librería donde se celebraba una lectura pública de Palestina en pedazos y, gracias a la magia oriental de su traductora, se lee el inicio del libro en español y en árabe, cerrando un círculo que 100 años atrás sus abuelos no sabían que empezaban a dibujar.

El lector no hallará aquí explicaciones totalizadoras, pero sí un relato próximo acerca de cómo es la vida y cómo se vive el conflicto en esas tierras

Entre ambos momentos sucede el libro, sucede Palestina. Meruane emprende dos viajes en busca de la casa familiar, y recorre Israel y Cisjordania —quiere visitar Gaza, pero le advierten que el asedio a la ciudad sitiada es infranqueable. Todo ello es para darse cuenta de que el trato que reciba estará condicionado por la lectura que se haga de su rostro y por la lengua que hable o no hable. La identidad, entonces, arbitraria como lo son las facciones e incluso la lengua materna, condicionará los derechos de los que una persona goza; por ejemplo, a los palestinos les está prohibido transitar por ciertos caminos y carreteras de Cisjordania, que son de uso exclusivo para los ciudadanos israelíes.

Aparte de la crónica de sus viajes palestinos y de las punzantes y hermosas reflexiones sobre las raíces, Meruane cuestiona la degradación lingüística que ocurre en todo choque bélico, lee con atención los ensayos políticos de los dos mejores escritores de Israel —Amos Oz y David Grossman—, pacifistas cada uno a su manera, y charla con palestinos e israelíes de diferentes posturas y orígenes. Son diálogos en los que ya se anuncia la situación actual, como cuando un amigo israelí de familia latinoamericana se lamenta: “en los últimos años cualquier discurso intermedio entre las locuras de Hamás y las locuras de la ultraderecha israelí tiene cada vez menos espacio”.

ALGO QUE TIENEN en común Palestina en pedazos y El cielo está incompleto, de Irmgard Emmelhainz, son las frecuentes interrupciones en el discurrir de la narración, ocasionadas por los incesantes retenes, interrogatorios y revisiones a los que cada una de las escritoras es sometida en sus respectivos trayectos por Cisjordania. De esta forma, se traslada al texto una parte de la vida cotidiana de los palestinos, repleta de prohibiciones humillantes y autoritarias, como no poder levantar la vista para ver los asentamientos israelíes ilegales erigidos a unos cuantos metros de sus ciudades, cada vez más fragmentadas.

Pero si Meruane se detiene más en su relación personal con Palestina, la mexicana aprovecha las diferentes etapas que vivió en Ramallah —la capital de Cisjordania, con relativa autonomía palestina—, para teorizar sobre el conflicto. Así, concibe el tratamiento infligido a los palestinos por el Estado de Israel como un ensayo y un resumen de las estrategias neoliberales para desplazar, reprimir y someter a la “población redundante” del planeta; analiza las obras de denuncia más complejas ideadas por artistas palestinos y critica a los activistas occidentales que, más que comprometerse, viajan a Palestina en busca de la adrenalina que ya no saben cómo generar en sus países de origen. 

Destacan las partes del libro en las que, dejando la reflexión de lado, la escritora contempla Palestina y, para dar una idea de lo que ve, afirma que se siente en Comala, en un mundo de fantasmas que transitan entre los vivos y los muertos, entre las ruinas de un pueblo arrasado que se resiste a dejar de ser.

Por último, el libro Israel / Palestina: Paz o guerra santa, de Mario Vargas Llosa, a pesar de haber sido escrito en un contexto muy diferente al actual —justo cuando se retiraron los asentamientos israelíes de Gaza— y publicado en 2006, continúa siendo una lectura imprescindible. El Nobel empieza enumerando todos los aspectos que admira de Israel, desde su inmenso desarrollo tecnológico y cultural, la prosperidad económica y vi-da democrática que le permitieron convertirse, en unas pocas décadas, en un país de primer mundo. Pero es precisamente esa admiración sincera la que lo hace ser implacable en su crítica hacia el trato que el Estado de Israel ha dispensado a sus vecinos. Vargas Llosa parte de la premisa de que, con la ocupación de los territorios palestinos, Israel se convirtió en un país dominante, “y nada corrompe tanto a una nación, desde los puntos de vista cívico y moral, como volverse una potencia colonizadora”. Este hecho, según Vargas Llosa, ha pervertido el actuar del gobierno israelí a grado tal, que lo ha llevado a cometer atropellos —contra la población palestina en general— “injustificables e indignos de un país civilizado”.

Se traslada al texto una parte de la vida cotidiana de los palestinos, repleta de prohibiciones humillantes y autoritarias, como no poder levantar la vista para ver los asentamientos israelíes ilegales

Naturalmente, dichos atropellos, entre los que se cuentan “puniciones colectivas y torturas indiscriminadas”, de ninguna manera avalan “el salvajismo irracional de los atentados contra la población civil” cometidos por los terroristas islámicos. El narrador, sin embargo, no se conforma con la condena mecánica, sino que se entrevista con líderes de organizaciones islamistas y confirma que a sus militantes los mueve el fanatismo religioso, pero también la desesperación por la pobreza persistente y la ausencia de cualquier posibilidad de salida en el horizonte. Asimismo, también dialoga con colonos israelíes, igualmente fanáticos, que justifican con argumentos teológicos, sin ningún asomo de duda, la apropiación ilegal de tierras palestinas. Si algo ha caracterizado en cualquier latitud la postura política del peruano nacionalizado español ha sido su defensa de la libertad y los valores liberales, así como su combate contra el fanatismo y las dictaduras. Por ello no sorprende, por una parte, su total rechazo a islamistas radicales e israelíes de extrema derecha, capaces de asesinar con toda tranquilidad por el permiso divino que están convencidos de tener y, por otra, la inmediata simpatía que experimenta por los políticos moderados, ya sean palestinos o israelíes, con los que, tras interrogarlos sobre sus opiniones del conflicto, se suelta a hablar entusiastamente de literatura.

En este volumen destacan en especial dos crónicas. En la primera de ellas, “Ratoneras humanas”, describe su visita a Gaza, donde se escandaliza y conmueve al ver a sus residentes confinados por el ejército israelí a “su pequeña parcela, como los animales en sus jaulas de zoológico”. La segunda, “Los justos”, está dedicada a los israelíes que se atreven a cuestionar la política de su país hacia los palestinos, en especial los miembros de Rompiendo el Silencio, una organización de exsoldados que narran los crímenes y abusos que fueron obligados a cometer por sus superiores, y los periodistas del diario Haaretz, bastión de la conciencia humanista israelí. Resulta en particular emocionante su encuentro con Ilan Pappé, el historiador israelí que documentó la operación de limpieza étnica masiva —que el Estado de Israel llevó a cabo en 1948—, y quien es uno de los mayores defensores de la formación de “un Estado único y binacional, en el que judíos y árabes sean ciudadanos con los mismos derechos y deberes”.

Irmgard Emmelhainz (1977).
Irmgard Emmelhainz (1977).Foto: @LakeVerea / Artists in Presidents, Constance Hockaday, 2021

Vargas Llosa visita con Pappé las ruinas de los pueblos árabes que fueron arrasados por el ejército israelí. Resulta significativo que, sobre ese paisaje de destrucción silenciada, a través de la voz del escritor peruano y del historiador israelí se vislumbre una posibilidad de paz como un acto de justicia hacia los desplazados palestinos y las víctimas de ambos bandos, pero también un acto de pragmatismo, pues sólo el reconocimiento pleno de todos los derechos de palestinos e israelíes por igual permitirá la estabilidad de la región.