"El Cuadro" y otros poemas

Es una de las voces más potentes de la literatura portuguesa actual, como poeta, novelista, traductor y crítico literario. Nacido en el Algarve en 1949, Nuno Júdice se hizo merecedor en 2013 del Premio Reino Sofía de Poesía Iberoamericana, acaso el más importante para ese género en nuestra lengua. Ofrecemos tres poemas de su reciente libro, Uma colheita de silêncios (Una cosecha de silencios), publicado en 2023 en Lisboa por Publicações dom Quixote. Las versiones al español son de la poeta y traductora mexicana Blanca Luz Pulido.

Nuno Júdice
Nuno JúdiceFoto: Especial
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UN PRINCIPIO FILOSÓFICO

No siempre son las sombras las que nos atormentan: 

también las luces, cuando su brillo es excesivo,

nos impiden ver lo que tenemos enfrente. Si

yo quisiera sacar de esto una conclusión, como hacen 

los que piensan en el mundo, diría es en ese equilibrio de sol y de oscuridad que alcanzamos a ver

el camino que tenemos que seguir; pero como no sé

si hay alguna conclusión que pueda ser definitiva,

y como sé también que, en algunas circunstancias,

la verdad es tan cierta como su contrario, prefiero

abstraerme de estas frases que surgen de ninguna parte

y dejar las conclusiones para quien quiera extraerlas. En verdad, 

será también lo mismo que haré cuando, después de

poner el punto final a lo que estoy diciendo, descubra

que mi punto de partida no tiene nada de oscuro,

y que no necesito de ninguna luz para saber que, en verdad, 

los árboles crecen, incluso de noche, cuando el cielo

no les da el sol que necesitan para vivir.

REMORDIMIENTO NOCTURNO

Tú, a quien la noche cedió la más

pura de sus imágenes, y extendiste la mano 

en el vacío para tomar lo que pasara más cerca 

de tus sueños: abre los ojos, yergue

tu cuerpo, busca en lo más recóndito

de ti la palabra que se perdió, en algún

rincón de tu vida, antes de que el musgo

del tiempo la borre.

Tal vez sea sólo un nombre, tal vez

sea el sinónimo del amor que no osaste 

confesar, o la respuesta a la pregunta que

te hicieron y dejaste hundirse en el silencio

para que nada cambiara en tu vida; y

sólo ahora, cuando la noche viene a tu encuentro, 

recuerdas que podía haber sido otra cosa, si hubiera sido otro el camino.

Podía haber sido el azar, una distracción,

un mirar a lo lejos, y de pronto no había nadie 

frente a ti. Ahora, sin embargo, vuelve a extender 

la mano, y toma lo que la noche trae en su vacío, 

sólo para saber, de nuevo, cuál es la palabra que 

no dijiste, el gesto que no tuviste, la mirada 

distraída a cuanto estaba a tu alrededor, como si 

alguna de esas cosas pudiera cambiar tu vida.

EL CUADRO

Aprendo con las manos la gramática de tu cuerpo, 

separando oraciones y dividiendo sílabas. Atravieso 

la conjugación de tus senos, me pierdo en el gerundio 

de tus cabellos, me equivoco, a veces, al enunciar

los verbos. Pero acepto tus correcciones, y regreso

al principio de la frase cuando me dices que tengo 

que regresar a poner acentos y comas, o que me 

equivoqué en los complementos. En efecto, no es 

fácil esta gramática que recorre la lengua

del amor, la única que no necesita

de diccionarios y que, a veces, no necesita

de palabras. “Entonces”, preguntas, “¿para qué sirve 

todo este trabajo?”. Pero cuando te respondo

que todo tiene que hacerse según las reglas,

y que hasta la gramática del amor las tiene,

vas al cuadro y borras todo lo que ahí estaba,

para recomenzar, como si todavía no supiéramos 

cómo se llena el cuadro blanco.