Una deuda en la cultura: visibilidad LGBT+

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Una deuda en la cultura: visibilidad LGBT+
Una deuda en la cultura: visibilidad LGBT+Ilustración: Markus Spiske / unsplash.com
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En el marco del Día del Orgullo, el INEGI publicó los resultados de un esfuerzo sin precedentes para registrar la diversidad en nuestro país.

La Encuesta Nacional sobre Diversidad Sexual y de Género, como se titula este primer ejercicio estadístico sobre la población LGBT+, pone de relieve la realidad de quienes se identifican como parte de esta comunidad, señalando los avances que como sociedad hemos logrado en su reconocimiento, pero también los retos pendientes.

Aunque podría parecer que son temas ajenos al ámbito de la cultura, preocupaciones que deben ocupar a la política pública que vela por los derechos humanos, la inclusión y el bienestar, éstas también son deudas que atraviesan a la cultura y sus instituciones. Finalmente, son las producciones culturales las que representan y, a su vez, dan forma a nuestros imaginarios, otorgando a los recintos donde éstas se producen, conservan y difunden una incidencia directa en la construcción de nuestras sociedades, a través de las narrativas que ahí se reflejan. Por lo tanto, los profesionales de la cultura y los espacios donde sus manifestaciones se promueven deben conocer también lo que cifras como las que esta reciente encuesta nos arrojan para desarrollar un andamiaje institucional que garantice el acceso a la cultura, lo cual sólo puede hacerse desde una perspectiva de inclusión en todos los sentidos.

DE ACUERDO CON LAS CIFRAS DEL INEGI, son cinco millones de personas las que en nuestro país se identifican dentro de la comunidad LGBT+, lo cual representa a uno de cada veinte mexicanos. A pesar de ello, sólo el 4.7 por ciento de los encuestados está en una posición de liderazgo en su lugar de trabajo. La discriminación y la falta de representación que genera en entornos laborales desde luego es un obstáculo que le toca resolver al ámbito de los recursos humanos y especialistas del trabajo, sin embargo, es aquí donde se vuelve muy relevante la visibilidad que desde las instituciones culturales se puede brindar a comunidades que, como la LGBT+, han sido borradas en los discursos de la historia y el arte en múltiples formas.

En el ámbito internacional hay también estudios que comprueban la importancia de la representación. En 2019, la organización GLAAD, enfocada a luchar contra la difamación de la comunidad LGBT+ en Estados Unidos, llevó a cabo una encuesta que demostraba que en ese país ha habido un impacto directo de la presencia de personas de esta comunidad en medios de comunicación y audiovisuales en su aceptación por parte del público que no pertenece a ella o se identifica como heterosexual. A la vez, su reporte informa que el 76 por ciento del público encuestado se siente cómodo con que haya una inclusión de personas LGBT+ tanto en los medios que consume como incluso en la publicidad que en ellos aparece.

El trabajo de GLAAD se ha enfocado en cuestiones de cultura popular y medios masivos, con resultados que sorprenden considerando precisamente que los productos a los que refieren no son considerados cultos, como tampoco las audiencias a las que van dirigidos. Pero, en realidad, lo más sorprendente es que cuando volteamos la mirada hacia lo que sí es etiquetado como alta cultura nos enfrentamos a un panorama mucho menos incluyente. Mientras que en la televisión, el cine e incluso los medios impresos son cada vez más visibles las historias LGBT+, en las instituciones y los recintos artísticos siguen siendo temas marginados —y marginales.

El 76 por ciento del público se siente cómodo con la inclusión de personas LGBT+ tanto en los medios que consume
como incluso en la publicidad

MIENTRAS LOS ESTUDIOS HISTÓRICOS en su mayoría omiten hacer referencias directas a la orientación sexual de los creadores que investigan, los museos, las editoriales e incluso los medios de comunicación especializados difunden su obra sin hacer mención alguna de ello, salvo cuando el propósito es explorar frontalmente este tema desde la perspectiva de los estudios queer o de género.

En cuanto a la historia del arte, que es lo que me toca, siempre me ha parecido absurdo que incluso cuando se exhiben codo a codo obras de artistas LGBT+ que fueron pareja, en muy pocas ocasiones veremos en las cédulas una mención explícita al tipo de relación que sostuvieron. Tampoco aparecen con frecuencia en textos de catálogo o artículos —ni académicos ni de divulgación. En cambio se nos habla de estrechas amistades o colaboraciones intensas. Por contraste, cuando se trata de parejas heterosexuales difícilmente podemos resistirnos a contar todos los sórdidos detalles y chismes de sus encuentros y desamores. “A las figuras gays se les desexualiza para que sean aceptables, respetables”, me dijo alguna vez Ignacio Torres, historiador del arte especializado en los estudios queer del arte mexicano.

Para muchos, la vida personal y la intimidad de estos personajes —muchos de ellos ya históricos en cuanto a su influencia en el quehacer cultural— deben quedar como eso, información personal y resguardada sólo por sus más cercanos. Sin embargo son historias que debemos contar no únicamente porque arrojan luz a su producción, proponiendo nuevas líneas de estudio sino porque, como ya vimos, la representación importa; por un lado, modifica mentalidades, mientras por otro abre caminos y propone posibilidades. Lo mismo sucede cuando hablamos de la visibilización de las mujeres y la inspiración que puede dar a las generaciones de niñas que por primera vez crecen con esos referentes: ver es soñar.

En esta lucha por la representación se juega también la construcción de lugares seguros e incluyentes, meta que toda institución cultural debería priorizar. Son, como lo ha planteado la UNESCO, aliados estratégicos para lograr el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible que ha impulsado la ONU, entre ellos, la reducción de la desigualdad. Por otro lado, son estas instituciones las que deben garantizar el acceso a la cultura, un derecho humano que no debe negársele a nadie, mucho menos a comunidades vulneradas como la LGBT+. Cada vez son más las organizaciones y los recintos, sobre todo museos, que se suman a la celebración de la diversidad cada mes de junio, un esfuerzo que como público no debemos dejar de exigir.