Diversa Cultural
UNA INVITACIÓN CON HUMOR
EN 1944, Alfonso Reyes recibió esta divertida invitación redactada por Octavio G. Barreda, con motivo de la boda de José Luis Martínez que se llevaría a cabo el 30 de septiembre:
JOSÉ LUIS MARTÍNEZ se casa. El acontecimiento es único, comparable sólo a aquel sonado e increíble matrimonio de Lord Byron, al que asistieron los cuatrocientos veintitrés poetas de Inglaterra. No podemos, pues, menos de reunirnos y festejar los desposorios de nuestro indiano Brummel. El sábado treinta de septiembre, a las tres de la tarde, en el Majestic, ahí estaremos, y usted seguramente con nosotros. Entre los concurrentes, se cuentan Alfonso Reyes, Jaime Torres Bodet y Jorge Luis Borges, invitado especialmente.
Adhesiones, ya en cartera, de Huxley (Aldous), T. S. Eliot y Virginia Ocampo.
(Corbata obligatoria. No se permitirá la entrada a las enamoradas de J.L.M.)
R.S.V.P.
Alfonso Reyes-José Luis Martínez, Una amistad literaria. Correspondencia, 1942-1959, (edición Rodrigo Martínez Baracs y Ma. Guadalupe Ramírez Delira, FCE, 2018).
ESTÚPIDOS AFECTIVOS
Todo eso de que uno vive en sus hijos, o en sus obras, o en el universo, son vagas elucubraciones con que sólo se satisfacen los que padecen de estupidez afectiva, que pueden ser, por lo demás, personas de una cierta eminencia cerebral. Porque puede uno tener un gran talento, lo que llamamos un gran talento, y ser un estúpido del sentimiento y hasta un imbécil moral. […]
Estos estúpidos afectivos con talento suelen decir que no sirve querer zahondar en lo inconocible ni dar coces contra el aguijón. Es como si se le dijera a uno a quien le han tenido que amputar una pierna, que de nada le sirve pensar en ello. Y a todos nos falta algo; sólo que unos lo sienten y otros no. O hacen como que no lo sienten, y entonces son unos hipócritas.
Un pedante que vio a Solón llorar la muerte de un hijo, le dijo: “¿Para qué lloras así, si eso de nada sirve?” Y el sabio le respondió: “Por eso precisamente, porque no sirve”. Claro está que el llorar sirve de algo, aunque no sea más que de desahogo; pero bien se ve el profundo sentido de la respuesta de Solón al impertinente. Y estoy convencido de que resolveríamos muchas cosas si saliendo todos a la calle, y poniendo a luz nuestras penas, que acaso resultas en una sola pena común, nos pusiéramos en común a llorarlas y a dar gritos al cielo y a llamar a Dios. Aunque no nos oyese, que sí nos oiría. […] No basta curar la peste, hay que saber llorarla. ¡Sí, hay que saber llorar! Y acaso esta es la sabiduría suprema. ¿Para qué? Preguntádselo a Solón.
Miguel de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida, Renacimiento / Sociedad Anónima Editorial, Madrid, 1930.
PEQUEÑAS RENDIJAS INIMAGINABLES
Cuando sus amigos le preguntaban alguna vez cuántas mujeres había tenido en su vida, respondía con evasivas y si insistían decía: “Pueden haber sido unas doscientas”. Algunos envidiosos afirmaban que exageraba. Él se defendía: “No es tanto. Tengo relaciones con las mujeres desde hace unos veinticinco años. Dividid doscientos por veinticinco. Os saldrán unas ocho mujeres por año. No creo que eso sea tanto”. […]
¿Qué buscaba en ellas? ¿Qué era lo que le llevaba hacia ellas? ¿No es el acto amoroso la eterna repetición de lo mismo? No. Siempre queda un pequeño porcentaje inimaginable. Claro que, cuando veía a una mujer vestida, era capaz de imaginarse aproximadamente qué aspecto iba a tener desnuda (en este sentido su experiencia como médico complementaba su experiencia como amante), pero entre lo aproximado de la imagen y la precisión de la realidad quedaba la pequeña rendija de lo inimaginable que le intranquilizaba. Además, la persecución de lo inimaginable no termina con el descubrimiento de la desnudez, sino que continúa más allá: ¿cómo se comportará cuando la desnude?, ¿qué dirá cuando le haga el amor?, ¿en qué tonos sonarán sus suspiros?, ¿qué muecas tendrá grabadas en la cara en el momento del placer?
[Tomás] No está obsesionado por las mujeres, está obsesionado por lo que hay en cada una de ellas de inimaginable, en otras palabras, está obsesionado por esa millonésima diferencial que distingue a una mujer de las demás mujeres.
Por supuesto podemos preguntarnos, con toda razón, por qué buscaba esa millonésima diferencial precisamente en el sexo. […] la millonésima diferencial está presente en todos los campos de la vida humana, sólo que en todos los demás está a los ojos del público, no es necesario descubrirla, no hace falta el escalpelo. […] Únicamente en la sexualidad la millonésima diferencial aparece como algo extraordinario, porque no está al alcance del público y es necesario conquistarla.
Milan Kundera, La insoportable levedad del ser, trad. Fernando Valenzuela, Tusquets, México, 2002.
SHAKESPEARE EN JUEGO DE TRONOS
Aparte de la violencia, representada con complacencia, están el sexo y una desnudez a veces frontal que—lo menos que podría decirse — no son frecuentes en la cultura puritana estadunidense. Un sexo que, de nuevo, se complace en violar todos los tabús, sin caer jamás—la censura vela por ello — en la pornografía. En Juego de tronos, se está mucho más cerca del erotismo discreto, de películas como Emmanuelle que de Nymphomaniac, de Lars von Trier.
También estamos, por supuesto —referencia cultural ineludible sin la que no se puede entender nada— en el universo de Shakespeare. No en el de Como gustéis o el de Sueño de una noche de verano, sino en el Shakespeare de Hamlet y Macbeth, el del “ruido y la furia” que, demasiado a menudo, cae en el Shakespeare de “la sangre y el horror”, el de Tito Andrónico. El Shakespeare al que se hace más referencia en Juego de tronos, es el de las obras históricas, de Enrique V, que reúne a sus tropas antes de la batalla de Azincourt en 1415 (y da a Shakespeare la oportunidad de escribir uno de sus monólogos más bellos y famosos), hasta Ricardo III, quien, en la batalla de Bosworth, busca desesperadamente salvar la vida ofreciendo su “reino por un caballo”.
Mezclando así con habilidad a Tolkien y a Shakespeare, las referencias bíblicas y las de la Antigüedad—como el sacrificio de los propios hijos — así como alusiones cada vez menos alejadas de la actualidad, sin olvidar una clarísima voluntad de apelar a los instintos menos nobles del ser humano, Juego de tronos consigue crear un universo bárbaro e hipnótico, que logra cautivar a un público muy amplio.
Dominique Moïsi, Geopolítica de las series o el triunfo global del miedo, trad. Silvia Moreno Parrado, Errata Naturae, 2017.
LA RISA
Existen varias teorías sobre la risa. La más elaborada es la que propuso Henri Bergson en su libro La risa (1900). La sociedad, por la perfección de su organización está amenazada de esclerosis. Los gestos que nos enseña e impone corren el peligro de acabar siendo mecánicos. Nuestra sociedad sufre la amenaza de parecerse a un hormiguero o a una colmena. Conviene velar para que la espontaneidad de la vida y la agilidad en la adaptación a nuevas situaciones queden preservadas. Para eso sirve la risa. Mediante la risa, cada miembro de la sociedad es invitado a castigar a cualquier otro miembro al que sorprenda en flagrante delito de conducta mecánica. Por ejemplo, un robot avanzando por una acera tiene muchas probabilidades de chocar con una farola. Eso no será ningún motivo de risa. Pero un hombre que choca con una farola porque anda sumido en la lectura del periódico suscita la risa: se ha comportado como un robot y merece la humillación de la risa de los testigos. Lo cómico surge cada vez que lo mecánico se adhiere a lo vivo.
Michel Tournier, El espejo de las ideas, trad. Lluis Maria Todó, Acantilado, 2000.
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