Duna. Segunda parte, de Denis Villeneuve

Filo luminoso

Duna. Segunda parte, de Denis Villeneuve
Duna. Segunda parte, de Denis VilleneuveFuente: Warner Bros. Pictures
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Hace casi dos años y medio Denis Villeneuve estrenó la primera parte de Duna (2021), una cinta espectacular y mesurada que servía como fastuosa presentación del duniverso, un entorno familiar y desconocido creado por Frank Herbert en 1965, al combinar sus intereses como periodista en materia de ecología (inspirado por el avance de las dunas de arena que amenazan devorar la tierra fértil), la geopolítica del Medio Oriente y el Magreb a partir del periodo entreguerras y su fascinación con los hongos, especialmente los alucinógenos. Villeneuve decidió, por un lado, mantenerse relativamente fiel a la historia y, por otro, dividirla en dos películas para evitar las trampas y peligros puestos en evidencia por la adaptación de David Lynch en 1984, una cinta enfebrecida y sobresaturada que se ha vuelto un filme de culto, así como por la miniserie chata y predecible de John Harrison (2000), y el delirio de catorce horas de adaptación libre de Alejandro Jodorowsky que nunca llegó al proceso de producción pero algunos enterados consideraron la mejor película jamás filmada. Frank Pavich dirigió un documental en 2013 sobre esta fatídica, desproporcionada y frustrada aventura que involucraba a Orson Welles, Mick Jagger, Pink Floyd, Magma, Salvador Dalí, David Carradine, H.R. Giger, Moebius y un Brontis Jodorowsky de 12 años.

Duna parece inicialmente una épica de intrigas palaciegas, mitología exótica y el lugar común del Elegido que salva a un pueblo oprimido. Sin embargo, es mucho más compleja y contemporánea, ya que es una épica magna que fusiona ecocidio, extractivismo (la especia como una fusión del petróleo y las esporas de psilocibina), genocidio, fanatismo, fascismo y colonialismo, asuntos relevantes para la política ocho milenios en el futuro, cuando diferentes clanes humanos se extienden por el universo. Asimismo, más que un regodeo con las paradojas de las religiones antiguas, es una reflexión sobre la creación, propagación, adoctrinamiento y manipulación de los pueblos al implantar creencias y controlarlos mediante la invención de profecías que se cumplirán eventualmente.

Duna parece inicialmente una épica de intrigas palaciegas, mitología exótica y el lugar común del Elegido
que salva a un pueblo oprimido

LA PRIMERA PARTE ARRANCA con la historia de la trampa de que es víctima la casa Atrides al recibir “Un regalo que no es un regalo”: el control del hostil planeta desértico Arrakis, la única fuente de producción de la preciosa especia que provoca sueños alucinantes y es indispensable para navegar por el espacio. El final abrupto llega con el golpe mortal que dan los Harkonnen a la recién instalada administración del barón Leto Atreides (Oscar Isaac), la cual trataba de colaborar con los nativos fremen. La Segunda parte inicia con la incineración de pilas de cadáveres de soldados y personal de aquella casa que al ganar poder se había vuelto una amenaza para el emperador Shaddam IV (Christopher Walken), como escribe su propia hija, la princesa Irulan (Florence Pugh). Entre los sobrevivientes están Paul Atreides (Timothée Chalamet) y su madre, Jessica (Rebecca Ferguson) a quienes los fremen rescatan a regañadientes. Ahí Paul encuentra a Chani (Zendaya), literalmente la mujer de sus sueños.

Villeneuve no sabía si lograría filmar la continuación, pero todo cayó en su lugar. Si bien le bastaba repetir el modelo, Villeneuve coescribió la secuela con Jon Spaihts, necesitaba mucho más que una continuación. De tal manera, creó una cinta con un impacto sensorial, emocional e intelectual que rebasa las expectativas dejadas por la primera parte. No hay un solo aspecto descuidado en este prodigio que muestra la poesía del desierto, en clara evocación a Lawrence de Arabia de David Lean (1962), en la fotografía de Greig Fraser. Esas imágenes radiantes y cegadoras contrastan con las dramáticas secuencias filmadas en blanco y negro en Giedi Prime, el planeta de los Harkonnen. La música solemne de Hans Zimmer, por su parte, compite con la ironía, cinismo y nihilismo del texto.

AQUÍ ESTÁN DE VUELTA los elementos norafricanos y árabes que inspiraron a Herbert y que en la Primera parte, así como en las otras adaptaciones, quedaron diluidos o ignorados. La estética está dominada por numerosos elementos tomados de esas culturas, desde los ritmos y sonidos que evocan al folclor árabe y ululaciones de la pista sonora hasta un extenso vocabulario que incluye palabras como shai hulud y mahdi. Herbert fue un estudioso de diversas religiones (sunita, shiíta, sufí) y culturas (no únicamente árabes sino persas y turcas también) y de la historia del Medio Oriente. Así que de una manera bastante exhaustiva integró estos elementos de forma directa, sin adulterarlos. También empleó datos de la lucha árabe en contra del imperio otomano (Arrakis–Irak es una visión del Medio Oriente como botín de las potencias occidentales en el periodo de entreguerras), basándose en el libro de T.E. Lawrence, Los siete pilares de la sabiduría, y también consideró la guerra de independencia argelina contra Francia, las estrategias de los bereberes y de los yemenitas, entre otros. No empleó esas influencias desde una perspectiva acrítica, superficial o exotista y tuvo la sabiduría de no caer en el clásico absurdo de que su héroe fuera un redentor blanco, un salvador occidental. Herbert muestra cómo los colonizadores, ya sean los despiadados y crueles Harkonnen (quienes después de eliminar a sus rivales desean exterminar a los fremen) o los más tolerantes y comprensivos Atreides, en esencia representan lo mismo para los nativos (no es coincidencia que ambos están vinculados por la sangre, la historia, la ambición y los compromisos).

Las señales de que Paul es el elegido parecen multiplicarse al mismo tiempo en que aumenta el escepticismo de Chani: “¿Quieres controlar a la gente, diles que viene un mesías?” Es ella quien se convierte en el eje moral y espíritu crítico de su pueblo al entender las consecuencias del poder sin limitaciones que va a adquirir Paul, quien no tarda en traicionarla.

En esta Segunda parte se hace patente la pesada herencia del pesimismo político de la obra al mostrar que el heroísmo y el carisma se transforman en trágicas condenas sociales. La cinta cambia notablemente de ritmo en la última parte, donde se acelera el desarrollo de los acontecimientos y se introducen elementos que anticipan lo que viene en el siguiente libro, Mesías. Lejos de ser un blockbuster de acción más, esta es una tragedia shakespeariana que entre otras cosas da la oportunidad a los representantes de una nueva generación de estrellas hollywoodenses de mostrar su verdadero talento.