El capitalismo de las imágenes

El capitalismo de las imágenes
Por:
  • miguel angel morales

Los incendios masivos en Australia, el derretimiento de los casquetes polares, las protestas políticas en Chile, Hong Kong y Francia, el juicio a Harvey Weinstein, las marchas feministas, Greta Thunberg en la ONU, la primera fotografía de un agujero negro, las caravanas migrantes, los memes de gatos. ¿Qué imagen define la actualidad? Sin dudar, Joan Fontcuberta (Barcelona, 1955) responde: “En estos momentos, el coronavirus. No hay más”. Estamos a 2 de marzo y aún el pánico no se extiende por el mundo. Las panorámicas vacías de la Plaza de San Pedro y Times Square harán su aparición más tarde; también las imágenes del Vive Latino reuniendo a miles de personas. Ahora existe una calma sospechosa.

Durante cuatro décadas, Fontcuberta se ha preguntado sobre el poder de las imágenes. Sus investigaciones le han valido reconocimientos importantes, como el Premio Internacional de Fotografía Hasselblad 2013, considerado el Nobel de la Fotografía. El catalán se encuentra en la Ciudad de México para hablar de su exposición titulada Mictlán, que reimagina archivos fotográficos antiguos de Pachuca, Mérida, Puebla y la capital del país. Incluye momentos de la Revolución Mexicana, de figuras públicas (Emiliano Zapata), escenas de la vida social (fusilamientos) y familiar (bodas y bautizos). Más que un rescate, Fontcuberta genera un diálogo con fantasmas que parecen estar perdidos en el tiempo y reclaman una nueva vida.

Vivimos en el imperio de las imágenes. ¿De qué manera reconfiguran cómo percibimos la realidad? A diario se suben más de 700 millones de fotos a Facebook y otras tantas a Instagram. Los conciertos se llenan de celulares que registran cada segundo. Hoy, mientras la circulación de imágenes ya no depende de una técnica maestra, el catalán cuestiona las condiciones que nos han llevado a esta proliferación continua.

El tiempo es limitado: Fontcuberta me otorga unos minutos porque lleva toda la mañana sintiéndose mal, razón por la cual canceló anteriores entrevistas. Elijo mis preguntas.

Se han producido cambios tecnológicos e ideológicos que cuestionan dos atributos tradicionales de la fotografía: la verdad y la memoria. ¿Cómo funcionan hoy esas dos nociones?

La verdad y la memoria forman parte del andamiaje ideológico del siglo XIX, es decir, cuando la fotografía nace se impregna de esos principios. La cuestión es: ¿una mirada del siglo XIX sigue siendo vigente en el XXI? La respuesta sería que el tipo de imágenes que necesitamos debe acomodarse a una nueva realidad, que pasa por una revisión de los conceptos de verdad y memoria. Los medios, la comunicación de masas y la cultura actual ofrecen matices mucho más sofisticados. Además vivimos en el embate de la posverdad, de las fake news, de los hechos alternativos que cuestionan la noción tradicional de verdad. Por tanto, las imágenes ya no se presentan como baluartes de verdad y memoria, sino como agentes que plasman acríticamente tales conceptos.

Las redes sociales configuran una metamemoria. Todos los individuos contribuimos a alimentar un determinado imaginario, con sus espacios de libertad e interdictos. No coleccionamos imágenes sino documentos: carpetas, videos, pedazos del mundo...

Es que la imagen ya no se interrelaciona con nosotros como una mediación de nuestra experiencia con los demás, sino que constituye un paisaje en el que estamos asentados. Nosotros vivimos en las imágenes. Son una suerte de magma de la realidad en la que hemos de movernos. Formatean nuestro pensamiento, nuestros deseos y opiniones. Hoy todo pasa por lo visual: la política, la comunicación, las relaciones interpersonales, el juego, la profesión, la economía. El problema es hasta qué punto seremos capaces de contener esa avalancha, porque en general el alud de imágenes favorece el consumo, pertenece a lo que podríamos llamar el capitalismo de las imágenes.

No todas tienen el mismo valor: algunas pueden resultar emancipadoras, de resistencia, frente a otras que pretenden nuestra sumisión, doblegar nuestra condición crítica. Hay que plantear actitudes reflexivas pero beligerantes.

Ha mencionado que su trabajo es poner a prueba al espectador. ¿Qué pasa cuando éste ya no quiere probarse nada?

Existe un espectador pasivo y uno emancipado, apunta Jacques Rancière. Mi trabajo es poner a prueba tanto la fotografía como al espectador, porque el valor de la imagen se establece en función de su contrato social con el público.

¿Cómo ha cambiado la relación con lo visual en los últimos años? Ha comentado que su padre veía fotografías como un criterio de verdad y la generación de usted las cuestionó, mientras su hija las acepta.

Varias razones modifican lo que está pasando. Creo que lo fundamental está en la masificación visual que padecemos hoy. Antes las imágenes eran un bien, una mercancía prestigiada. Sólo unas minorías, como los aristócratas o el clero, podían encargarlas para las catedrales o los palacios.

Hoy todos las consumimos y producimos. No implican ningún costo y tampoco se requiere una competencia técnica. Antes había profesionales o artistas con una pericia en el dominio del lenguaje fotográfico; actualmente es algo banal. Esto genera una relación distinta, más lineal, con las fotografías. Ya no las reservamos para momentos, digamos, solemnes —como celebraciones o hechos históricos—, sino que forman parte de cualquier hecho cotidiano.

Cuando surgió la fotografía, en el siglo XIX, se dijo que iba a ser el fin de la pintura. No fue así. Desde hace tiempo se piensa en la muerte del fotógrafo como la figura icónica que tomaba imágenes imposibles, proezas captadas en el momento indicado. En la época de Instagram vemos las mismas imágenes en los mismos lugares, aunque tomadas por millones de usuarios. ¿Lo imposible y la diferencia han perdido?

Los algoritmos y la inteligencia artificial empiezan a preponderar sobre el ojo y la cámara a la hora de construir una cultura visual. La masificación en la que casi nos ahogamos no hace sino suministrar material del que los algoritmos aprenden. Entonces podremos pedir a los algoritmos que generen singularidad o que generen redundancia.

En su libro La ubicuidad de la imagen usted sentencia algo que en aquel lejano 2008 apenas asomaba: “Hasta la era industrial nosotros explotábamos las imágenes; en la era postindustrial las imágenes nos explotan a nosotros: imponen modos de conducta, condicionan experiencias y puntos de vista, usurpan nuestra personalidad”. Noto que puedo perder hasta un par de horas antes de dormir sin hacer más que revisar mi celular. ¿Hay una forma de acceder a la información y las imágenes sin que exista un consumo y, por ende, un beneficio al capital?

¿Es posible salir de la Matrix o enfrentarse a ella? Neo lo consiguió. ¿Huir del capitalismo de las imágenes? Sí, lo creo posible. Se trata de encauzar estrategias de resistencia.