El humor en Amado Nervo

El humor en Amado Nervo
Por:
  • Mary Carmen Sanchez Ambriz

Cuando se menciona la presencia de Amado Nervo en la literatura mexicana, de inmediato se piensa en poesía y narrativa (cuentos y novela corta), pero suele dejarse fuera una de sus facetas más interesantes: la de periodista. ¿Cuántas veces pensamos que la obra de Nervo es sinónimo de solemnidad y golpes de pecho, considerando su apego a la religión cristiana? Nervo frecuentó el artículo breve, a caballo entre la crónica y el ensayo, con desenfado, lucidez e ironía, con la precisión de una prosa que inhala impaciencia y exhala situaciones inesperadas de la vida cotidiana. Miradas de complicidad, recovecos de la memoria en donde las palabras funcionan como principio generador de inquietantes monólogos. El tipo de ensayo que practica parte de una introspección para cumplir fielmente con su propósito: (d)escribe, (ad)vierte, (re)cuenta. Hay un aspecto inseparable del ensayo y Nervo lo sabe: la hibridez, la interrelación de otros elementos para la afirmación de su especie.

Atrapados por el entusiasmo y las habilidades ensayísticas de Nervo, somos testigos de la buena salud que gozaba el periodismo del siglo XIX, que también contó entre sus filas a Joaquín Fernández de Lizardi, Ignacio Manuel Altamirano, Ignacio Ramírez, Justo Sierra y Manuel Gutiérrez Nájera (éste último más cercano a los años en que el autor nayarita ejerció el diarismo como una forma de vida).

¿En qué se diferencian Nájera y Nervo? Aunque ambos viven del periodismo, Nájera lamenta que este oficio lo aleje de la literatura, del tiempo que podría dedicar a la poesía. En uno de sus textos confiesa que ha dilapidado sus dones en la velocidad de las colaboraciones periodísticas, quizá porque tenía la firme convicción de que “el periodista crea para el olvido”. Nervo, en cambio, no dispara reproches al oficio de periodista, porque gracias a esa oportunidad puede vivir de la escritura, viajar, conocer Europa y otras maneras de abordar la literatura. Mientras que en Gutiérrez Nájera el periodismo es una especie de ancla que trae consigo un sacrificio, en Nervo se convierte en una puerta que le abre otros ámbitos y, por consiguiente, no se queja.

El narrador solía firmar sus textos periodísticos con el nombre de Rip-Rip, en homenaje a un cuento de Gutiérrez Nájera con ese título. Aseguraba que para escribir un artículo no se necesita más que un asunto porque “lo demás... es lo de menos”. Gustavo Jiménez Aguirre, especialista de la obra de Nervo e investigador del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, reconoce que sólo Amado Nervo y Gutiérrez Nájera en la crónica, y algunos textos periodísticos de Vicente Riva Palacio, logran transmitir sentido del humor, inusual en la literatura del siglo XIX.

Carlos Monsiváis, lector voraz de la literatura y el periodismo el siglo XIX, advierte que Gutiérrez Nájera creía que desde los periódicos se podía educar a la población, relacionarla con la literatura, el teatro y la cultura en general. En ese sentido, el periodismo se presenta como un camino para llegar a una sociedad imbuida por las prisas y ligada al analfabetismo. La crónica es más que una herramienta informativa, pues cumple una función didáctica para quienes no tienen tiempo de leer otras cosas. Así lo veía Gutiérrez Nájera, que tomaba muy en serio su papel en el periodismo de aquellos años.

Rafael Pérez Gay, otro atento lector y antologador de Gutiérrez Nájera, recuerda:

Una noche de junio de 1893, Manuel Gutiérrez Nájera y Carlos Díaz Dufoo inventaron el periodismo cultural mexicano mientras caminaban por la calle oscura de Escalerilla. El director del Partido Liberal les ofreció a los escritores la edición del periódico del día domingo. Así surgió el primer suplemento literario de México: Revista Azul, ni más ni menos. (http://www.nexos.com.mx/?p=14530)

En México: 200 años de periodismo cultural (Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 2012), Humberto Musacchio consigna que

si la Revista Azul es el órgano del decadentismo, la Revista Moderna (editada por Amado Nervo), será beneficio, homenaje y despedida de esa corriente, de ese ambiente que comprende el simbolismo y el modernismo (p. 22).

Musacchio cita un elogio que Nervo hace de José Juan Tablada,

el interlocutor del modernismo en México y no del pseudomodernismo ininteligible y cursilón en que se ahogan infinidad de poetas hueros de la República que lo desacreditan de puro imbéciles (ibid.).

Mirar a México y algunos países de Europa a través de los ojos de Nervo es una experiencia grata y enriquecedora, que sirve para tomarle el pulso al sentido crítico del escritor. Habría que recordar que Nervo opta por tomar la bandera del modernismo, corriente heterodoxa de renovación, anticonformista. Cuando tenía 29 años, en 1900, fue enviado como corresponsal en París del periódico El Imparcial, donde residió durante dos años, entabló amistad y se relacionó con escritores modernistas como Rubén Darío, Catulle Mendès, Jan Moréas, Guillermo Valencia, Leopoldo Lugones y Oscar Wilde, por mencionar algunos. En ese momento, Wilde era conocido como defensor del arte por el arte, creador de diálogos intensos y cargados de ironía, que derivaron en feroces críticas por parte de los sectores conservadores cuando fue condenado por su preferencia sexual.

No resulta aventurado pensar que Nervo conoció la obra de escritores herederos de la mejor tradición del ensayo inglés, como Samuel  Johnson, Charles Lamb, Thomas de Quincey, Jonathan Swift o Samuel T. Coleridge. Además frecuentó a los autores de la Generación del 98 y, en particular, a un estupendo ensayista, Miguel de Unamuno, con quien sostuvo una relación epistolar, de admiración mutua y amistad cordial.

"Imagino la carcajada de Monsiváis cuando leyó por primera vez estos entresijos que van hacia la esencia misma de la fotografía, la cual consiste en capturar el alma".

PEQUEÑOS MILAGROS LITERARIOS

Las cosas que parecen pequeñas o insignificantes adquieren otro valor al ser nombradas por Nervo: un bastón, un piano y hasta un estudio fotográfico donde se practica una especie de espiritismo, pues los clientes deben mencionar el nombre de algún familiar que se encuentre en el más allá antes de que el fotógrafo oprima el obturador, y en ese momento ocurre lo que podría llamarse magia. Resulta inevitable no reír ante un autor del siglo XIX mexicano que así practica el sentido del humor. El texto se llama “Fotografía espírita” y está incluido en una antología de Cuentos y crónicas de Amado Nervo (UNAM, México, 2015). Añadir a una sesión fotográfica el espíritu de un familiar no es cualquier cosa, menos aun si se le pide al hombre que será retratado que recuerde a su madre; no a la del fotógrafo, por supuesto. Nervo elabora un texto cercano a la comedia de enredos, cuyo fin es atrapar espíritus de antepasados. La sutileza de la prosa, la ocurrencia de la anécdota y el suspenso de lo que está a punto de suceder tienen al lector en el filo de la butaca. Imagino la carcajada de Monsiváis cuando leyó por primera vez estos entresijos que van hacia la esencia misma de la fotografía, la cual consiste en capturar el alma de las personas.

Nervo confecciona una notable disertación acerca del bastón y resulta inevitable no pensar en lo que en su momento escribió Robert Louis Stevenson sobre los paraguas, recopilado en Memoria para el olvido (edición de Alberto Manguel, Fondo de Cultura Económica/Siruela, México, 2008). Para contarnos el mundo, tanto Nervo como Stevenson se basan en su propia experiencia como punto de partida para ilustrar una idea o empezar a tejer una madeja de hilos y conexiones, de un modo sutil y ameno, lúcido y práctico. Son autores que, aunque no llegaron a conocerse (acaso tampoco a leerse) coinciden en la manera en que desarrollan textos breves, misceláneos; comparten el amor por las palabras, la ironía devastadora, la claridad en las ideas, el equilibrio entre el tono personal y anecdótico. Cuando se publicaron estos ensayos de Stevenson se les definió como un conjunto de pequeños milagros literarios y, sin duda, a esa estirpe pertenecen los textos de Nervo:

Los paraguas, como los rostros, adquieren cierta correspondencia con el individuo que los lleva: de hecho, son mucho más susceptibles de traicionar su confianza, ya que, mientras que hasta ahora el rostro nos lo dan hecho y todo nuestro poder sobre él se encuentra en torcer el gesto y en reír y hacer muecas, durante las primeras tres o cuatro décadas de vida, cada paraguas es elegido entre todos los de la tienda como el que más se adecua al temperamento del comprador —apunta Stevenson. (Memoria para el olvido, op. cit., p. 295).

En otras latitudes, una noche se le ocurre a Nervo entrevistar a su bastón sobre su pasado y llega a las siguientes conclusiones:

Las cosas sin alma están más cerca de la naturaleza que nosotros, los perpetuamente aturdidos con la barbulla mundanal, y tienen la ruda sinceridad de los seres primitivos no encadenados a la infame forma social: antifaz hipócrita de todos los propósitos nefandos, de todos los intentos torcidos.

Mi bastón sabe mucho.

Fue rama de una encina milenaria que el rayo jamás pudo abatir. [...] Presenció la maravillosa hazaña de aquel paladín, denominado Machuca porque, rota ya su lanza en la batalla, desgajó una poderosa rama de una encina que crecía frente a aquélla, y con tan tosca arma machucó enemigos a granel. (Cuentos y crónicas de Amado Nervo, op. cit., p. 72).

MAYUSCULISMO Y TECNOLOGÍA

Amado Nervo se muestra casi obsesionado con la ortografía, al grado de proponer que se cobre un impuesto que "enriquecería al erario", más aún si se aplicara a "las cartas amorosas". En varias ocasiones demuestra preocupación porque las personas escriban de manera correcta, pero en particular las mujeres. “¿Han visto ustedes en México una mujer que escriba con ortografía? Indudablemente que no”, responde el poeta nayarita (ibid., p. 86). Hasta para arrojar su reclamo posee ingenio:

La sabia ahorca una felicidad con la soga de una S, y la ignorante desmiembra a un hombre con la supresión de una hache (ibid., p. 87).

Casi con bata blanca y estetoscopio en mano, Nervo diagnostica una enfermedad que ha detectado en algunos de sus amigos: el mayusculismo, “la tendencia a escribir con mayúscula una infinidad de palabras que no la necesitan” (ibid., p. 69). A medida que se avanza en la lectura es posible darse cuenta del disgusto que le inspira y de su crítica sutil:

Mi amigo adolece de la enfermedad en grado tal que mutila, por ejemplo, la mayúscula a los nombres propios de personas —que, según él, no merecen tener individualidad— y mayusculiza, en cambio, nombres de cosas que quizá no requieran tamaño honor.

Escribe, por ejemplo, a su criado:

“paco, mándame las Cartas que hayan llegado para Mí”.

Porque dice que Paco se llama cualquiera, mientras que cada carta es un ramillete de ideas, de afectos, de deseos; es un alma; es el pensamiento de un amigo en la blanca ánfora de un sobre... (ibid., p. 71).

¿Qué diría Nervo de la forma en que se escriben mensajes de texto en los teléfonos celulares? Seguramente también estaría en contra del mayusculismo, pues ya se habría dado cuenta que no se requiere de levantar la voz para que el mensaje llegue a su destino de manera eficaz. Y, por supuesto, ya se hubiera percatado de que las vicisitudes ortográficas no incluyen sólo al género femenino, sino que hay equidad al respecto.

Sin duda, una frase de Nervo se vuelve muy actual y certera, en relación con el padecimiento que describe: “La congestión mental de mayúsculas todavía no está estudiada y da pie con raya a todas las psicosis modernas” (ibid., p. 71). Y, a propósito de la escritura, queda a la vista la faceta de Nervo como visionario de un tipo de tecnología que en sus ensayos aún es ficción, pero que hoy es una realidad. “Entonces vendrá, acaso, el periódico hecho de caracteres eléctricos, que aparecen en una placa a la vista del abonado” (ibid., p. 129). Esto lo imagina en 1896 y es una premonición del mundo actual, cuando desde una tableta o cualquier celular inteligente podemos consultar un diario con caracteres electrónicos.

Ayer, 24 de mayo, se cumplieron cien años sin Amado Nervo. Por su parte, el poeta y ensayista Manuel Durán, en el prólogo a Cuentos y crónicas de Amado Nervo, da cuenta de ese peculiar estilo irónico, ágil y antisentimental:

No hay que olvidar que más de las tres cuartas partes de la obra de Nervo es prosa, y que la prosa de Nervo —ligera, burlona, inquieta, curiosa, sencilla, incisiva— se cuenta entre lo mejor de la prosa escrita en castellano hacia aquellos años.