Emociones y supervivencia

La pandemia ha trastocado no sólo el mundo tangible —reuniones sociales, trabajo, entretenimiento,
transporte, por mencionar algunos ámbitos—; además puso en jaque la vida de piel adentro,
tanto las emociones como nuestra forma de gestionarlas. En muchos casos el miedo y la necedad han tomado
la delantera, junto con la postura según la cual el coronavirus es un invento político. Como este ensayo
plantea, desarrollar la inteligencia emocional representa una medida apremiante en el contexto que nos ha tocado vivir.

Emociones y supervivencia
Emociones y supervivenciaFuente: aconsciousrethink.com
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El encierro nos ha colocado frente a diversos escenarios emocionales que obligan a un análisis introspectivo y grupal. Los espacios que se han convertido en nuestra fortaleza aséptica no necesariamente brindan el soporte emocional que las circunstancias demandan. Las personas con quienes estamos confinados también han cambiado, conforme transitan por emociones que les afectan.

Las distracciones de la vida antes del Covid-19 eran tantas que pasábamos de largo el escrutinio de nuestra respuesta a la diversidad emocional que conformaba nuestro día. Tal vez escogíamos un conjunto menor de emociones y sobre ellas operábamos nuestras alegrías, tristezas, deseos y, por qué no, nuestra propia victimización. Conforme ese coctel tendía a uno de sus costados éramos capaces de afirmarnos como deprimidos o alegres, pesimistas u optimistas.

La pandemia nos ha atrapado como país sin un sistema educativo público ni privado robusto. La narrativa científica indispensable para explicar lo que ocurre y los cuidados sanitarios obligados ante el patógeno que nos amenaza no logran permear en una población que parece evadir lo que se le explica, que niega el discurso científico —por falta de entrenamiento mental—, las licencias de incertidumbre, de probabilidad e improbabilidad de supuestos, que le son necesarias para transmitir su mensaje. Todo apoyo a esa evasión es recibido con beneplácito por parte de nuestra ignorancia. ¡No le hagan caso a este fulano! ¡Que no socaven nuestra libertad, salgamos ya! ¡El coronavirus no existe!, y afirmaciones similares alimentan la pasión de nuestro desconocimiento.

CUANDO DEBE AFLORAR la inteligencia emocional de grupo —elemento fundamental que permite a sociedades con sistemas educativos robustos trazar la ruta de la supervivencia—, nosotros nos refugiamos en satisfacciones vulgares, en bajezas que se alimentan del escándalo por medio de un hashtag o un meme. Esta vulgaridad absorbe lo poco que nos resta de agudeza mental.

El miedo es la emoción protagónica del confinamiento, que se instrumenta desde la política, la economía y la ciencia, para provocar en nosotros reacciones apasionadas, desesperadas, alteradas. Somos conejillos de Indias de la mercadotecnia alrededor de un virus. Nos (y cuando digo nos me refiero a gobernantes, científicos, participantes en redes sociales) han hecho comprar desesperadamente papel de baño o anhelar tal o cual fármaco como medida de salvación, nos han preocupado por no existir ventiladores suficientes en el planeta, nos han invitado a darnos buches de cloro, nos han hecho ir y venir sobre el uso de un simple tapabocas al ser nosotros mismos incapaces de concluir si usarlo o no.

A todas esas emociones instrumentales, la mayoría ha dicho . Hemos llegado de nuevo a la caverna de Platón, las llamas de su fuego nos reconfortan. Las emociones básicas que podemos manejar están ahí dentro, al alcance de nuestra abatida inteligencia. No cabe duda que ha habido un retroceso evolutivo en cuanto a los estándares de inteligencia de la raza humana. El virus nos ha vencido con creces aun cuando llegáramos a encontrar una vacuna o cura.

Las emociones básicas que podemos manejar están ahí dentro, al alcance de nuestra abatida inteligencia

CUANDO NUESTRA PAREJA o hijos nos saturan dentro del encierro, ¿qué dicta la inteligencia emocional, construida a lo largo de años? ¿Cómo manejamos la frustración? ¿Qué tanto nos controlamos? ¿Cuánto necesitamos ganar a toda costa una discusión en pleno encierro? ¿Nos llevará a algo, más allá de liberar nuestra ira? La generación actual de padres jóvenes, con una alta probabilidad de estar ya divorciados, ha provocado un cambio de valores en cuanto a la autoridad (hoy el hijo manda por encima del otrora imperio de los padres, en el nombre de los adultos por conservar las prebendas del litigio en curso), así que un niño está acostumbrado a mandar sin límites. No se le enseña a lidiar con la frustración. ¿Cuántos adultos jóvenes, criados así en el pasado reciente, están hoy confinados a cargo de sus propias familias? ¿Son golpeadores y no lo sabían antes del confinamiento? La mujer que se percata de que sus hijos se han convertido en lo que ella misma le negaba vehementemente a la escuela, que desea que este encierro concluya y que acabe de una vez la exigencia de ser madre de tiempo completo, ¿existe?

EN ÉPOCAS DE DISTANCIAMIENTO, la alegría se ve mermada por obvias razones. Cómo estar alegre si el panorama se vislumbra oscuro, si la nueva normalidad no termina de cuajar y el número de muertos crece a tambor batiente por culpa de nosotros mismos (esta última conclusión no es fácil de admitir en sociedad y cimienta una frustración subliminal). Cómo, si hijos y pareja reclaman sus propios espacios y emociones, si los vínculos familiares no parecen consolidarse. ¿Qué se está construyendo afuera de la alegría? La única opción real es tornarse en enojo y frustración. En el mejor de los casos, en angustia personal.

Además existe una fatiga cognitiva. El trabajo a distancia; la educación virtual; responder sin fin a comentarios de WhatsApp; desfogar iras a través de Twitter; revisar hasta el cansancio nuestra cuenta de Facebook; participar en videoconferencias profesionales o laborales carentes de entusiasmo: todo ello agota nuestra capacidad mental para tratar de forma sabia cualquier emoción.

Así como fue importante en el pasado seleccionar con tino los espacios donde viviríamos y la persona que sería nuestra pareja para el mayor tramo de nuestras vidas, la inteligencia emocional es factor determinante para entender nuestro comportamiento durante el encierro forzado. Una mala combinación de todo lo anterior puede convertirse en un caldo de cultivo para la desintegración emotiva de cada uno de los confinados.

De esta manera, el pasado personal se presenta hoy como pieza fundamental en el andamiaje de emociones que definirá nuestras posibilidades reales de supervivencia. 

IGOR MORENO (Ciudad de México, 1964) es poeta, escritor, crítico de arquitectura y autor del libro La suavidad del olor a naranjo. Asimismo, comparte créditos en el libro de arquitectura Iconos. Ha colaborado con artículos y ensayos para diversos medios

de comunicación.