Esperanza y oscuridad

El teatro experimental como fuente

Miguel Covarrubias, ¿Madame X?, tinta y gouache sobre papel, Vanity Fair, abril, 1928.
Miguel Covarrubias, ¿Madame X?, tinta y gouache sobre papel, Vanity Fair, abril, 1928.Fuente: catalogue.swanngalleries.com
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Cuando en 1933 y 1934 el público con boleto pagado aplaudió una nueva corriente en el teatro mexicano en las obras dramáticas de Alfonso Reyes, Carlos Díaz Dufoo Jr., Celestino Gorostiza y yo mismo, concluyó casi por completo el tiempo del teatro experimental del gobierno. Tales obras, más su puesta en escena y su actuación, fueron el resultado del movimiento experimental iniciado en 1928 por el Teatro de Ulises. Reyes y Díaz Dufoo no fueron hijos en línea directa de este experimento, pero ningún teatro comercial habría intentado producir sus piezas por importantes que fueran. Gorostiza y yo, por otra parte, muy probablemente no habríamos escrito obras de teatro sin la experiencia del Ulises. Fue el primer experimento coordinado que se realizaba en México, una afirmación audaz que me siento en la libertad de hacer considerando que fue obra de la singular unión de intelectuales y artistas interesados igualmente en el teatro. Unidos por el espíritu dinámico de Antonieta Rivas Mercado, escritores, pintores y actores lograron una labor desinteresada. Las primeras producciones mexicanas de Eugene O’Neill (Welded), Lord Dunsany (The Glittering Gate), Jean Cocteau (Orphée), Claude Roger-Marx (Simili), Charles Vildrac (Le Pèlerin), H. R. Lenormand (Time Is A Dream) colmaron una temporada privada en una casa de vecindad y una comercial en el Teatro Fábregas. Salvador Novo, Enrique Jiménez Domínguez, Gilberto Owen, Antonieta Rivas y Celestino Gorostiza se encargaron de las traducciones, y a veces también actuaron, como yo. Las escenografías de Manuel Rodríguez Lozano, Agustín Lazo, Julio Castellanos y Roberto Montenegro fueron sin duda las primeras escenografías modernas que se vieron en este país. Isabela Corona y Clementina Otero, entre otras actrices, merecen crédito especial por experimentar en su campo, el cual llevaron a su trabajo en los escenarios profesionales. La dirección fue obra de colaboración, pero Celestino Gorostiza se especializó en la dirección y continuó su trabajo en el Teatro de Orientación (1932-1934). El de Orientación fue el primer experimento oficial, iniciado en condiciones precarias por la Secretaría de Educación. Éste, bajo la dirección de Celestino Gorostiza, prolongó la tradición y el repertorio que estableciera el Ulises. Se añadieron Shakespeare, Chéjov, Molière, Cervantes, Synge y Jules Romains, y los autores mexicanos mencionados transitaron exitosamente. El trabajo de Julio Bracho, si bien más ambicioso y personal, va por estas mismas líneas y se basa, en cierto sentido, en la corta vida experimental del Ulises.

Celestino Gorostiza y yo muy probablemente no habríamos escrito obras de teatro sin la experiencia del Ulises. Fue el primer experimento coordinado que se realizaba en México

PARECE PARADÓJICO, por decir lo menos, que tras superar las mayores dificultades y cuando los teatros experimentales se acercaban a un contacto íntimo con el público, el gobierno perdiera todo interés en ellos. Pero la política tiene razones que la razón no entiende. Desde 1934 no han surgido nuevos grupos. Algunos de los jóvenes actores y actrices nacidos en el Ulises y Orientación se han abierto camino en los teatros comerciales y en las películas locales. Otros se han reunido ocasionalmente en producciones experimentales espasmódicas que no han tenido el alcance o la curiosidad de los grupos pioneros. Sin embargo, no obstante este aparente descenso, la curiosidad por el teatro se esparce rápidamente en la generación más joven, si bien la pone en peligro el nacimiento de una industria cinematográfica. Diversos sindicatos y uniones de trabajadores parecen ansiosos por llevar a cabo nuevos experimentos y la Universidad Nacional, en los últimos dos años, mostró cierto interés en el teatro.

No hay atrevimiento en predecir que el surgimiento de un teatro nativo es sólo cosa de unos años. Pero parece prudente animar el patrocinio privado para nuevos teatros experimentales, más que el patrocinio gubernamental. El año pasado, de visita en Estados Unidos, noté la similitud de intenciones y repertorio entre nuestros experimentos y los de los teatros Provincetown y Washington Square, coincidencia no deliberada, a pesar de la diferencia en el tiempo. Desde los días de los Washington Square Players y los Provincetown Players, el teatro en Estados Unidos se ha convertido en un experimento nacional que no ha dejado de avanzar. Esto es lo que yo espero para el futuro inmediato en México, contra la visión pesimista de quienes proclaman la decadencia universal del teatro. Pero me siento seguro de que nada se logrará sin experimentos constantes y repetidos basados en lo que ya hicimos y que aún no se supera.

Parece paradójico que tras superar las mayores dificultades y cuando los teatros experimentales se acercaban a un contacto íntimo con el público, el gobierno perdiera interés en ellos 

Las fuentes de la experimentación son inagotables y muchas de ellas aún no las conoce la gente aquí. Una vez que descubran las posibilidades, el resto será fácil. Si nuestros pesimistas nacionales fueran mejores observadores, serían incapaces de contener su asombro de que un monstruo tan viejo como el teatro pueda ejercer tal fascinación en el joven, el inteligente y el sensible. Y a fin de cuentas éste es un continente joven.