Fajarse al radioescucha

El corrido del eterno retorno

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He conocido pocos melómanos con una cultura rockera tan vasta como la de Héctor Becerra.

Sus conocimientos abarcaban más allá de la simple apreciación estética y el afán enciclopédico; como baterista admiraba también las proezas técnicas de sus héroes musicales. Ahí donde otros sólo vemos frialdad, él encontraba un objeto de estudio. Sus intereses traspasaban la datología dura para centrarse en marcas de instrumentos, famosos estudios de grabación y en general en todos los fenómenos que hacen posible el milagro de la música. Era el perfecto ejemplo de que el rock es un estilo de vida y no un mero gusto musical adquirido.

Hizo de la radio su fortaleza. Su programa, Rockshow, trascendió el plano local para cosechar una audiencia nacional e internacional. Algo que se antoja menos que imposible para un producto de provincia en una era dominada por el streaming. Si la radio en el dial es impopular, imagínense en internet. A menos que seas un coloso como Steve Jones transmitiendo desde Los Ángeles o Rulo desde la CDMX, la probabilidad de que consigas el éxito desde Torreón es casi nula. Héctor era un coloso a su manera. Y toda una autoridad, por supuesto. Pero la trascendencia del Rockshow se debía en gran medida a sus habilidades tras el micrófono. Como buen locutor, tenía una voz seductora. Y ahí radicaba su encanto. Con su carisma agasajaba a la audiencia. Se fajaba con la voz a sus radioescuchas. Y eso le granjeó miles de seguidores.

Era el perfecto ejemplo de que el rock es un estilo de vida y no un gusto musical adquirido

A PESAR DE NUESTROS GUSTOS tan disímiles —sus grupos de cabecera eran Rush y Kiss—, cultivé con él una amistad que con los años se fue intensificando. Me invitó en varias ocasiones a charlar a Rockshow. Una de las últimas veces tocamos el tema de la muerte de Taylor Hawkins, baterista de Foo Fighters. No creo en asuntos esotéricos, pero no puedo dejar de estremecerme ante lo cercano de sus decesos. Héctor murió el 24 de agosto del 2022. Sólo cinco meses después de aquella plática que sostuvimos en cabina. Ambas partidas son inexplicables.

Murió de una falla congénita en el corazón. Yo me encontraba en California cuando ocurrió. Y me dolió no poder estar presente en su funeral. Esa noche le rendí un tributo a su partida yéndome al Whisky a Go Go, una de las capitales rockeras del mundo, a ponerme una borrachera infernal en su honor. Cuando volví a La Laguna planeaba escribir un texto sobre su persona. No pude. En parte porque me costaba digerir su muerte y en parte porque me resulta difícil resumir la vida de Héctor en unos cuantos caracteres. Créanme que daría muchas cosas a cambio para no tener que estar redactando esto. Con tal de que él siguiera entre nosotros.

SI BIEN ES CIERTO que los bateristas suelen ser los más salvajes dentro de la casta rockera, Héctor era una figura más bien tranquila. Lo que no evitó que nos corriéramos algunas juergas. Recuerdo una vez que vino al depa a escuchar música y se bajó él solito una botella entera de sotol. Me contó que últimamente se había aficionado a los destilados. Fue como hacer un Rockshow pero con chupe. Nos quemamos toda la tarde escuchando vinilos y pusimos varios videos. Era uno de los lujos que se daba de vez en cuando, porque era un workaholic. Lo conocí cuando yo era adolescente. Era apenas diez años más grande pero para entonces él ya trabajaba en Grem y rara vez abandonaba la estación.

Siempre que paso por el bulevar Independencia me acuerdo de Héctor. La última vez que fui al Applebee’s fue con él. Ahora ninguno de los dos está. Aquella ocasión nos bebimos muchas cervezas y salimos tarde. Celebrábamos que le habían dado el Premio Estatal de Periodismo. En su larga trayectoria y en los 55 años que le tocó vivir fue testigo de distintas épocas musicales, con los cambios y transformaciones que ello implica. Y siempre con una mirada abierta. Si de algo se salvó Héctor fue de tildarse a sí mismo con la etiqueta de crítico. A pesar de su enorme conocimiento musical, nunca se las dio de papá de los pollitos.

Con su partida esa audiencia que amasó se queda huérfana. Se fue el gurú del Rockshow. No sé si exista vida después de la muerte, pero para mí que se fue al cielo del rocanrol. Otras veces me da por pensar que sigue vivo, ahí dentro del Applebee’s, esperándome para cotorrear sobre música.