Gambito de reina, de Scott Frank

Filo luminoso

El gambito de reina
El gambito de reinaFuente: uziporai.com.br
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El gambito de reina es la apertura más popular del ajedrez y consiste en ofrecer el sacrificio temporal de un peón a cambio de controlar el centro del tablero. Para quienes jugamos con entusiasmo y arrojo pero con nulo talento, a menudo hasta ahí llega la estrategia y después comienzan las decisiones improvisadas, las chambonerías y muy de cuando en cuando los golpes de suerte. En cambio, para los que tienen el don y estudian el juego, éste es apenas el principio de las posibilidades estratégicas, de la belleza y la poética de los movimientos, del placer intelectual y emocional, así como del intenso estrés. El mundo del ajedrez (que no el juego) parece desde afuera un culto y hasta una obsesión esnob. Obviamente es mucho mucho más que eso, y la miniserie Gambito de reina, escrita y dirigida por Scott Frank, co-creada con Allan Scott (a partir de la novela del mismo nombre de Walter Tevis, de 1983) y estrenada en octubre en Netflix, es una fascinante mirada a ese universo a través de los ojos de una joven genio huérfana que logra ganar un campeonato mundial en la Unión Soviética durante la era de la Guerra Fría. Y lo más importante es que no hace falta saber jugar ajedrez ni conocer sus crípticas referencias históricas para poder disfrutarla.

(Numerosos spoilers a partir de aquí).

Las imágenes iniciales del primero de siete episodios nos muestran a la protagonista, Beth Harmon (Anya Taylor-Joy) despertando cruda y vestida en una bañera, en un elegante hotel parisino en 1967. Sobre la mesa hay un tablero de ajedrez cubierto de botellas miniatura de alcohol en vez de piezas. En la cama duerme una mujer. Beth sale corriendo a toda prisa para llegar tarde a su partida final en contra del campeón, el soviético Vasily Borgov (Marcin Dorocinski). Resulta bastante obvio que esta apertura glamorosa y sexy, con toques decadentes y sórdidos, tiene como finalidad enganchar a un público amplio y no exclusivamente a los fanáticos del ajedrez. De hecho es la única secuencia con ese ritmo trepidante (con Beth corriendo descalza por los pasillos) en la serie. El uso del in medias res se ha explotado hasta el cansancio, pero en este caso va más allá de buscar encender la curiosidad y el morbo, ya que refleja la estrategia agresiva y temperamental de juego de Harmon.

De ahí en adelante, la historia de Beth se cuenta de forma lineal (con ocasionales flashbacks), desde atisbos de la vida con su madre, una mujer con un doctorado en matemáticas en el Kentucky segregado, consumista y misógino, que tan sólo puede aspirar a ser ama de casa, una mujer emocionalmente desequilibrada, en la ruina financiera, que decide suicidarse estrellando su coche contra un camión segundos antes de decirle a Beth (Isla Johnston, de los nueve a los quince años), quien viaja en el asiento trasero: “Cierra los ojos”. En cierta forma, este acto es un gambito de la madre, un sacrificio desesperado en un mundo de frustración y soledad.

Beth sobrevive al choque y es enviada a Methuen Home, un orfanatorio donde mantienen a las niñas narcotizadas con tranquilizantes (para mejorar su disposición). Ahí descubre sus dos pasiones: el placer de los estados alterados y el ajedrez. Logra sobrevivir con frialdad e inteligencia, pero sobre todo con la complicidad de su amiga Jolene (Moses Ingram) y las enseñanzas de ajedrez del gruñón e inexpresivo conserje, Mr. Shaibel (Bill Camp). El ritmo aquí es lento, los colores opacos y sin embargo, la curiosidad de Harmon y verla descubrir su potencial como ajedrecista y su pasión por ganar es más emocionante e intenso que las historias de superhéroes.

Pronto reconoce sin sorpresa que el mundo del ajedrez es tan misógino como el mundo real. Para ella es importante demostrar que es tan capaz como los jugadores hombres, por eso en su primera entrevista con la revista Life le molesta que el énfasis de la periodista no sea su talento o pasión por el ajedrez sino el hecho de ser mujer. Así como su madre era un genio matemático, su madrastra Alma Wheatley (Marielle Heller) resulta ser una pianista competente, que renunció a su talento y sueños. Beth ha aprendido de ambas, pero en vez de rechazar a los hombres no puede ocultar sentirse atraída por otros jugadores, primero Townes (Jacob Fortune-Lloyd), quien resulta ser gay (su incipiente coqueteo culmina muy evocativamente cuando tiene su primera regla), luego Harry Beltik (Harry Melling), quien no puede soportar la inseguridad que ella le provoca, y más tarde Benny Watts (Thomas Brodie-Sangster), quien es demasiado neurótico y narcisista como para establecer una relación de pareja. Uno de los momentos más reveladores del filme tiene lugar cuando Harmon se enfrenta a Giorgy Girev, un gran maestro de trece años al que derrota y quien le asegura sin arrogancia que será campeón en tres años. Beth le pregunta: “¿Y qué vas a hacer con el resto de tu vida?”. Una pregunta que él no logra siquiera entender y para la que no tiene respuesta. Ese simple diálogo refleja la ambigüedad e incertidumbre que viven los jóvenes prodigios.

Al filmar las partidas lo que podría parecer repetitivo y monótono se convierte en series de apasionantes intercambios de miradas, muecas, gestos y tics. La vemos confrontar a jugadores locales, a campeones nacionales y a los grandes maestros. A veces ni siquiera se muestra el tablero, otras tenemos algunas jugadas decisivas o juegos que se desarrollan en la mente de Harmon, y en ciertos momentos todo parece más importante que los movimientos de las piezas. Frank construye a través de la repetición y las variaciones, con eso desarrolla escenas, personajes y pinta un paisaje de la era. A esto se suma la fundamental música de Carlos Rafael Rivera, con un gran poder evocativo y nostálgico, muy eficiente para crear atmósferas, así como para entretejerse de cuando en cuando con Erik Satie, y así elaborar un panorama emocional expansivo.

La recreación de Las Vegas, Moscú, la Ciudad de México y París es minimalista, idealista e irreal, pero paradójicamente afortunada. Llama la atención en particular el ficticio y luminoso hotel cercano al Zócalo que es una versión cosmética repleta de vitrales del Gran Hotel de la Ciudad de México. Y por su parte, Moscú aparece primero como la pesadilla oscura de la propaganda, pero se humaniza con la experiencia de Harmon, para llegar a un final fulminante donde ella se encuentra rodeada de viejos ajedrecistas que representan en gran medida el reconocimiento que ella espera.

Por supuesto que Gambito de reina pudo ser una película de un par de horas, quizá así hubiera sido una obra más punzante y eficiente. Pudo ser menos reiterativa, con menos close ups de la espectacular y sublime fisonomía casi felina de Taylor-Joy; pudo mostrar menos del orfanato y los torneos, pero para eso también pudo ser una película sobre una campeona de Monopolio.