Hillbilly, una elegía rural, de Ron Howard

Filo luminoso

Glenn Close y Amy Adams en Hillbilly, una elegía rural.
Glenn Close y Amy Adams en Hillbilly, una elegía rural.Fuente: espinof.com
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Hace cuatro años, cuando Trump estremeció al mundo al derrotar a Hillary Clinton, los demócratas trataron de explicar el monumental error de los encuestadores y expertos responsabilizando a granjas de bots rusos y conspiraciones que involucraban al propio Putin. La respuesta en realidad era doméstica y estaba en el descontento acumulado de las masas rurales, la clase obrera y los pobres. Numerosas comunidades,  tras haber votado por Obama dos veces, dieron su voto a Trump en un fatídico revés. Entonces, los liberales buscaron descifrar lo que pasaba por la mente de esos grupos marginales y oprimidos que los habían traicionado y eligieron a J. D. Vance, un nativo de Appalachia, quien escapó de la pobreza y las drogas al enlistarse como infante de marina y luego estudiar en Ohio State y en la escuela de leyes de Yale. Vance trabaja en una de las empresas de inversiones de riesgo de Peter Thiel (el voraz billonario fundador de PayPal) y se convirtió en el intérprete oficial del pensamiento red neck para las élites costeras. Es en esencia un propagandista conservador que baraja sin originalidad lugares comunes respecto de la superación personal, el trabajo duro y el rechazo a que el gobierno intervenga en la vida de las personas (lo cual se traduce en eliminar regulaciones, cortar programas sociales, médicos y de desarrollo para las comunidades desfavorecidas que viven en la más abyecta miseria). Su libro Hillbilly, una elegía rural: Memorias de una familia y una cultura en crisis, publicado en 2016, poco antes del ascenso de Trump, se volvió un bestseller. La adaptación cinematográfica del mismo aparece justo durante el colapso de ese régimen y el berrinche del mandatario que se niega a dejar la Casa Blanca.

El hecho de que Ron Howard, con su larga trayectoria de mediocridad, irrelevancia y buena taquilla dirigiera esta adaptación, anunciaba a gritos que el lado sociopolítico del libro sería extirpado para elaborar un producto manipulador y mercenario, cargado de emocionalidad histérica, con aspiraciones de complacer a un público liberal con complejos de culpa. La incoherencia arranca con el absurdo del título: Hillbilly, una elegía rural. No se cantan elegías a los vivos y a pesar de sus múltiples predicamentos y ruina económica, Appalachia y el Cinturón de la Biblia están muy lejos de extinguirse. La guionista Vanessa Taylor (La forma del agua) realizó una adaptación caótica del libro, que se desarrolla a saltos entre 1997 y 2011. La historia brinca entre flashbacks que eventualmente se tornan en dos líneas temporales, casi dos películas, una cargada de gritos y furia y la otra de angustia y ambición, que en vez de revelar algo importante sobre los personajes y su situación simplemente es un ping pong redundante y del todo sobreexplicativo.

El protagonista JD (Owen Asztalos) crece entre tragedias, carencias y disfuncionalidad familiar. Su madre, Bev (Amy Adams) es una adicta, con problemas emocionales y psicológicos intensos. Más tarde, JD adulto (Gabriel Basso) trata de ser contratado para una pasantía como asistente legal en una prestigiosa firma de abogados, a pesar de los prejuicios de clase de sus futuros colegas. Tenemos así la infaltable escena de la confusión ante los vinos blancos y el gran número de tenedores en la mesa de un banquete. Pero JD es tan brillante y talentoso que sabemos que triunfará, con un poco de ayuda de su devota novia de origen hindú, Usha (Freida Pinto). En medio del nerviosismo de las entrevistas de trabajo, JD recibe una llamada de su hermana (Haley Bennett) para anunciarle que su madre ha tenido otra sobredosis de heroína y tiene que regresar a ayudarles. A riesgo de perderlo todo viaja para rescatar a su madre, quien no tiene hogar ni seguro médico que la proteja.

Se nos informa que Bev ha dejado las drogas. Más que el desarrollo de un personaje tenemos un PowerPoint con final feliz

La Historia (con mayúscula) es aquí reducida a fotos viejas y souvenirs de otras épocas. Nunca se le usa para entender las condiciones y a los responsables de la desgracia económica y social. La cultura en crisis no tiene ninguna importancia ante la motivación y necesidad de JD de obtener un puesto que le permita pagar la colegiatura. Su respuesta consiste en manejar docenas de horas, pagar con tarjetas de crédito un centro de rehabilitación y regresar a tiempo para la entrevista final. Vance no cuestiona que el país más rico del mundo no ofrezca seguro médico gratuito a toda la población, ni la crueldad de un hospital que echa a la calle a una paciente vulnerable por no tener recursos. Lo que sí hace JD es pasearse inexpresivo y confundido mientras Glenn Close y Adams roban cámara tratando inútilmente de rescatar esta cinta del marasmo acartonado y estéril que es la ilusión hollywoodense de la compasión y solidaridad con los pobres, por la vía del escándalo grotesco, la caricatura y la humillación.

Howard evita toda complejidad sociológica o filosófica y se concentra en una trama de redención con ecos de manual de autoayuda. El relato trata sobre dos generaciones de madres sufridas. Primero la abuela, Mamaw (Close), como el eje moral de la familia, una mujer agresiva y protectora, que lanza frases insultantes —pero sabias— y termina reemplazando a su hija en la tarea de educar a JD. Mamaw a su vez escapó de su pueblo natal, Jackson, Kentucky, para ir en busca de una mejor vida a Middletown, Ohio, pero ahí también se encontró con cierres de fábricas y violencia doméstica. Y segundo, la madre de JD, Bev, quien pasa en un suspiro de ser una mujer cariñosa a una psicópata dispuesta a estrellar su coche y matarse junto con su hijo.

Para Howard no es importante mostrar cómo cayó Bev en la adicción, más allá de explicar que había sido una buena estudiante, que debió renunciar a una educación para cuidar a sus hijos y que con muchos sacrificios terminó estudios de enfermería. La tragedia de Bev es mostrada fuera del contexto de la devastación causada por la epidemia de adicción a los opiáceos que estratégicamente desató la empresa Purdue Pharma, así como se ignora el impacto de las escandalosas limitaciones de la protección social. Al final, se nos informa en un considerado intertítulo que Bev ha dejado las drogas. Más que el desarrollo de un personaje tenemos un PowerPoint con final feliz.

En un sentido, la cinta de Howard resulta más honesta de lo que podría imaginarse ya que retrata la inhumanidad de la percepción de Vance y sus aliados republicanos: la comunidad es irrelevante ante el éxito profesional-monetario del héroe. Ésta es una celebración de un capitalismo sin regulaciones ni protección para los ciudadanos, generoso y tolerante con las corporaciones, ya sean aseguradoras médicas, empresas mineras, siderúrgicas e instituciones de educación superior. La frivolidad de la cinta se resume en que si bien no tiene respuestas para entender la mentalidad de los blancos pobres rurales, incluye una oportunidad para Adams y Close de por fin llevarse un Oscar.